miércoles, 20 de abril de 2016

PARA ENTENDER «LA ALEGRÍA DEL AMOR». (I)

El concilio Vaticano II impulsó una transformación importante en el desarrollo histórico de la fe vivida. Se trata de una nueva eclesiología caracterizada por la comunión y diálogo tanto hacia dentro de la misma Iglesia como hacia el mundo moderno inmerso en grandes cambios. Todo lo que ha venido después se inscribe en esa atmósfera vital de apertura y servicio a cada persona, sin discriminación alguna.

Misericordia y esperanza
Unos años después se ha hecho más visible el rostro de la Iglesia mediante la misericordia y la esperanza, que afloró con Juan Pablo II y ahora brilla con el Papa Francisco. Y este es sin duda el marco de referencia de la exhortación postsinodal Laetitia amoris (LA), para captar su mensaje nuclear junto con los muchos matices y aplicaciones pastorales.

Vaya por delante que estas orientaciones son para todos y principalmente para los laicos, ayudados por otros agentes de pastoral, los sacerdotes y los obispos. No parece que el Papa Francisco pida un cambio de rumbo a los sacerdotes pero sí una sensibilidad pastoral nueva más personalizada a fin de integrar a cada uno en la fe vivida en las comunidades eclesiales, sean parroquias, movimientos, asociaciones y otras realidades de apostolado.

Conviene pensar atentamente  esta exhortación o invitación importante en el contexto antes señalado a la luz de la Familiaris Consortio, la exhortación postsinodal con Juan Pablo II –específica sobre el matrimonio y la familia- , de Humanae Vitae de Pablo VI,  y de la Lumen Gentium, citadas varias veces y mostrando la continuidad en la doctrina magisterial, con su llamada a la santidad para todos los fieles, la mayoría de los cuales están casados o tienen el matrimonio como proyecto natural de sus vidas. Ellos son los primeros destinatarios del documento, como señala el Papa Francisco invitándoles a meditar con atención particular los capítulos cuarto y quinto que hablan del amor matrimonial y del don de los hijos.

Merece ser destacado el capítulo cuarto que hace una glosa de gran belleza y humanidad al famoso Himno de san Pablo en su primera epístola a los Corintios. Constituye el mejor elenco de virtudes que acompañan a la caridad vivida con el prójimo y específicamente en el amor matrimonial. Sin duda está lleno de esperanza con altura de miras, hasta el punto de resultar aparentemente inalcanzable en la convivencia matrimonial y humana, salvo que los protagonistas cuenten con la gracia de Dios recibida en los sacramentos del Bautismo, del Matrimonio, de la Reconciliación y de la Eucaristía.

Ese tierno amor matrimonial viene preparado durante el noviazgo y desarrollado en el matrimonio alimentándose del vínculo matrimonial surgido del libre consentimiento. Es algo a tener en cuenta tanto por las parejas como por los sacerdotes que acompañan en el itinerario vital hacia el amor esponsal, tal como indica la exhortación: «La pastoral prematrimonial y la pastoral matrimonial deben ser ante todo una pastoral del vínculo, donde se aporten elementos que ayuden tanto a madurar el amor como a superar los momentos duros. Estos aportes no son únicamente convicciones doctrinales, ni siquiera pueden reducirse a los preciosos recursos espirituales que siempre ofrece la Iglesia, sino que también deben ser caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas. Todo esto configura una pedagogía del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos interiormente» (LA, 211).

Lo general y lo particular
Los padres sinodales abordaron la difícil tarea de conjugar las normas morales generales con las condiciones existenciales de las personas, y esto se refleja ahora en esta exhortación. Esto con la conciencia clara de que sólo con el seguimiento pastoral personal se puede dar solución real a las dificultades de un matrimonio o de una pareja determinada cuando se les invita a realizar un itinerario de fe vivida.

Este es el planteamiento conveniente para evitar interpretaciones reductivas de LA como si fuera un recetario de soluciones a determinados problemas actuales dentro de la Iglesia y en el conjunto de la sociedad. En efecto, señala en el capítulo octavo que la tarea de los sacerdotes es acompañar, discernir e integrar, y añade: «Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares.  Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma” (LA, 304).

