La literatura de consumo ofrece novedades
sobre el misterio del más allá, unas veces sobre los paraísos futuros en mundos
intergalácticos, otras sobre vivencias después de la muerte física, y tantas
sobre el infierno con la presencia ominosa del demonio en el mundo invocado con
rituales para iniciados. Es el infierno de papel muy distinto del Infierno
real.
Cómo se cocina hoy el
Infierno
Con
frecuencia los escritores construyen una trama que incluye seres misteriosos,
hombres malos capaces de cualquier crimen para alcanzar el poder, religiosos
mundanizados que se sirven de la Iglesia para cultivar sus pasiones; todo esto
con un argumento vertiginoso, varios escenarios en ciudades famosas; cierta
erudición sobre arqueología, arte, historia, o teología; y naturalmente amores
y amoríos con más o menos dosis de sexo. Lo importante es aparecer en la
primera plana de los semanarios, contratar entrevistas en televisión, mucho
movimiento en internet, con el objetivo comercial de vender en poco tiempo
millones de ejemplares. Bueno, pero en concreto ¿qué es el infierno?
La verdad del infierno
La antropología cristiana ha destacado siempre el carácter personal del
hombre y su condición de interlocutor libre de Dios, sin trivializar nuestra
libertad ni la triste realidad del mal, que está presente en el mundo y se
opone a los planes de Dios y a la dignidad del ser humano. En este contexto se
entiende la existencia del Infierno creado para el demonio y sus ángeles
rebeldes, pero también como posibilidad real para el hombre que abusa de su
libertad para rechazar a Dios. En cambio, escandalizarse del Infierno o negar
su eternidad equivale a no creer en la libertad humana ni en la consistencia de
la historia como misteriosa articulación de gracia y libertad.
Las exhortaciones de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del Infierno son una llamada a la responsabilidad y a la conversión: «Entrad
por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha
la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la
encuentran» (Mateo 7,13-14).
Observamos entonces que la fe católica no es
nada determinista puesto que: «Dios
no destina a nadie a ir al infierno ; para que eso suceda es necesaria una
aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el
final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la
Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino
que todos lleguen a la conversión”» (Catecismo, n.1037).
El alejamiento total del Amor de Dios es la peor desgracia que puede
sobrevenir a una criatura destinada a participar en la gozosa intimidad de la
vida divina. En el Infierno, primero los demonios y después los condenados,
comprenden perfectamente que Dios es su verdadero Bien, conocen entonces el
fracaso absoluto de su vida, después de haber recibido infinidad de gracias y
de oportunidades para rectificar y amar, pero ya no hay remedio: han
“cristalizado” para siempre en su voluntario apartamiento de Dios.
Papeletas para el infierno
¿Quiénes
se condenarán al infierno? Son candidatos quienes se burlan de Dios y pisotean bárbaramente
la vida de los demás: los asesinos de los cárteles; los terroristas de todo
pelaje, nacionales e internacionales; los que promueven guerras y genocidios;
los corruptos que sumen en la pobreza a naciones enteras; los inventores de redes
de prostitución; los que infectan el mundo con la pornografía y pervierten poco
a poco a los jóvenes; los enriquecidos con el negocio de los abortos, etc[1]. Los
crímenes de semejante calaña son un mazazo para la humanidad: son una puerta al
infierno.
El
pensador J.P. Sartre escribió que el infierno son los otros y no le faltaba
razón, pues cuando los hombres se empeñan consiguen hacer en la tierra una
réplica eficaz del infierno. Sin embargo se equivocaba el existencialista ateo
ignorando que el verdadero infierno eterno es ganado a pulso por algunos
hombres, es un decir, fabricando el imperio del odio.
En resumidas cuentas uno pasa de esa
literatura de estación ferroviaria porque al tratar con tanta frivolidad la
vida eterna, el Juicio de Dios, el Cielo o el Infierno, los ángeles o los
demonios, ofende a la inteligencia, maltrata la fe, y corrompe la sed de
eternidad que todos los hombres llevamos dentro del alma.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico