El Papa Francisco ha
dicho que después del sínodo-real, distinto al sínodo-noticia, hay que huir de
algunas tentaciones que van desde el “endurecimiento” hostil hasta el “buenismo”
destructivo. El sabe por qué lo dice. Y no es difícil advertirlo. Iglesia es
experta en humanidad y sabe las claves
para que la familia cumpla su vocación al
servicio de todo hombre.
Todos hablamos de los problemas que afectan a la familia, por
ejemplo, el fenómeno de convivir antes del matrimonio; la atención a los hijos
de familias desestructuradas; las ayudas a la maternidad y a las madres
solteras; el apoyo a los divorciados y separados que permanecen fieles al
vínculo matrimonial; el pesar de los divorciados que se vuelven a casar y
quieren participar de los sacramentos; los problemas que plantean determinadas
culturas sobre la poligamia, los matrimonios forzados, los abusos o el maltrato
contra las mujeres.
La Iglesia no olvida tantos proyectos y acciones que
promueven la fidelidad de los esposos, el bienestar profundo de los hijos, y la
estabilidad de las familias. De modo que esta Asamblea de obispos tiene a la
vista tantos problemas humanos, sin duda, pero enmarcados en el proyecto del
matrimonio creado por Dios y elevado por Jesucristo como gran sacramento. Sin
esta perspectiva como punto de referencia será difícil encontrar respuestas
constructivas a los graves problemas en torno a la familia.
Sínodo 14 y Sínodo 15
La Iglesia tiene información sociológica y vital como nadie acerca
de las familias en todo el orbe. Dispone de datos que muestran una radiografía
de las actitudes entre los fieles respecto al matrimonio y la familia. En este Sínodo
extraordinario se están abordando esos problemas con gran libertad a fin de
encontrar respuestas pastorales para desarrollar, dentro de lo posible, un plan
integral para defensa de la familia.
Después, en otoño del año 2015, tendrá lugar el Sínodo ordinario
de obispos para sanear la institución familiar y proponer un desarrollo marcado
por la esperanza. De modo que el Sínodo de este año trata esos problemas y deja
para el próximo año las orientaciones pastorales que, como es habitual, los
obispos y expertos presentarán al Papa Francisco. A partir de entonces el Santo
Padre puede proclamar las directrices convenientes, basadas en la doctrina
católica sobre el matrimonio y la familia, expuesta en tantos documentos
magisteriales de las últimas décadas.
Un plan integral para la familia
Estos dos sínodos, extraordinario y ordinario, no tienen
como finalidad revisar los planteamientos doctrinales sobre el sacramento del
matrimonio y sus fines o sobre la naturaleza de la familia como institución
esencial de la sociedad. Porque todo ello ha sido abordado repetidas veces
desde el Concilio Vaticano II, en documentos específicos de Pablo VI, san Juan
Pablo II, de Benedicto XVI, otros de la
Conferencia Episcopal Española, y naturalmente en el Catecismo de la Iglesia
Católica.
Podemos decir por tanto que la doctrina sobre el matrimonio,
sobre la sacramento de la Reconciliación, y sobre la Eucaristía está hoy bien
definida y actualizada. Las propuestas pastorales que se estudian en ambos
sínodos y se propondrán posteriormente por el Romano Pontífice serán aplicadas
según los problemas de cada cultura y en continentes diversos. La Iglesia no
quiere poner barreras nadie sino promover el encuentro con el Dios real tal
como se manifiesta en Jesucristo y en la Iglesia como camino universal de
salvación, porque Dios quiere que todos sean salvos y vengan al conocimiento de
la verdad.
Por eso mismo estos Sínodos quieren dar luz a las
conciencias de los fieles acerca del matrimonio, de la fidelidad tan valorada pero
tan escasa en la sociedad, y de los problemas actuales de desarraigo para curar
tantas heridas, presentando por ello con claridad la antropología que encamina
a la felicidad de las personas y al bien común porque responde a la naturaleza
del hombre y la mujer como criaturas de Dios.
No hay recetas
generales
Si atendemos al problema concreto -uno entre tantos otros y
no en todos los continentes- de los divorciados vueltos a casar civilmente, la
Iglesia no puede actuar ofreciendo recetas generales, como dispensar la
Eucaristía indiscriminadamente, al igual que tampoco lo hace para todos los
fieles, sin pedirles las disposiciones necesarias de comunión y gracia de Dios.
Los sacerdotes tienen experiencia de que cada caso es distinto y cada persona
vive de manera única sus aspiraciones y su fe.
Pienso, por ejemplo, en el caso de un divorciado y casado
civilmente que manifestaba su pleno acuerdo con la pastoral de la Iglesia en
estos casos. Reconoce que en su situación personal no puede recibir ahora la
Eucaristía ni el sacramento de la Reconciliación, pero lo considera como un camino
de purificación y una oportunidad para valorar más esos sacramentos siguiendo
las normas que traen la paz a la conciencia; por eso dice «no recibir los sacramentos -digamos de manera oficial y visible- no
significa ser rechazado, absolutamente no. Por experiencia puedo decir que es
siempre posible vivir los sacramentos de manera espiritual. Confesar nuestros
pecados es posible, sin problema. Lo único que el sacerdote no nos puede dar es
la absolución, pero la bendición sí. Por tanto, no se recibe un sacramento sino
un sacramental. Y luego si Dios quiere puede perdonar nuestros pecados».
Comprobamos así que esa actitud responsable lleva a la
felicidad en medio de las pruebas, aleja del victimismo de echar las culpas a
los demás e incluso a la misma Iglesia, que actúa como experta en humanidad. Ahora
se dispone a estudiar la pastoral del
familia frente a los nuevos desafíos y anunciar una nueva primavera para la
familia, basada en la madurez humana y la santidad personal.
Jesús Ortiz López