lunes, 21 de octubre de 2013

Un Papa feminista

Al Papa Francisco le duele que no se valore suficientemente a la mujer: “Yo sufro –lo digo de verdad- cuando veo en la Iglesia, o en algunas organizaciones eclesiales, que el papel de servicio –que todos nosotros tenemos y debemos tener- de la mujer se desliza en un papel de servidumbre”.

Pensar con el Papa
            Mostraba esa solicitud pastoral a favor de las mujeres en el Congreso celebrado en Roma este octubre sobre el tema “Dios confía el ser humano a la mujer”. No hablaba pues al aire ni dirigiéndose a toda la Iglesia. Mostraba además que todos –varones y mujeres- debemos servir en la Iglesia, servir en la sociedad principalmente desde el trabajo honrado bien hecho, y servir en definitiva al prójimo, otro Cristo. Añadía además que el servicio genuino no debe ser servidumbre, en el sentido negativo que suele darse: ni en las mujeres a quienes Dios les ha confiado la vida, ni tampoco en los hombres.
            Porque si no se reflexiona desde el texto y el contexto las feministas exaltadas acaban por retorcer las palabras del Papa, o antes las de Benedicto XVI y de Juan Pablo II. El Papa Francisco no es un feminista de ese tipo porque cree en las mujeres y las respeta, pidiendo como buen pastor que las instituciones católicas actúen de acuerdo con el Evangelio. Un modo de hacerlo será no hablar tanto de “la mujer” en abstracto sino de las mujeres concretas que sirven con gozo a la familia, sirven eficazmente a la vida, y sirven en los trabajos derrochando cariño, sensibilidad y fe.

Mujeres aliadas de Dios
            El Papa Francisco sabe bien que la fe ha entrado en Europa en la persona concreta de Lidia, aquella mujer que escuchó con un corazón abierto a Pablo en la ciudad macedonia de Filipos, recibiendo el bautismo junto con su marido, sus hijos y sus servidores, poniendo a disposición del apóstol su casa para celebrar la fe y evangelizar.
            También Febe colaboró  con Pablo y sirvió a la evangelización llevando nada menos que la Carta a los romanos, un monumento de fe, de proselitismo –puesto que atraían con la verdad y el amor a los paganos y prosélitos del judaísmo- y aun de teología natural mostrando la verdad a los que buscaban a tientas a Dios. Y Junco con Febe, Pablo agradece y recomienda a otras mujeres como Prisca, Junia, Trifena y Trifosa, Julia, y un largo etcétera; personajes todas ellas que muestran el papel de servicio de las primeras mujeres cristianas, por no hablar de María de Cleofás, Magdalena y singularmente de la Virgen María.
            Desde entonces la historia del cristianismo y el progreso de la Iglesia y sus instituciones han recibido el impulso, la iniciativa y el amor de mujeres como Escolástica, Clara, Hildegarda, Teresa de Jesús, Teresa Benedicta, o Teresa de Calcuta. “E cosí vía” que dicen los italianos. Estemos pues tranquilos con el Papa Francisco y descansen en paz las feministas exaltadas.

