sábado, 30 de abril de 2011

Vida privada y vida pública

¿Interesa la vida privada de Berlusconi? Las manifestaciones indican que a los italianos sí les importa el comportamiento moral de su Presidente. ¿Se extralimitan los ciudadanos al pedir que Berlusconi sea juzgado por cohecho y prostitución de menores? No lo parece pues la mayoría está asqueada de estas conductas deleznables. ¿Desaparece entonces la frontera entre vida privada y vida pública? Estamos ante un moderno tabú, según el cual lo importante es que un político actúe de acuerdo con la legalidad, aunque su conducta sea inmoral. Sin embargo la cosa no es tan sencilla ¿Es moralmente irrelevante que la joven prostituida tengo un día menos o un día más de los dieciocho años?

Legalidad y moralidad

            Estamos de acuerdo en que la legalidad y la moralidad no coinciden, y que las autoridades no deben perseguir todas las conductas inmorales de las personas. Afortunadamente vivimos en países democráticos con separación de poderes, al menos formalmente, si bien comprobamos que una y otra vez los gobiernos, el central y los autonómicos, maniobran con el Tribunal Constitucional, el Tribunal Supremo, la Fiscalía del Estado, o con los jueces clasificados como afines o contrarios. A pesar de ello, y muchas veces gracias a la prensa, sí vivimos en una democracia aunque sea débil y, en cualquier caso, estamos lejos de los países no democráticos, como China, Corea del Norte, Rusia, Cuba, Venezuela y tantos otros. Con  más razón nos separan  años luz de los países islamizados sometidos a la sharía, esa ley  que configura una sociedad teocrática que mete la nariz en todos los ámbitos de la vida. Las revueltas contra los regímenes despóticos durante las últimas semanas en Egipto, Túnez, Libia, o Marruecos, vienen destapando el barril de pólvora que son esos países (mejor huertas privadas de los sátrapas), además de ser varios de ellos un barril de petróleo, pero el petróleo no lo es todo en la vida. En el colmo, estamos lejos también de los talibanes que imponen sus leyes cavernícolas con sangre y dinamita.

            Ciertamente estamos lejos de esas poderes que mezclan lo público y lo privado. Y sin embargo el olfato moral de cualquier ciudadano de un país libre percibe que las conductas privadas inmorales repercuten en el quehacer profesional, político e institucional. A los italianos sí les afecta el desmadre sexual de Berlusconi y, en otro orden de cosas, a los españoles nos afectan: las mentiras del presidente Zapatero; los favores de los amigos de Bono para beneficio de sus propiedades; las vacaciones caribeñas de dirigentes sindicales; las parrandas de algunos alcaldes con constructores beneficiados sin concurso; los fraudes sindicales con la situación laboral de los mineros. Y un largo etcétera que llenaría varias páginas con la impresentable vida privada mezclada con la pública de algunos personajes españoles.

Moralidad de la persona

            Por tanto, dejando claro el principio de que lo moral es más amplio que lo legal, habría que añadir que lo moral es también más profundo que lo legal. De ahí que quien engaña y abusa en la esfera privada desarrolla vicios que traspasan fácilmente la frontera de lo legal, contaminando así la esfera pública con su inmoralidad. En definitiva, a los ciudadanos sí nos interesa conocer la catadura moral de Berlusconi o de Bono. Habría que romper el tabú que manda ignorar la vida privada de los hombres y mujeres públicos aunque seamos políticamente incorrectos. Es una cuestión de higiene mental y social.

            Me viene a la mente un libro reciente de A. Sonnenfeld en el cual reflexiona sobre el liderazgo ético, cuando los dirigentes trabajan por el bien común, defienden la dignidad humana, y muestran coherencia entre la ética privada y la pública[1]. Si alguien piensa que esto es una utopía necesita leer esta obra y otras más, para salir del escepticismo y vivir con esperanza, sin la cual el hombre muere y la sociedad queda en manos de los desalmados.

            Porque una idea capital es que el triunfo es indivisible. No basta con hacerse con un Ministerio, triunfar en un partido político, especular en la bolsa de Madrid o de Londres, como sueñan algunos jóvenes. Lo importante es triunfar como personas: no el tener más sino el ser más, cuando uno ha ejercitado la sabiduría de decidir bien, de actuar de acuerdo con la recta conciencia, de practicar las virtudes que hacen moralmente buena a la persona. La vida buena es muy distinta de la buena vida, aunque parece que no todos son capaces de distinguirlas.

            Se trata de ser responsables en el sentido más elemental del término, cuando la persona da respuesta a los requerimientos del buen hacer sin el cual no hay familia, ni trabajo constructivo, ni servicio a la sociedad. Esto es lo que se denomina moral de la persona, cuando uno asume las responsabilidad de sus actos y se muestra coherente con los principios, sin los cuales el ser humano se desliza por la pendiente del egoísmo y la esquizofrenia social[2]. Bien lo supo expresar Groucho Marx en aquella  salida de una discusión afirmando con estudiado engolamiento: «Estos son mis principios, pero si a usted no le gustan tengo otros». Me pregunto por qué en estos últimos tiempos de carencia de líderes se recuerda con tanta frecuencia esa expresión cínica del famoso cómico.

            En definitiva, es decisivo hoy descubrir el valor de la verdad y del bien para crecer como personas, y empeñarse en transmitir ese estilo de vida más humano. Descubrir, en suma, que los auténticos líderes no son los políticos que viven de la caza de votos, los empresarios que triunfan a cualquier precio, los deportistas y artistas infantilizados que llevan un género de vida escandaloso. Los verdaderos líderes trabajan silenciosamente cada día mientras sostienen la trama de una sociedad libre y democrática. 


Jesús Ortiz
Doctor en Derecho Canónico


[1] ALFRED SONNENFELD, LIDERAZGO ÉTICO. Ediciones Encuentro. Madrid, 2010.
[2] JESÚS ORTIZ, COMPROMISO. db, Palabra, 2011.