Me parece que no debemos concederles el regalo de afirmar
que estamos en guerra. Eso es lo que creen los yihadistas que se suicidan
después de llevarse por delante a docenas de jóvenes en Bataclan con sus
fusiles de asalto. Pero no son soldados sino asesinos que imponen su fanatismo
a tiros.
Rebobinar
Quizá empezaron en las casas de un barrio periférico viendo
películas y videojuegos violentos y aumentando después las dosis de sangre para
estimular sus escuálidos cerebros. Después y desde esas viviendas con poca vida
familiar conectaron con algunos fanáticos retorcidos en las redes que les
inocularon su odio hacia Occidente envuelto en la religión islámica. Esos
fanáticos manipuladores de jovencitos les narraron cuentos preciosos sobre un
paraíso lleno de placeres sensuales, y a ellas las atrajeron con la ilusión de
servir a una religión pura y llena de certezas. Detrás de ellos se podría
encontrar a jerarcas árabes que nadan en una opulencia obscena en sus mansiones
en países del Golfo Pérsico.
Desde hace décadas han extendido el fanatismo
islámico hacia el norte como Siria e Irak y hacia el oeste como el norte de
África.
Gracias a sus petrodólares quieren extender el islamismo y
destruir la cultura occidental pero sin mancharse directamente las manos
mientras disfrutan de las ventajas de Occidente libre en sus escandalosas
mansiones situadas en urbanizaciones exclusivas del sur de España. Hay pues un
hilo conductor desde la Meca a París, Madrid o Nueva York tendido por algunos jeques
árabes.
Esos fanáticos son simples terroristas inmersos en unas
redes tejidas a la sombra de la negra bandera de Estado Islámico. No tienen la
nobleza de los combatientes en una guerra en la que unos ejércitos miden sus
fuerzas dando la cara con valentía e ingenio para superar el miedo y vencer.
Por eso pienso que no estamos en guerra con Estado Islámico, o como quieran
llamarse, ni con la religión mahometana: somos víctimas del terror irracional
que va tocando a cada familia. Y no nos vamos a estar quietos pues hay que
repelar las agresiones y atacar las raíces en los guetos, fuentes de
financiación y guaridas de las alimañas.
Luchar con más
autoestima
Esta nueva situación en el Occidente democrático no debería
llevar a la pasividad sino a poner más medios para aniquilar a las alimañas
yihadistas en sus guaridas. Tenemos unos Cuerpos de Seguridad cualificados y
unos ejércitos preparados aunque se eche en falta la valentía de ir a por ellos
calculando el costo de impopularidad que inevitablemente traerá, azuzado además
por los populismos que buscan las causas del terrorismo dentro de nuestra
civilización. Un país agredido por lobos organizados o solitarios –hoy es
Francia, ayer España, y mañana cualquier país civilizado- tiene derecho a la
represalia y a la defensa preventiva. Pero tiene que tener convicción y autoestima, algo que falta en la España
actual enferma de rencores, y en una Europa que no reconoce sus raíces
cristianas.
Ya se están atacando las bases
del pomposo Estado Islámico, con una incipiente coalición de ejércitos para
derrotar a los terroristas en sus guaridas. Y habrá que acabar con el comercio
de su petróleo, con el tráfico internacional de armas aun renunciando a sucios
beneficios para unos Estados poderosos y otros mediocres. Además Europa tendrá
que desarrollar nuevas políticas de integración para acabar con los guettos
musulmanes en nuestras ciudades: tendrán que optar por integrarse de verdad o
marcharse de unos países que odian. Y una prueba de ello debe ser la denuncia
por parte de los islamistas verdaderamente religiosos de todos los fanáticos
extremistas en sus comunidades, porque una vez más se cumplirá aquello de “cría
cuervos y te sacarán los ojos”.
En fin, no deberíamos conceder a los terroristas la satisfacción
de considerarlos soldados sino asesinos que deben ser descubiertos y
destruidos. Aunque algunos gobernantes a nivel medio y bajo se resistan a ello
no cabe más solución que buscarlos pisando sus tierras pagando el tributo con algunas
vidas de soldados que habrán muerto defendiendo la civilización occidental, es
decir, el futuro de la humanidad.
Jesús Ortiz López