miércoles, 18 de febrero de 2015

Presunción de inocencia también en la Iglesia


Viene de lejos la lucha de la Jerarquía contra los delitos torpes cometidos por eclesiásticos. San Juan Pablo II hizo mucho cuando aparecieron, aunque parece que no estuvo siempre bien informado; Benedicto XVI ha dado un paso de gigante reforzando los mecanismo para erradicar los casos de abusos; el Papa Francisco continúa y aumenta el esfuerzo desarrollado por sus predecesores con verdadero ahínco, hasta la tolerancia cero. No están solos pues no podemos olvidar el trabajo callado y eficaz de las diversas Congregaciones de la Santa Sede.

Otra cosa es que desde el principio hubo personas e instituciones, secretas o no secretas, empeñadas en destruir a la Iglesia: su prestigio moral, sus tareas de educación y misión, su economía; algo que han conseguido en buena parte, por ejemplo, en Estados Unidos e Irlanda. Porque no se airea tanto los numerosos casos de pederastia en el mundo deportivo, sanitario, educativo y político. Sólo algunos casos que pareen aislados pero no lo son. Y no por ello debemos juzgar a todo un colectivo profesional o vocacional.

La sensibilidad actual sobre esos tremendos casos fuera y dentro de la Iglesia lleva a destapar cualquier caso incluso sin las garantías debidas a la presunción de inocencia. Según las informaciones recientes un sacerdote de la diócesis de Sevilla ha sido denunciado por otro sacerdote sobre abusos a un joven por la información recibida de una mujer que parece no estar equilibrada. El miedo de la autoridad eclesiástica a ser fulminado (ya ha ocurrido en Uruguay) y a  la pena de telediario (lo sabe el obispo de Granada), ha llevado a suspenderle de sus funciones sacerdotales.

Sin embargo no parece que haya fundamento para semejante acusación de pederastia. Y aun en el caso de que más adelante se comprobada su fundamento el fondo de la presunción de inocencia sigue siendo válido. Hasta ahora, patinazo del señor Obispo, chivatazo timorato de un compañero, y una historia no probada. El resultado triste es que el sacerdote acusado e investigado después ha perdido su fama. Si el delito de pederastia es horrible, y más cometido por una persona consagrada, también lo es la calumnia.

Dice el Catecismo que «La maledicencia  y la calumnia destruyen la reputación y el honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las virtudes de la justicia y la caridad» (2479), y añade que «Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia» (2487).

Y no solo la maledicencia es un grave pecado que exige reparación sino que constituye una violación del derecho a la buena fama recogido en el Código de Derecho Canónico como derecho fundamental en la Iglesia, aunque a veces cueste verlo realizado en el pasado y en el presente. Dice así: «A nadie le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad», y «1.Compete a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del derecho. 2 Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles tienen también derecho a ser juzgados según las normas jurídicas, que deben ser aplicadas con equidad. 3 Los fieles tienen derecho a no ser sancionados con penas canónicas, si no es conforme a la norma legal» (Cánones 220 y 221).

En resumen luchemos contra los pecados de la carne y del espíritu; practiquemos la justicia frente a los delitos horrendos contra la libertad sexual y la buena fama; y huyamos de las historias no comprobadas. El Papa Francisco exige tolerancia cero y dice también que la Iglesia no condena para siempre. Eso.

Jesús Ortiz López

Doctor en Derecho Canónico


http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Presuncion-inocencia-Iglesia_0_2438756136.html

sábado, 7 de febrero de 2015

De humanos y conejos

Conozco a una buena madre de familia numerosa muy desanimada por las palabras del Papa Francisco en el avión de vuelta de Filipinas diciendo que ser buenos católicos no lleva “perdonarme las palabras, a ser como conejos”. Otra esposa y madre que espera un hijo más tiene que soportar estos días que algunos conocidos le recuerden esas palabras del Papa Francisco como arma para acusarla de poco responsable,  aunque en realidad envidian su valentía y altas cualidades para no someterse borreguilmente a las opiniones ajenas.

He recordado que esas palabras no representan el pensamiento del Papa pues son una expresión coloquial al estilo suelto de los argentinos para expresar, quizá con poca perspectiva, que la Iglesia no impulsa a tener hijos a mansalva. Porque antes, en y después de esas palabras poco afortunadas su magisterio continuo es una defensa continua de la familia, del amor humano, y de la natalidad. Alto y claro lo ha dicho con palabras bien pensadas en su Discurso a los dirigentes del Parlamento Europeo : “La familia unida, fértil le indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencia sociales”.

El escritor Olaizola ha publicado un divertido artículo sobre los perros y los humanos, a propósito de algunos que declaran machadas como “Ningún ser humano vale lo que un buen perro”, otra burrada de Pérez-Reverte. Olaizola  declara que ha tenido perros y sentido pena cuando mueren, e incluso procura no pisar hormigas, por respeto a sus amigos budistas; se llevarían un gran disgusto ellos pues piensan que los animales se reencarnan subiendo en la escala para acabar siendo humanos!, con gran disgusto de los idólatras de los perros. O de los orangutanes pues el sesudo pensador australiano Singer lleva años enriqueciéndose publicando libros e impartiendo conferencias sobre los “derechos de los orangutanes”, pero impulsando seriamente el aborto de las hijos humanos concebidos.

Esos no pueden ganar al Papa en la carrera ecologista pues Francisco enseña siempre, de acuerdo con la Biblia, el respeto al medio ambiente, el verdadero ecologismo no integrista llamando “a la responsabilidad personal en la custodia de la creación, don precioso que Dios ha puesto en las manos del los hombres”,  también a los políticos europeos.

Vemos que andan juntos los orangutanes, perros, los burros,  e incluso los conejos, porque les une la naturaleza animal dominada por los instintos básicos: alimento, generación, y defensa. En cambio el ser humano, contra lo que puede  parecer por el comportamiento de algunos, tiene un alma espiritual y por ello dignidad y derechos, y además con la gracia es hecho hijo de Dios para la Vida eterna. También lo ha dicho el Papa Francisco en el Parlamento Europeo: “ Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie”.