El escritor Eduardo Jordá
evocaba en un artículo reciente las palabras del escriba egipcio Hunefer dirigidas
a la divinidad a la hora de su muerte.
Así
escribía: “ Señor de la Verdad, te traigo la verdad. He destruido el mal para
ti. No he matado a nadie. No he hecho llorar a nadie. No he dejado que nadie pase
hambre. Jamás he incitado a que un amo hiciera daño a su esclavo. Jamás he
causado temor a ningún hombre”.
La muerte
es la hora de la verdad cuando la práctica totalidad de los hombres recuperan
la lucidez para entrar en la otra vida, concebida con más o menos dudas según
cada persona y cultura. Hunefer escribía su alegato o conjuro unos mil
trescientos años antes de Jesucristo. Como buen egipcio admitía otra vida más allá
de la muere en la que sus poderosas divinidades calibraban el peso de las almas
de los difuntos, y tenía que procurar
que la obras buenas pesaran más que las obras malas, probando con ello ser un
hombre virtuoso. El cristiano sabe mucho más que aquel Hunefer seguidor de la
intuición natural de Dios, de su juicio personal, y de la vida en el más allá.
Si bien los
hombres más religiosos, los sabios, y el sentido común natural de los hombres
intuyen la inmortalidad -con más o menos confusión- los cristianos creemos además
en la resurrección de la carne, algo inaudito para la civilización egipcia,
sumeria, griega o romana. Se le reían a
Pablo cuando exponía ante los atenienses esta realidad de fe manifestada por el
mismo Jesucristo, con palabras y sobre todo con su propia resurrección: “Te
escucharemos sobre eso en otra ocasión” le decían. También ante la incredulidad de
algunos cristianos entre los corintios Pablo argumentaba: “Si
se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos
de entre vosotros dicen que no hay resurrección de los muertos?”. Y
apelando a su sentido común les recordaba el misterio del grano que trigo que
cae en tierra y muere para producir nueva vida; si esto ocurre en el mundo
según las leyes naturales ¿cómo no va poder Dios resucitar la carne para que la
persona completa, cuerpo y alma, reviva después para Dios?
De modo que
una cosa es la inmortalidad y otra muy superior la resurrección de la carne, no
del alma que no muere, efecto sobrenatural del poder divino de Jesucristo, que
vive resucitado el mismo ayer, hoy, y siempre.
Durante este
noviembre que acaba, el culto católico no solo venera a los muertos, ni admite
solamente una genérica inmortalidad, sino que celebra anticipadamente la resurrección
de la carne. Esta fe se apoya, según digo, en la resurrección de Jesucristo,
hecho histórico y anticipo de la resurrección de todos los hombres y mujeres,
unos para bien y otros para mal, unos para gozar de Dios y otros para vivir
definitivamente en contra de Dios
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
http://www.analisisdigital.org/2013/11/25/inmortalidad-y-resurreccion-de-los-muertos/