jueves, 22 de noviembre de 2012

Reforma educativa a la vista



El Gobierno de Rajoy ha aprobado el anteproyecto de la Ley de mejora de la calidad educativa (LOMCE). Es deseable que la futura ley logre un amplio consenso social que garantice su permanencia durante muchos años.  Sus presupuestos antropológicos son manifiestamente mejorables.

¿Qué antropología la inspira?
Pretende, en primer lugar, frenar la sangría de abandono escolar temprano y, en segundo lugar, aumentar la proporción de alumnos excelentes. Sin embargo, se observa que el anteproyecto tiene una concepción economicista de la educación, para crear puestos de trabajo al vincular de entrada la educación con la competitividad y el nivel de prosperidad del país. ¿Pero hay algo más importante que el desarrollo de las personas en sus virtudes, valores, y conocimientos? Tendremos que superar el minimalismo de que los árboles impidan ver el bosque.

En efecto, este anteproyecto no armoniza bien con el artículo 27 de la Constitución, cuanto establece que: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”. La Carta Magna tiene una visión más amplia de la persona que la del pragmatismo economicista. !Apañados estamos si con la nueva ley formamos sólo buenos trabajadores para levantar el país¡

Rehacer el sistema educativo
Ese anteproyecto tiene buenas ideas sobre el sistema educativo, sobre la calidad educativa, y sobre la libertad real para elegir centro escolar; tres pilares básicos muy deteriorados durante estos años. Vemos cada uno de ellos.

Primero, rehacer el sistema educativo. La nueva ley quiere unificar recuperando la dirección del Ministerio de Educación para superar las diferencias injustas entre los alumnos en las diversas comunidades autonómicas. Con diecisiete minileyes educativas no hay modo de progresar, ni de que nos tomen en serio en los foros internacionales. La Constitución sí avala al Ministerio en este punto: “Los poderes público inspeccionarán y homologarán el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes” (Art. 27.8).

En segundo lugar, desarrollar una educación de calidad, que pasa por recuperar la autoridad de los profesores, de los directores y de los centros. Se trata de que los alumnos estudien en un contexto que valore el esfuerzo; por ello esta nueva ley establecerá evaluaciones externas y estandarizadas para todo el territorio educativo nacional, a fin de comprobar el nivel académico de los alumnos en la primaria, la ESO y el bachillerato.

El Ministro Wert declara que tales evaluaciones no se conciben como barreras sino como estímulo y superación de un periodo, que evitará el abandono de la cuarta parte amplia de alumnos sin ninguna capacitación objetiva para la vida laboral: los tristemente famosos “ninis”, que ni estudian ni trabajan. Según ese último informe de la OCDE ese grupo de jóvenes entre los 20 y los 24 años representan el 27,4% de esa franja, y somos el segundo país en fracaso, solo por detrás de Israel. Esperamos que el proyecto de Formación Profesional Básica vaya logrando de veras la inserción laboral de unos jóvenes con la capacidad suficiente para ser aceptados por las empresas: que puedan trabajar de una forma digna.

Apostar  por la libertad educativa real
En tercer lugar el anteproyecto apuesta por la libertad educativa: de los padres para elegir colegio de acuerdo con sus principios y valores, tal como establece la Constitución; la de los agentes educativos para crear centros y dirigirlos sin someterse a imposiciones del gobierno autonómico de turno; y también reconoce esta futura ley la enseñanza diferenciada como un modo más de educar, que no discrimina a nadie.

Sin embargo, algunos expertos, asociaciones familiares y patronales de centros observan que no avanza en la liberad de elección del centro educativo, en la mejora de la concertada, ni en reconocimiento del profesorado, en particular del de religión. Es decir, parece que las buenas ideas se estrellan con la realidad práctica de la economía en tiempos de crisis. Pero la Constitución es bien clara,  con palabras que sabemos de memoria pero no las vivimos: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (Art. 27, 5). Y también: “Los poderes públicos ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca” (Art. 27,9).

Siendo la clase de religión algo tan sensible, no se entiende bien que este anteproyecto de ley no apueste por los valores que implica esta materia: que se desarrolle en horario escolar normal, no fronterizo; que sea evaluable y cuente para la nota media. Cierto que debe ser una asignatura optativa, pero con una alternativa ética consistente y también  evaluable para la nota media, a fin de no perjudicar a ningún alumno, ni a los sufridos profesores que siguen siendo de segunda categoría en la mayoría de los centros públicos.

