Un hombre de Dios muy humano deja
profundas huellas en miles de personas que le han tratado directamente por un
tiempo, como es mi caso. La Iglesia dirá más adelante si se inscribe en el
elenco de los santos, pues Mons. Javier Echevarría recibe ya peticiones personales para obtener
favores de Dios.
La
última vez que hablé con él me despidió con un abrazo fuerte parecido al
movimiento del corazón, apretando primero para impulsar después la sangre
oxigenada que rejuvenece al organismo. Esa es sin duda la huella de un buen
Pastor como ha sido él en su misión de Obispo Prelado del Opus Dei durante
veintidós años.
Sin
contar las Cartas mensuales a los fieles de la Prelatura y numerosos libros y
escritos, valoro el libro titulado “Itinerarios de vida cristiana“,
una visión cristiana llena de actualidad sobre los problemas de nuestro tiempo.
Y entre la muchas entrevistas me quedo con aquella tan personal a Pilar Urbano
en 1994. Manifestaba que, aunque siendo niño vivió en el mismo edificio donde
había un centro del Opus Dei, fue en Diego de León donde se informó con unos
amigos un domingo de 1948 por la tarde sobre la Obra. Refería que salió con una
estampa de Isidoro Zorzano que había fallecido antes, un posible santo con corbata.
Le rezó más tarde por su padre que había sufrido un infarto y falleció después.
Ese verano la familia permaneció en Madrid, comenzó a frecuentar un centro en
la calle Españoleto y “se enganchó“.
De
sus primeros encuentros con el Padre, san Josemaría, tenía grabadas sus
palabras sobre fidelidad, amor a la Iglesia y al Papa, y luego les regaló un
paquete de tabaco Chesterfield que le
habían dado en el Vaticano. Y en verdad fue bien valorado porque era tiempo de
escasez.
Recordaba
al Padre yendo siempre al encuentro de los demás, entregándose a tiempo
completo sin reservarse un minuto para sí mismo. Y a don Álvaro le ha visto
eclipsarse siempre en un segundo plano con el deseo de aprender del Fundador.
Desde
el comienzo de su vocación -afirmaba en esa entrevista- se sentía muy querido
por el Fundador pero también muy exigido; recordaba que más tarde -ya en Roma
desde el año 1955- le dijo una vez: “hijo mío, si no cambias, no podré confiar
en ti“. Así formaba el Fundador a los suyos en una atmósfera de cariño,
familia y milicia, como solía decir.
A
la hora de suceder a don Álvaro afrontó con paz el desafío de seguir a dos
santos que han dejado el listón muy alto, según dijo. Sin embargo no ha sido
una fotocopia de sus predecesores, porque ha ejercido la paternidad y el
gobierno con su propia personalidad revestida hasta el final con la
participación creciente en Jesucristo Buen Pastor.
Actuaba
de ese modo porque se sabía y sentía poyado por el amor y la oración de sus
hijas e hijos, y de tantos cooperadores y amigos. Como ahora rezamos por él
millares de personas que confían en el Opus Dei.
También
tuve ocasión de rezar varias veces el Rosario con san Josemaría, que variaba
cada vez el tono en alguna palabra del Avemaría para actualizar el diálogo
contemplativo con la Virgen María. Varias veces era don Javier quien dirigía
ese rezo mientras unos pocos realizábamos unos trabajos de decoración. La
Virgen de Guadalupe le ha acogido ahora como ya hizo con el Beato Álvaro y san
Josemaría. Cosas de la Providencia y señal para las gentes con fe.
Jesús Ortiz López
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Disfrutar-Navidad_0_2847315250.html