martes, 3 de enero de 2012

CIELO Y TIERRA UNIDOS

Un ángel. Unos pastores. Un mensaje. Un Niño reclinado en un pesebre. Una joven Madre, María. Un joven esposo, José. Y un coro de ángeles. Y poco después unos Magos venidos de tierras lejanas llamados por una estrella. Esto celebramos en Navidad: la unión perceptible del Cielo con la tierra. Todo lo demás es consecuencia, y sin esto los regalos y las luces están vacíos. En cambio, mirando al Niño Dios con ojos de fe, se puede vivir de la aparente contradicción entre el materialismo y el cristianismo.

El Niño que salva

            Todos pueden sentir admiración por Jesucristo como el hombre bueno que ha enseñado una doctrina maravillosa, pero eso no significa creer en el Niño de Belén, como el Hijo de Dios encarnado para la salvación de todos los hombres: «La Iglesia expresa el misterio de la Encarnación afirmando que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre; con dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la Persona del Verbo. Por tanto, todo en la humanidad de Jesús –milagros, sufrimientos y la misma muerte- debe ser atribuido a su Persona divina, que obra a través de la naturaleza humana que ha asumido» (Compendio del Catecismo. n. 89).

            Por ese Niño la Iglesia es la comunidad de los creyentes que predica a Jesucristo como el Salvador de los hombres: «Cree la Iglesia  Cristo, que murió y resucitó por todos, ofrece al hombre luz y fuerza, por medio del Espíritu Santo, para que pueda responder a su vocación; y que no se les ha dado a los hombres otro nombre bajo el cielo por el que puedan salvarse. Igualmente, cree que la clave, el centro y la finalidad de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro. Además, la Iglesia afirma que en el fondo de todos los cambios hay muchas cosas que no cambian, que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo ayer y hoy y por todos los siglos» (Gaudium et Spes, 10).


Materialismo cristiano

            Asomados al portal de Belén, la casa del pan de Vida, los hombres podemos comprender que todas las cosas son buenas, y se puede hablar de un materialismo cristiano. La fe cristiana no desprecia las realidades nobles de la tierra porque ve en la naturaleza y en la historia la Providencia de Dios, en la materia y en el espíritu, en lo bueno y también en lo malo. El cristiano no es un ser especial que nada tenga que ver con los demás hombres, sino que trabaja con ellos para acercarles a Dios colaborando con los dones que recibe en los sacramentos[1].


            Con esta fe audaz lo ha expresado san Josemaría Escrivá: «El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrec­ción de toda carne— se enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu. ¿Qué son los sacramentos —huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos— sino la más clara manifes­tación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales?» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer,  n. 115).

            Queremos decir que la presencia de Jesús en Belén da un valor nuevo a todo lo humano. Al entrar en la tierra ha tomado sobre sí las realidades humanas nobles, dándolas plenitud de significado. El cristiano reconoce entonces el sentido divino del quehacer humano y, con el auxilio de la gracia, puede realizar obras con valor de eternidad contribuyendo a instaurar el Reino de Dios en el mundo.


Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico




[1] Cfr. JESÚS ORTIZ LÓPEZ, Creo pero no practico, Eiunsa, 2010, 2ªed. pp. 57 ss.


http://www.analisisdigital.org/2012/01/03/cielo-y-tierra-unidos/