La renuncia de
Benedicto XVI significa un buen golpe de timón en la nave de Pedro para avanzar
en el rumbo que le ha marcado Jesucristo para ser ahora más eficaz en la nueva
evangelización.
En cada pontificado los creyentes comprobamos que la Iglesia
vive impulsada por Dios que elige a las
personas e instrumentos más
adecuados en cada tiempo. Pensemos en Juan XXIII al convocar audazmente la
renovación mediante el concilio Vaticano II a fin de curar también las
infecciones doctrinales y morales; en Pablo VI para comenzar a ponerlo en
práctica contra viento y marea asegurando la fe de los fieles; en Juan Pablo II
y su compromiso por vivir en plenitud las reformas del Concilio, impulsar un
gran crecimiento de las vocaciones y presentar una imagen de la Iglesia más real
y atrayente para los más jóvenes. Y ahora Benedicto XVI ha ofrecido la Palabra
de Dios como alimento definitivo en la vida
diaria de los creyentes, dando a la vez golpes de timón o gestos
significativos en la liturgia, en la
curia romana para agilizarla; en hacer más transparente la comunicación
institucional o en sanear las complejas finanzas del Vaticano. Aunque, eso sí,
gastando su salud física y psíquica machacadas por los casos de pederastia, de filtración
de documentos reservados, o por la tergiversación mediática de algunos de sus mensajes.
La purificación de Benedicto XVI ha significado también la purificación de la
Iglesia que ahora muestra un rostro más limpio.
La última lección de
Benedicto XVI consiste en enseñar fidelidad y compromiso a todos. Si el
Espíritu Santo impulsa la navegación de
la Iglesia es preciso que los fieles vivan íntegramente la fe sin rechazar
aquellas enseñanzas que no les gusten: para vivir la moral en torno a la
sexualidad, la generosidad en la paternidad responsable abierta a la vida, la
indisolubilidad y carácter sagrado del matrimonio, el celibato sacerdotal, etcétera.
Esta renuncia dice a los eclesiásticos que la jerarquía es
un servicio con olvido de sí mismos, ligados solamente por su fidelidad a Dios
y a su santa Iglesia. Con su decisión, Benedicto XVI enseña que lo importante
no es hacer carrera sino ser fiel a la vocación, llenos de esperanza en los
dones de Dios y más libres de consideraciones meramente humanas.
Posiblemente también haya influido en esta decisión su experiencia
junto a Juan Pablo II en sus últimos años de enfermedad. Quizá Benedicto XVI ha
considerado que es mejor evitar un periodo de inseguridad en que se desatan las
especulaciones y las pasiones humanas. La Iglesia, parece considerar el Papa,
no puede permitirse hoy el lujo de ser noticia politizada en los medios, porque
tiene que ir derecha a la nueva evangelización
del viejo continente. Así pues, podemos ver en Juan Pablo II y en Benedicto
XVI dos pontificados, dos modos de amar a Dios, y dos modos de servir a la
Iglesia y dos modos de comunicar al mundo la sabiduría moral que atesora.
Jesús
Ortiz López