miércoles, 28 de enero de 2015

LA RELIGIÓN ES FUENTE DE PAZ: AL MENOS LA CRISTIANA

El Papa Francisco afirma una vez más en Sri Lanka que “las creencias religiosas no pueden ser manipuladas para apoyar guerras“, a la vez que pedía que todos las religiones “denuncien los actos de violencia cuando se cometan“. Y eso a los pocos días de los bárbaros atentados en París a manos de islamistas fanatizados.
Parece elemental unir religión y paz, con tolerancia y convivencia, aunque es cierto que la historia humana arrastra innumerables episodios de violencia cometidos en nombre de unos supuestos dioses. Sin embargo ahora se hace más necesario recordarlo frente a los fanáticos de una parte, y a los laicistas dogmáticos de otra, que encuentran así una excusa para apartar la religión de la sociedad, de la vida pública y de la educación.
Rechazar a los fanáticos
Los fanáticos crecen al amparo de las religiones como la mala hierba en los jardines, unas veces en el islam, demasiadas, y otras en el hinduismo, y otras en el animismo, sin olvidar los amparados en el cristianismo. Es la sombra alargada de Caín que vaga errante por la tierra desde los comienzos, que quizá podría haberse justificado en el choque de ofrendas con su hermano Abel. No, ninguna religión puede amparar las guerras, la violencia, o la intolerancia.
Hacen bien los ulemas e imanes de las comunidades islámicas acogidas en el Occidente democrático en rechazar los crímenes en nombre de Alá, bendito sea. Parece que inauguramos ahora un tiempo nuevo de sensibilidad mundial frente a la amenaza  del llamado Estado Islámico, de Al-Qaeda, o de cualquier otra organización terrorista como Boko-Haram. A la cabecera de la condena deben estar las comunidades islámicas y trabajar cada día para que las larvas del fanatismo no aniden en el corazón de los niños y jóvenes, cosa que ocurre cuando se presenta al islam como única religión verdadera que debe imperar en la tierra por las buenas o por las mala: conversión o ejecución, como en Afganistán.
Así pues, tienen mucho trabajo por delante sus dirigentes para empezar esa nueva etapa desde las mezquitas, escuelas coránica y familias. A la cabeza de esos dirigentes habría que situar a los príncipes saudíes y de emiratos árabes, a los gobernantes de países islamizados como Malasia, y a los clérigos que dirigen la oración en la mezquitas. Quizá tengan que revisar algunas suras del Corán para mostrar limpiamente su coherencia interna y la incompatibilidad con el alfanje. Y como pide el Papa Francisco se atrevan a denunciar ante las autoridades civiles a quienes trabajan para captar a jóvenes para su guerra santa.
Los cristianos también hemos padecido etapas de fanatismo que surgen cuando el poder político se apropia de la religión, la mezcla con la ideología, y la impone por la fuerza. Todo en abierta contradicción con el Evangelio y el humanismo cristiano pacientemente trabajado desde esas raíces en los pueblos de Occidente y predicado por los misioneros en todos los continentes. El papa Juan Pablo II ya pidió perdón solemnemente en el año 2000 al inaugurar este tercer milenio, por los episodios de violencia en nombre de Dios. Algún gesto semejante podría hacer alguien en nombre del islam.
La paz cristiana
Pero tropezamos con el problema de que no hay una cabeza visible que hable y gobierne en nombre de esa religión. Los católicos seguimos al Papa como vicario de  Jesucristo en esta tierra desde Pedro, el primer constructor de puentes, elegido por el mismo Cristo. Algo que tenemos que agradecer por el inmenso bien que deriva y por la altura espiritual y moral, alcanzada por el Pontificado desde hace siglos. Además en el centro del cristianismo está la caridad como virtud más elevada que dirige la oración y la acción del cristiano con múltiples concreciones en la vida de Jesucristo, en sus gestos de perdón y en sus palaras de misericordia hacia el prójimo, a quien se tiende la mano, se le abre el corazón, y se le da razón de nuestra esperanza.
Capítulo aparte es el de la blasfemia, una aberración por la que algunos hombres se rebajan al nivel de las bestias, porque en el fondo suponen que hay un Dios poderoso que no pueden entender ni manipular. Los católicos padecemos cada día esas ofensas a Jesucristo, a la Eucaristía, a los sacramentos, a la Virgen María y a los santos, no en tierras extrañas sino en nuestras calles, en la televisión y en películas, o también en las revistas satíricas como Charlie Hebdo; las sufrimos con paciencia en actitud de desagravio hacia Dios y rezando por esos pobres miserables, pero no se nos ocurre emplear la violencia para castigar esa falta de respeto a las creencias, y de ninguna manera ningún dirigente religioso invita a ello
No olvidemos que los cristianos son los más perseguidos desde sus orígenes, mucho antes de que naciera el islam y se impusiera por al espada, a lo largo de la historia de Occidente y de Oriente, hasta desembocar hoy en las matanzas habituales en países africanos como Uganda, Egipto o Nigeria, por no hablar de la sangre de los mártires en Corea, Japón o la inmensa China. Por todo ello la Iglesia católica hoy, con el Papa a la cabeza, puede pedir con autoridad que se denuncien los actos de violencia amparados en la religión, como si Dios se despertara cada día con la espada en la mano.

http://www.religionconfidencial.com/tribunas/religion-fuente-paz_0_2418958109.html

LA NAVIDAD A FONDO


“AQUÍ” es el adverbio  más repetido en muchos lugares de Tierra Santa. Aquí, en este mismo lugar, ha vivido Dios con nosotros. Ha contemplado este paisaje, ha pisado estos caminos, ha vestido como los demás, ha trabajado con manos de hombre, ha sufrido y ha reído. Increíble pero es la verdad. Ese “AQUÏ” destaca en la Basílica de la Natividad en Belén: Hic de Virgine Maria Iesus Christus natus est.

El Niño que salva

            Entrar en Belén de Judá hoy día es a la vez emocionante y desanimante. Porque el creyente percibe la falta de unidad entre los cristianos, que a veces llega a la hostilidad, especialmente grave ante esa cuna señalada con una estrella de plata –el brillo de Dios- y un espejo donde nos deberíamos mirar los hombres para ver si nos parecemos en algo a Jesús de Nazaret.

            Sin embargo, esa vivencia es un estímulo para pedir a Dios el don de la unidad que está por encima de las miserias humanas, y también para mirar a Jesús con una sinceridad profunda que convierta el propio corazón. En esa tierra de Jesús el peregrino advierte la mano cainita de los hombres pero sobre todo la mano de Dios que escribe derecho con renglones torcidos: los de los hombres a los que mira con misericordia. Sin ello la Tierra Santa no existiría hoy para los cristianos.

            Todos pueden sentir admiración por Jesucristo como el hombre bueno que ha enseñado una doctrina maravillosa, pero eso no significa creer en el Niño de Belén, como el Hijo de Dios encarnado para la salvación de todos los hombres, la Persona divina que obra a través de la naturaleza humana que ha asumido. Por ese Niño la Iglesia es la comunidad de los creyentes, de los perdonados, que predica a Jesucristo como el Salvador de los hombres.

            Gracias a esta fe la Navidad llega más allá del ternurismo, necesario pero insuficiente, y mueve a cambiar profundamente ejercitando virtudes muy concretas. Por ejemplo, la humildad para andar en la verdad, como decía Santa Teresa; y también afinando la propia conciencia que se mira en Jesús Niño, joven, o en la madurez, para no autoengañarse; por eso es tan útil el sacramento de la Penitencia practicado en este tiempo de Navidad, sobre todo  cuando uno lleva meses o años sin vivirlo.

            Junto a la humildad es tiempo de practicar la caridad que da vigor a las virtudes de la convivencia tan necesarias como ausentes en esta sociedad: la amabilidad con todos, perdonar y olvidar; dar gracias al prójimo; subrayar lo positivo y poner buena cara; adelantarse en el servicio… entre otras. Porque si no traducimos de este modo la mirada del Niño la Navidad degeneraría en unas simples fiestas de invierno, como algunos intentan con torpeza y fracaso.


Cielo y tierra unidos

            Asomados al portal de Belén, “la casa del pan” de Vida, los hombres podemos comprender que todas las cosas son buenas, y se puede hablar de un materialismo cristiano. La fe cristiana no desprecia las realidades nobles de la tierra porque ve en la naturaleza y en la historia la Providencia de Dios, en la materia y en el espíritu, en lo bueno y también en lo malo. El cristiano no es un ser especial que nada tenga que ver con los demás hombres, sino que trabaja con ellos para acercarles a Dios colaborando con los dones que recibe en los sacramentos.

            Con esta fe audaz lo ha expresado san Josemaría Escrivá: «El auténtico sentido cristiano —que profesa la resurrec­ción de toda carne— se enfrentó siempre, como es lógico, con la “desencarnación”, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un “materialismo cristiano”, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu. ¿Qué son los sacramentos —huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos— sino la más clara manifes­tación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales?» (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer,  n. 115).

            Queremos decir que la presencia de Jesús en Belén da un valor nuevo a todo lo humano. Al entrar en la tierra ha tomado sobre sí las realidades humanas nobles, dándolas plenitud de significado. El cristiano reconoce entonces el sentido divino del quehacer humano y, con el auxilio de la gracia, puede realizar obras con valor de eternidad contribuyendo a instaurar el Reino de Dios en el mundo. Entonces el “Feliz Navidad y deseo de todo lo bueno para el próximo Año 2015” tiene sustancia humana y cristiana.


Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico

http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Nino-salva_0_2405159470.html


 http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Cielo-tierra-unidos_0_2405159472.html

Los vuelos del Papa

Los viajes del Papa Francisco en avión proporcionan buenos titulares a la opinión pública. A la ida a Filipinas lo del puñetazo y a la vuelta lo de los conejos, en respuesta las preguntas de los periodistas. Francisco no renuncia decir lo que piensa en beneficio del impacto claro para la gente común; no ignora que algunos criticarán sus palabras y sigue adelante con su espontaneidad de párroco mundial.

Cualquier persona con sentido común sabe distinguir entre las enseñanzas doctrinales y morales de su elevado magisterio, como hace en la Exhortación ”Evangelii Gaudium”, de estas declaraciones directas para fijar una idea. El Papa Francisco no alienta ninguna violencia contra nadie pero afirma con claridad que la libertad de expresión sí ejerce violencia contra muchas personas mofándose de sus creencias y valores fundamentales. Francisco tampoco propone un freno a la natalidad de los católicos pues, en sintonía con Pablo VI y Juan Pablo II, no entiende la paternidad responsable como tener sólo un hijo por matrimonio. No, el Papa no está en las nubes porque vuela por encima de las nubes con la ayuda de Dios.

Jesús Ortiz

Francisco y la paternidad responsable


Francisco tiene gran capacidad para provocar titulares sorprendentes que necesitan ser desbrozados de la maraña mediática. Cierto que en el avión de vuelta de Filipinas ha dicho que «hacer hijos en serie» o que ser buenos católicos no lleva  «perdonarme las palabras, a ser como conejos», como matiz a su exhortación a que los matrimonio estén abiertos a la vida. Una vez más su lenguaje coloquial con periodistas en un vuelo debe ser bien entendido. Porque el Papa Francisco no apoya de ningún modo el control de la natalidad ni las políticas maltusianas para frenarla en países menos desarrollados, como ha dicho expresamente.

El Papa Francisco predica la paternidad responsable «en el mismo sentido y la misma sentencia», según el dicho teológico, que Pablo VI en la Humanae Vitae cuando mantuvo la doctrina permanente de la Iglesia en medio de las presiones para que la cambiara. Mensaje nuclear de sus encuentros en Manila con las familias ha sido mostrar «la alegría y esperanza de ver tantas familias numerosas que acogen los hijos como un verdadero don de Dios». Y en la posterior audiencia semanal en Roma ha alabado también la valentía de Pablo VI por rechazar las tesis de que «las familias con muchos hijos y el nacimiento de tantos niños sean la causa de la pobreza. Me parece –decía- una afirmación simplista». Si había que corregir algo él mismo lo ha hecho.

En torno a la paternidad responsable, entendida malamente de modo restrictivo, hay un problema práctico y un problema moral-doctrinal. Una mala praxis suele corromper los principios, es decir, una teoría verdadera en sentido griego. Y también una teoría errónea desemboca en una praxis torcida. De modo más coloquial podemos decir que un fin bueno no puede justificar unos medios inmorales, que sí deben justificase por su rectitud ética: el fin no justifica los medios.

Por eso la mentalidad contraceptiva de limitar voluntariamente el número de hijos a uno o dos, como es costumbre en  los países desarrollados como España a la cola de la natalidad, constituye ya un fin malo y por ello también los medios contraceptivos que buscan ante todo la seguridad: desde los anovulatorios modernos, pasando por los preservativos hasta llegar al aborto. Esta es la dinámica interior de esa mentalidad, aunque ciertamente no todos practiquen esos medios inmorales.

El Papa Francisco no frena la natalidad, y entiende la paternidad responsable como siempre: se ejercita con la voluntad de tener un hijo más o, si hay motivos graves distanciar otro nacimiento, sirviéndose de los métodos naturales, que por cierto los expertos valoran por su gran efectividad. Unas veces se utilizan rectamente para posponer un embarazo o para procurarlo cuando se desea otro hijo.  La buena praxis de la Iglesia y la pastoral por parte de los sacerdotes es mostrar la doctrina católica sin empujar, sin frenar y sin corregir la decisión en conciencia de los matrimonios, que nadie puede sustituir, dejando siempre un margen a la gracia de Dios.  En definitiva, el Papa viaja entre las nubes pero no está en las nubes, aunque algunos interesados lean en diagonal sus palabras.


Jesús Ortiz López . Doctor en Derecho Canónico 


http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Francisco-paternidad-responsable_0_2425557454.html