Votar es algo serio y por eso cada uno sopesa a quién votar.
Dentro del abanico de partidos e ideologías el voto no es resolver un
crucigrama o un sudoko pues no hay una solución exacta, y por eso no encuentro
un partido que me convenza y ellos lo saben: por eso apelan al voto útil o simplemente
a impedir que gobierne el contrario. Con más razón ningún partido político
puede encarnar la doctrina católica sobre las cuestiones sociales. Sin embargo,
me parece que hay grados de acercamiento
o al menos de no rechazo expreso a esos valores en el respeto de la persona
humana.
Ahora los obispos españoles no se pronuncian pues consideran
que lo documentos publicados en los últimos años son suficientes para orientar
la decisión de los católicos. Quizá esto implica un frío distanciamiento de
partidos que decían inspirarse en ideas cristianas y que han demostrado lo
contrario, como el Partido Popular, el PNV vasco o la CiU catalana.
Necesariamente hay que aterrizar a la hora de votar
conociendo las propuestas de los partidos sobre la vida, la educación y la
familia como temas capitales. Y tendré que informarme de su programa no en los
platós de televisión sino leyéndolos con espíritu crítico mientras recuerdo las
experiencias recientes. Aquí un católico responsable se encuentra con serias
dificultades y la tentación de no votar a ninguno que también es un modo de
participar en estas elecciones. Además, una cosa es el incumplimiento de los
compromisos, otra la ambigüedad y otra las propuestas contrarias a la ley
natural, de la que todos se olvidan pues su ideología no parece admitir la
existencia de supuestos prejurídicos, es decir, morales o de naturaleza y
condición humana. Añadamos a esto que el laicismo agresivo o el de guante
blanco ignora la ley natural y lucha frontalmente contra todo lo católico.
A la vista están los embates a las creencias jibarizando los
Belenes, como la alcaldesa Carmena de Ahora Madrid; la supresión de imágenes en
los tanatorios como en la Valencia de Ribó; la eliminación de los conciertos
con escuelas de inspiración cristiana como la Junta de Andalucía de Susana, o
el acoso a la clase de religión libremente elegida en la escuela. No digamos el
mantra de acabar con los Acuerdos con la Santa Sede y modificar el artículo 16
de la Constitución, o la demagógica propuesta de suprimir el IBI para las
instituciones eclesiásticas, ocultando que no es un favor sino la legislación
vigente aplicada también a las fundaciones de los partidos políticos y los
sindicatos.
Todo el populismo participa de esa asechanza a lo católico
intentando construir una sociedad postcristiana en la que Dios sea irrelevante
en la vida pública y en la educación, confiando en que eso ayudará a eliminar a
Dios de las conciencias. Parece que no han cambiado desde la aquella propuesta
marxista de eliminar la “alienación religiosa” como condición para acabar con las
demás alienaciones a fin de instaurar el paraíso comunista, ya experimentado
por cierto en la URSS durante setenta años, en la China de Mao o en el Vietnam
de Pol Pot. De todo ello dan testimonio silencioso las calaveras apiladas en
interminables galerías. Porque cuando los hombres quieren establecer el
paraíso en la tierra suelen traer el infierno que, al decir de Sartre, “son los
otros”. Y ahora la versión podémica actual quiere tomar el cielo al asalto, corrigiéndose
después diciendo que llamarán al timbre, para no asustar al votante ingenuo. Un
esperpento.
A la vista de todo esto un católico coherente no buscará una
perla política sino aplicará los principios para votar, hoy y ahora, aquella
opción que más se acerque al bien común integral de la persona humana y tenga
menos rechazo de la ley natural expresada en la defensa de la vida, la libertad
de educación y el fortalecimiento de la familia. Desde luego no conviene votar
mirando la televisión y menos con las tripas, sino con la cabeza despejada y con
mucho corazón.
Jesús Ortiz
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/hago-voto_0_2620537941.html