Al reconocer que nadie puede esperar una nueva normativa general de tipo canónico aplicable a todos los casos exhorta a los sacerdotes a saber conjugar las normas con las situaciones concretas de las personas, bien para alentarles en su camino de santidad vivido con generosidad en la Iglesia, o bien para acompañar a quienes están viviendo en situaciones difíciles, las familias heridas: una madre abandonada con hijos; un padre separado y sin recursos; un matrimonio divorciado; víctimas de malos tratos; parejas de hecho, etc. Siempre hay que ayudarles a comprender su situación y reconocer su grado de responsabilidad, acercarse a la vida de fe, y sentirse acogidos por la misericordia en la Iglesia a la vez que ellos intentan actuar con misericordia. En definitiva es una llamada para que todos lleguen a una mayor integración en la vida eclesial y acepten el amor de Dios en sus vidas. Por eso aparece con oportunidad la famosa ley de la gradualidad, subiendo más alto como por un plano inclinado, algo muy distinto de la gradualidad de la ley, como si las normas morales no fueran iguales para todos.


Así lo sintetiza la exhortación: «Invito a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal. E invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia» (LA, 312). (Continuará)


http://www.religionconfidencial.com/tribunas/entender-alegria-amor_0_2694930503.html

lunes, 11 de abril de 2016

Valores cristianos: tan lejos y tan cerca

Lejos de nosotros pasan cosas importantes. Me refiero a la muerte del Magistrado del Tribunal Supremo de Estados Unidos, Antonin Scalia, un buen cristiano y un buen ciudadano.
            El funeral católico fue celebrado por su hijo sacerdote Paul quien destacó la fe de su padre que había recibido como un tesoro y un talento para dar fruto; ella alimentaba su paternidad y amor a su esposa; su entrega a la familia numerosa de nueve hijos; y su coherencia en su profesión.
            Recordaba en su homilía que: «Estamos aquí reunidos por un hombre. Un hombre que muchos de nosotros conocíamos personalmente; otros sólo le conocían por su reputación. Un hombre amado por muchos, despreciado por otros. Un hombre conocido por las grandes controversias y por su gran compasión. Este hombre, naturalmente, es Jesús de Nazaret. Este es el Hombre que nosotros proclamamos. Jesucristo, hijo del Padre, nacido de la Virgen María, crucificado, sepultado, resucitado, sentado a la derecha del Padre. Es por Él, por su vida, su muerte y su resurrección por lo que no lloramos como los que no tienen esperanza y por lo que, confiados, encomendamos a Antonin Scalia a la misericordia de Dios».
            Y añadía: « Además, le damos gracias porque le dio una nueva vida en el bautismo, le alimentó con la Eucaristía y le sanó con la confesión. Le damos gracias porque Jesús le concedió 55 años de matrimonio con la mujer que amaba, una mujer que le seguía en cada paso y le consideraba responsable».
            Desde el ambón, Paul daba gracias a Dios por la vida de su buen padre: «Dios bendijo a nuestro padre con una profunda fe católica: la convicción de que la presencia y el poder de Cristo continúan en el mundo hoy a través de Su cuerpo, la Iglesia. Amaba la claridad y la coherencia de la enseñanza de la Iglesia. Atesoraba en su corazón los ritos de la Iglesia, especialmente la belleza de su culto antiguo. Confiaba en el poder de sus sacramentos como medio de salvación, como Cristo actuaba dentro de él para su salvación».
            Destacaba un aspecto capital de su quehacer público al afirmar que «Él entendió que no hay conflicto entre amar a Dios y amar a la patria, entre la fe y el servicio público. Papá entendió que cuanto más profundizase en su fe católica, mejor ciudadano y servidor público sería. Dios le bendijo con el deseo de ser un buen servidor de la patria porque, antes, lo era de Dios».

            Esto ocurre a miles de kilómetros de España -pero tan cerca por aquello de la aldea global- donde nuestros magistrados no suelen tener nueve hijos, no suelen ser católicos practicantes, y los que lo son de nombre no suelen ser coherentes con los valores de nuestra civilización cristiana, como la defensa de la vida. Porque entre los cargos importantes en la magistratura, en la política o en las grandes empresas, impera mucho miedo a nombrar siquiera al Dios cristiano, mientras se va extendiendo en la sociedad -institución a institución, persona a persona- el laicismo como interpretación falsificada de la aconfesionalidad del Estado español, establecida en la Constitución que dice: «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones» (Art 16, 3).

http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Valores-cristianos-lejos-cerca_0_2688331174.html