martes, 14 de abril de 2015

Lutero se equivocó

En Pascua los cristianos celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte en la Persona de Jesucristo muerto por la maldad humana y resucitado como Dios salvador de la humanidad.

La Iglesia católica vive pendiente del ecumenismo buscando la unidad histórica de los discípulos de Jesús tal como Él quiso, dotándola de las notas de ser una, santa, católica y apostólica, algo genuino y necesario para ser instrumento de salvación para los hombres. Pero la historia la hacemos también nosotros y a veces nos dedicamos a destruir lo que Dios hace. Por eso es importante sacar lecciones de la historia, maestra de la vida: la reforma luterana es un ejemplo de ello.

Las razones de Lutero
Martin Lutero no tenía razón aunque tuviera sus razones. La Iglesia de Roma conservaba hasta entonces todo el patrimonio recibido, el depósito de la fe tal como lo expresa el Credo o Símbolo apostólico y detalla el Símbolo Quicumque. Dios es Dios, es único pero no solitario: es Padre, es Hijo, es Espíritu Santo por conocimiento y amor infinitos.

No es que se parezca a las familias humanas sino que la familia es un reflejo de la vida íntima de Dios trino.  En efecto, la felicidad humana reside en amar y ser amados sobre todo cuando el eros está elevado por el ágape, es decir, la atracción humana por lo bello y lo bueno es enriquecida por la donación de Dios, una participación en su vida tripersonal por la gracia que concede a partir del Bautismo.

Así este misterio primordial fundamenta todo la realidad: la divinidad de Cristo; la encarnación la redención; la acción sobrenatural vitalizante del Espíritu Santo en la Iglesia fundada por Cristo; la resurrección de la carne, misterio asombroso superior a la mente humana pero fundamentado en la Resurrección gloriosa del mismo Jesucristo con poder sobre la vida y la muerte y la transformación de la materia; y finalmente el Símbolo afirma la Vida eterna como destino último para los hijos de Dio , completando el ciclo salvífico del Dios misericordiosos, pues todos somos creados por su amor. Vivimos en la tierra cooperando en la transformación del mundo y principalmente desarrollando la comunidad humana como ámbito de caridad y felicidad.

Pues bien, todo esto lo aceptará Lutero. Lo que no podía aceptar eran las desviaciones prácticas contrarias al Evangelio de muchos eclesiásticos e incluso de la cabeza visible. Sin embargo Lutero corrompió más de lo que pensaba y destruyó más que construyó. En términos de eficiencia esto es un fracaso sonado. Dividió a la Iglesia apartándose de Roma, alterando la buena doctrina que se mantenía incólume hasta entonces con el Magisterio, y destruyó la vida sacramental quedándose sólo con el Bautismo y la Eucaristía, y esto con matices.

Demolición en cadena
Al desgajarse con este cisma sembró la guerra y la destrucción desde las primeras comunidades nacionales sustentadas en la Europa de la cristiandad, y no pudo evitar que aparecieran entre sus seguidores multitud de divisiones –las diversas confesiones protestantes a centenares hasta hoy- mostrando que quien siembra vientos recoge tempestades. Además de este tremendo error de fondo y de forma, por orgullo y violencia, le faltó visión de conjunto. Cierto que las obras para levantar la nueva basílica de San Pedro y otras basílicas y catedrales en aquellos estados pontificios, se prestaron a corrupciones, a simonía, a mundanización de los estamentos eclesiásticos, y a inmoralidad.

Inmerso Lutero en su gran tala de árboles enfermos no supo ver la amplitud del bosque. Hacía siglos que la Roma decadente había sido arrasada por los pueblos bárbaros, dejando un montón de ruinas en piedras y desorganización social. Se estaba levantando con dificultad pero son altura de miras un mundo moderno impulsado por la fe cristiana dirigida por la Iglesia de Cristo. Las ruinas de Roma que hoy admiramos eran, aquel siglo XVI cementerios de una época muerta y estaba renaciendo el centro del mundo. Nada de esto quiso ver Lutero ofuscado por su pasión purificadora, que en realidad fue demoledora.

Han pasado seis siglos y nos emociona ver aquellas ruinas romanas, resto de una grandeza imperial superada pero sobretodo de la capacidad constructiva de la Iglesia universal. Y a pesar de los pesares una persona culta y con fe puede estar agradecida hoy a las jerarquías eclesiásticas que impulsaron las bellas artes –arquitectura, escultura, pintura música- , así como las ciencias y el derecho, dinamizando la cultura como manifestación humana de la grandeza infinita de Dios.


Jesús Ortiz López


http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Lutero-equivoco_0_2468753105.html