Jesús Ortiz López

Doctor en Derecho Canónico

http://www.analisisdigital.org/2013/10/21/un-papa-feminista/

martes, 15 de octubre de 2013

LA NECESARIA INMORTALIDAD

El pensador Javier Gomá ha publicado “Necesario pero imposible”, título no evidente que se explica en el texto y contexto. El hombre histórico necesita la inmortalidad, la supervivencia más allá de la muerte. Sin embargo es imposible realizarla en este mundo porque no nadie puede garantizarse a sí mismo la vida eterna. Aquí tenemos resumido el drama capital del ser humano.
Encerrados en la experiencia
            Una salida humana es la ejemplaridad, es decir, la vida personal realizada  con honradez de modo coherente con la condición humana y abierta a los demás, a la trascendencia, al absoluto. Por eso la ejemplaridad tendría un valor extensible o universal. Pero resulta que los hombres se han metido en el estrecho mundo de la “experiencia” tomada aquí como oposición a la ejemplaridad del hombre que encarna un ideal con significado universal digno de ser imitado y vivido.
            La experiencia de la modernidad, encerrada en lo empírico y efímero sin apertura, hace inútil la pregunta esencial sobre el absoluto. De este modo el hombre moderno no quiere arrodillarse ante Dios creyendo que perdería su dignidad. Más aún cuando tiene “experiencia” de sus silencios ante el mal que padecemos los hombres de mil modos; por eso reacciona con su silencio humano, que se ha llamado también la “muerte de Dios”. Ahora bien, entonces el problema de la inmortalidad o de la nostalgia de lo absoluto cae en el vacío tan proclive a la desesperación.
            Gomá ha trabajado a fondo este libro en unidad con otros anteriores para sugerir una esperanza basada en la super-ejemplaridad del galileo, como llama pudorosamente a Jesucristo, quizá para acentuar su humanidad modélica asequible a cualquier mentalidad, incluso no cristiana. Paradójicamente esa ejemplaridad suprema irradia desde la cruz mostrando el dolor de Jesucristo, su perdón y su amor, y también que Dios es coherente con la libertad humana pues ni siquiera entonces interviene para impedir el supremo mal. Así los hombres pueden conocer al Dios de la esperanza más allá de sus limitadas experiencias. Entonces la conciencia receptiva puede sobrellevar el enigma del dolor y vencer al mal con el bien. Por tanto, ese Jesucristo real mostrado en el Evangelio llega a ser el super-modelo, el super-ejemplo, porque es esencialmente Dios, como reconocen sus discípulos y sus mismos enemigos, y no hay razones verdaderas para probar lo contario.
Regenerar la sociedad
            Este pensador no escribe precisamente para creyentes convencidos sino para intelectuales modernos proponiéndoles la necesidad de una ejemplaridad pública bien fundada en la condición humana que pueda regenerar la vida política, la democracia y la sociedad. No es un idealista sin fuste sino un pensador empapado  de la cultura clásica con mentalidad cristiana, seriamente preocupado por la cultura actual.  Se trata de la ejemplaridad pública sustentada en las virtudes reales, no en la propaganda ni en la cosmética políticamente correcta; un  camino  lento pero seguro para vivir en sociedad.
            No extrañe que acuda a la ética de Aristóteles sobre la amistad como ligadura voluntaria de los hombres que saben atar su libertad con el compromiso de la amistad, que culmina la ética y la política. En términos más sencillos o más cristianos podríamos decir que la honradez personal unida a las convicciones firmes sobre la realidad del mundo y sobre la dignidad de la persona humana, la fe cristiana vivida, es el camino necesario pero no imposible para levantar una sociedad en la que se extienda la concordia, aproximándose al ideal de una “república de la amistad”, en sentido aristotélico. Es lo contrario de lo que estamos viviendo, como crisis económica, política y social, que tiene raíces morales.
            Javier Gomá no resulta fácil de leer pero tampoco tan difícil. Por ello vale la pena leer este ensayo y pensar después si estamos entre los que saben arrodillarse ante Dios y plantear la vida como servicio basada en la amistad y en la ejemplaridad. No lo dice tan claro el autor, quizá para no asustar a los liberales asépticos. Sin embargo, abre la puerta a la esperanza cristiana cuando está arropada por la caridad, esa virtud que vitaliza la justicia personal y social, y familiariza con Dios. Porque este mundo es transitorio pero completamente necesario para llegar a la inmortalidad contando con el juicio del Dios misericordioso que abre la puerta de la vida eterna. 

Jesús Ortiz López
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jueves, 3 de octubre de 2013

Anna no quiere abortar

Quedan pocas semanas para que se tramite la reforma de la ley del aborto que se ha llevado por delante la vida de 120 mil criaturas en el último año, y ha dejado un sufrimiento permanente en las mujeres que cayeron en la tentación de abortar  quedándose solas con su pesar. El Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, lo sabe y quiere remediarlo porque defiende la vida. Que así sea.

Mucho se habla del derecho de la mujer a decidir su embarazo y mucho se ignora la realidad, más humana y matizada de esas madres que luchan contra su tentación de abortar. Muchos utilizarían el drama humano de una mujer de treinta y cinco años, embaraza de un hijo no previsto, y abandonada ahora por su amigo actual que la impulsa a abortar dejándola sola para no complicar más el matrimonio con su verdadera mujer.

La realidad, no la manipulación ideológica abortista, es que esa mujer no quiere abortar, se arrepiente de haberlo intentado y decide escribir al el Papa Francisco, contando su caso a pesar de llevar años sin practicar. En realidad porque la fe recibida de pequeños nunca se abandona del todo y aflora en los peores momentos de la vida alejada de la Iglesia.

Anna espera ingenuamente que algún funcionario de la Curia Romana escuche su llamada de socorro y al menos rece por ella, aunque el abismo de la cultura de la muerte. Y resulta que el funcionario, nada anónimo, hace llegar la carta al Papa y éste toma cartas en el asunto llamando a la mujer. Al principio ella cree que es una broma pero, por los datos que le da sólo conocidos por ella y su familia, y la voz argentina de Francisco aunque sea en italiano, le confirma que está hablando con el Papa; le dice que no ocurrirá que el niño quede sin bautizar porque él mismo se presta a hacerlo con ella y la familia, además de que cualquier sacerdote también lo bautizaría, puesto que los hombres de clergyman, sotana o hábito no son como los presentan las películas y las novelas maliciosas. El Cielo está abierto para Anna porque su hijo será bautizado cuando nazca en primavera, nada menos que por el Papa Francisco, y por decisión de ella se llamará Francisco si es niño. Estos meses  Anna recuerda muy bien que el Papa le dijo que “los cristianos no nos debemos dejar robar la esperanza”. Esto pasa en el Año de la fe.

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico



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