Ahora el uso del
casco en una moto es completamente normal, pero al principio no fue así. Había
gentes, sobre todo jóvenes muy seguros de sí mismos, que rechazaban el casco como
una imposición; restaba emoción a la conducción y sobre todo limitaba su
libertad: «si me mato es un asunto mío», decía alguno. Las campañas de
concienciación durante años han logrado sensibilizar a los conductores para que
utilicen el casco no tanto para evitar multas sino por la propia seguridad.
Me parece que la defensa de la vida del no nacido, de la
mujer, y de la maternidad tiene algo que ver con todo eso. Porque de continuo
escuchamos proclamas de mujeres que exigen el derecho a decidir sobre su
cuerpo. Alguien dirá que no es lo mismo ¿verdad? Sin embargo no hay tanta
diferencia entre el progreso que supone la utilización del casco y la
protección de la maternidad, porque hace ver el sofisma de ese «en mi cuerpo
mando yo», «tengo derecho a decidir», o «el aborto es sagrado». Excluir en
ambos casos a los demás supone un ejercicio de subjetivismo o incluso de
egoísmo. No, las normas morales y, en cierta medida las leyes civiles, son
cauces de libertad en beneficio de todas y cada una de las personas. Y no
digamos cuando peligra la vida del que conduce o de una criatura concebida pero
no nacida.
Nadie sensato admite exigencias de libertad sin la
correspondiente responsabilidad, porque en realidad nos afecta a demás, y el
hombre no es lobo para el hombre sino más bien «homo homini sacra res»: cada
uno es para los demás alguien sagrado. Pensemos en el nasciturus, en la mujer
tantas veces víctima de la ideología o del entorno, y en la maternidad como
verdadera realización de la mujer.
Conocí a una ginecóloga que también practicaba abortos «por
humanidad», aunque parezca paradójico. Conocía bien los desastres que producen los abortos provocados por manos inexpertas o
personas sin escrúpulos. Y estaba decidida a luchar para que cualquier mujer
pudiera abortar sin riesgos en la sanidad pública. Buenos sentimientos no le
faltaban pero sí formación antropológica y principios éticos. Los árboles de
los casos penosos no le dejaban ver el bosque; no se había parado a considerar con
objetividad que un mal no puede remediarse con otro peor. Una vez más un fin
bueno no puede justificar el empleo de medios inmorales. Si no ¿dónde quedaría
la solidaridad? En suma, ahora tienen que utilizar el casco las mujeres y los
hombres que rechazan el aborto porque siguen el principio ético fundamental de
no matar.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
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