lunes, 18 de junio de 2012


Filtraciones en el Vaticano

El grave daño causado al Vaticano con la filtración de documentos levanta una ola de curiosidad, pero más aún de indignación. Lo primero es evidente y lo segundo no tanto.

Dañar a la Iglesia
Hay gentes que se alegrarán al conocer estas filtraciones, bautizadas como Vatileaks, ignorando que muchos documentos eran conocidos. Se alegrarán quizá por descubrir que el Vaticano tiene serios problemas y que la Iglesia tiene las mismas corrupciones de las grandes instituciones. Así todos serían iguales y el cristianismo no tendría autoridad para criticar el moderno modo de vivir, superando tabúes y restricciones morales.

Otros trabajarán para seguir debilitando a la Iglesia enlazando una crisis con otra, los escándalos de unos sacerdotes infieles a su vocación con las filtraciones sobre intrigas, traiciones y dudas sobre las financias vaticanas. Más propias de literatura basura, como el caso del Código da Vinci: una perversión intelectual, histórica y moral, que infecta a millones de lectores desinformados. Cada época tiene sus armas y no deja de utilizarlas contra la Iglesia, y la nuestra dispone de un arsenal radiactivo cara a la opinión pública.

Derecho a no saber
Aumenta el número de ensayos sobre la invasión de la intimidad de las personas e instituciones, como ahora ocurre con la Iglesia católica, con el Vatileaks. Amparados en la libertad de expresión, algunos piensan tener derecho a hurgar en las vidas ajenas, y aún peor, muchos lo justifican mientras satisfagan su morbosidad, pensando quizá que la falta de honradez y las miserias afectan a todos los humanos.

Son los que siguen con fruición programas basura en la televisión, con personajillos que venden su intimidad por unos euros; que pinchan en noticias escandalosas ofrecidas sin pudor por Internet, incluida Yahoo; y otros que infectan su mente con prensa amarilla sobre los famosos. No parecen darse cuenta, sin embargo, de que alimentan el cáncer de la sociedad mediática, de sus trabajos y de su entorno inmediato.

Vargas Llosa lo expresa en su reciente ensayo con el significativo título La civilización del espectáculo: Ninguna democracia podría funcionar si desapareciera la confidencialidad de las comunicaciones entre funcionarios y autoridades ni tendría consistencia ninguna forma de política en los campos de la diplomacia, la defensa, la seguridad, el orden público y hasta la economía si los procesos que determinan esas políticas fueran expuestos totalmente a la luz pública en todas sus instancias. El resultado de semejante exhibicionismo informativo sería la parálisis de las instituciones y facilitaría a las organizaciones antidemocráticas el trabar y anular todas las iniciativas reñidas con sus designios autoritarios. El libertinaje informativo no tiene nada que ver con la libertad de expresión y está más bien en sus antípodas”.

No cuesta mucho referir esas reflexiones a lo que está pasando ahora con las filtraciones vaticanas, que benefician mucho a quienes desean anular el influencia espiritual de la Iglesia católica y minar el prestigio moral de Benedicto XVI.

Preservar la democracia
Alegrarse con estas filtraciones es una desviación del sentido cívico y peor aún del sentido moral. Porque no hay derecho a explotar la intimidad ajena, mientras que todos tenemos derecho a no saber. No me interesan los informes confidenciales de la curia vaticana sobre asuntos internos, sobre el gobierno de la Iglesia, sobre cuestiones diplomáticas, sobre nombramientos, sobre asuntos importantes de conciencia, etc, etc.  No tengo derecho a saberlo pues es parte de sus trabajos y de sus estrategias. De otro modo, se haría imposible la vida de la Iglesia, y también el desarrollo de la ciencia, del comercio y de la política.

El espionaje es una traición y un delito penado por la ley en todos los países; pero ocurre que cuando nos afecta directamente decimos que no hay derecho; y cuando afecta a los demás nos alegra y hasta alabamos el delito. Es el caso patente de Wikileaks y ahora del Vatileaks.

Por ello es de sentido común rechazar la participación en cotilleos, murmuraciones y calumnias sobre  personajes de la vida pública, y más cuando ellos mismos se exponen sus vergüenzas sin pudor alguno a cambio de  dinero o de fama. En suma, ahora es un problema de la Iglesia pero siempre el libertinaje informativo será un cáncer para la sociedad.


Jesús Ortiz
Doctor en Derecho Canónico



http://www.analisisdigital.org/2012/06/12/filtraciones-en-el-vaticano/