Veo jóvenes chinos manifestándose contra Japón por haber
comprado a sus dueños privados unas islas cercanas al continente. Nada extraña
que presionen para conseguir sus intereses, ni que las autoridades aticen el
nacionalismo, como medio para que el pueblo olvide otros problemas más graves.
Lo que llama poderosamente la atención es que esos jóvenes porten carteles con
la imagen deificada de Mao Zedong.
Probablemente no conocen la historia de su pueblo milenario,
y menos durante el siglo XX, cuando Mao hizo de China una inmensa cárcel para
ochocientos millones de habitantes. Parece una exageración o empresa imposible
para las fuerzas humanas, pero el personaje lo consiguió con paciencia
oriental. Esos jóvenes, y otros adultos, no habrán leído el relato
escalofriante titulado “Cisnes Salvajes” de la autora Jung Chang.
Como es sabido, no se trata de una novela de ficción, ni de
una maniobra occidental contra el enemigo comunista, sino de la realidad vivida
por tres generaciones de chinos, en las personas de Xue Zhi-heng, Den-hong, y Jung Chang, abuela,
madre e hija, respectivamente. La imaginación no podría inventar una opresión
más terrible, métodos más eficaces para atemorizar a la población, y atizar la
violencia permanente del “todos contra todos”, dejando cada pueblo, barrio y
casa en manos de la Guardia roja durante la Revolución cultural. Y mientras tanto Mao era venerado como un
dios terrenal, o incluso celestial, porque siempre hacía el bien. Digo que esa
terrorífica empresa excede a las fuerzas humanas pero no a las diabólicas. La
historia debería ser maestra de la vida.
Jesús Ortiz López
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/077695/mao-sigue-vivo