Ahora este anteproyecto pasará por el debate parlamentario, y sobre todo por el debate abierto en la opinión pública, y sobre todo por las aportaciones de las asociaciones de padres. Es deseable que la futura ley logre un amplio consenso social que garantice su permanencia durante muchos años, porque es un asunto de Estado y no de partidos.

Jesús Ortiz López . Doctor en Ciencias de la Educación


http://www.analisisdigital.org/2012/11/19/reforma-educativa-a-la-vista/

lunes, 5 de noviembre de 2012

Noviembre: el Cielo de verdad


           
            Ocurrió durante un mes de voluntariado en Nairobi, concretamente en un alojamiento para niños enfermos de las Hermanas de la Caridad. Aquel joven se quedó bloqueado pues nunca había visto nada igual, en cuanto a dolor y pobreza. Una de las religiosas le indicó « ¿Ves a ese niño de allí que llora? Ahora tómalo con cuidado y dale todo el cariño de que seas capaz». La criatura se durmió en sus brazos mientras lo besaba y arrullaba. Poco después acudió asustado a la hermana porque no respiraba, pero le dijo: «Ha muerto en tus brazos; y tú le has adelantado quince minutos el amor que Dios le va a dar por toda la eternidad». El muchacho declaraba después: «Entonces entendí tantas cosas: el amor de mis padres, el amor de Jesús…, y que el Cielo se gana en la tierra, cuando damos amor de verdad».

            En el mes de noviembre la fe católica se abre más a la realidad de la Vida eterna, que es mucho más que “el más allá”: algo bastante indefinido, útil para quienes no conocen a Jesucristo pero insuficiente para los creyentes. Porque la Vida eterna, dice el Compendio del Catecismo, empieza inmediatamente después de la muerte, mediante el encuentro purificador con Jesús, Juez y Hermano. El Cielo consiste en  la felicidad suprema y definitiva de quienes viven en comunión de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo e interceden por nosotros. El Infierno es también una realidad terrible que consiste en el eterna separación del Amor de Dios; es el gran fracaso de la vida de una persona que ha abusado de su libertad y ha cristalizado en odio en vez del Amor. El Purgatorio es el estado de los que necesitan aún una purificación antes de entrar en la eterna bienaventuranza. Y añade el Compendio que los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del Purgatorio ofreciendo por ellos oraciones de sufragios, en particular el sacrificio de la Eucaristía,  limosnas, indulgencias y obras de misericordia[1].

            Como se puede ver, la fe en la Vida eterna está en las antípodas del Halloween, como culto ancestral a los muertos, devenido en baile de disfraces con la connivencia de los grandes almacenes. Los padres católicos enseñan a sus hijos a vivir cara a Dios, es decir, disfrutando del mundo sin disfrazarse o disfrazándose cuando les dé la gana, y sabiendo que la muerte no llega como cazador sino como encuentro con Jesucristo, el Amigo amado. Por ello, el católico no ve fantasmas, espectros en las almenas, ni apuesta por el esoterismo o la teosofía, pues tiene bien claro que más allá de muerte está aguardando el Dios Bueno y Justo, que da a cada uno según el peso del amor puesto en sus acciones.

            Ciertamente, desde la época de las cavernas los hombres han dado culto a los muertos: tenemos una fuerte aspiración a vivir más allá de la muerte y nos resistimos a caer en la nada. Los hombres intuyen que después hay una vida misteriosa llena de incógnitas. Sin embargo, decimos que la fe en Jesucristo encamina al Cielo, que es la plenitud de la persona -unidad de alma inmortal y cuerpo resucitado- con Dios. No somos números de la especie humana sino hijos queridísimos del Padre, que nos espera a cada uno cuando traspasemos con Jesucristo el umbral de la muerte.
            Al cumplirse cincuenta años del Vaticano II podemos recordar aquellas palabras de la Gaudium et spes (Con gozo y esperanza),18: «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre».

Jesús Ortiz


           




[1] Cfr. Jesús Ortiz López. Mapa de la Vida Eterna. Pamplona, Eunsa. 2012.