jueves, 25 de enero de 2018

Legisladores sin ley natural


             La joven alemana Sophie Scholl contribuyó con su sacrificio a la caída del nazismo, actuando como una nueva Antígona que se opone a las leyes injustas con la ley más antigua del mundo, la ley natural. En febrero de 1943 Sophie y su hermano Hans fueron detenidos por lanzar hojas de propaganda antinazi en la universidad. Después de tres días de interrogatorio fueron juzgados, junto un amigo suyo, y condenados los tres a muerte en la guillotina. La sentencia se ejecutó al día siguiente. Este suceso real ha sido llevado recientemente a la pantalla cosechando importantes premios. En el interrogatorio ella pregunta: «¿Por qué me castigan?» Y a la respuesta: «¡Es la ley!» ella replica:  «La ley se puede cambiar, la conciencia no». Mientras el interrogador la tacha de ser poco realista, ella responde: «Lo que digo tiene que ver con la realidad y la costumbre, con la moral y con Dios», pero sólo recibe la tajante respuesta: «Dios no existe». Y así vemos que, por encima de las apariencias, queda una vencedora y un vencido, a la vez que advertimos que la violencia procede de la falta de religión.

             Si miramos al siglo V antes de Cristo encontramos al personaje de Antígona, tantas veces citado, que se enfrenta al tirano Creonte porque reconoce el valor trascendente de las leyes de naturaleza que sostienen el desarrollo histórico. Entre el tirano y la valerosa joven se produce un diálogo que hace chocar la ley natural con la voluntad arbitraria del poder: «No creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para saltar por encima de las leyes no escritas, inmutables, de los dioses: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino de siempre, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron». Esa actuación de Antígona muestra que las normas éticas no son creación de los hombres ni dependen esencialmente de una época determinada de la historia, puesto que aparecen como una realidad anterior objetiva fundada en la ordenación de la naturaleza y de la condición humana, que remiten a los dioses.

 Ética común y creencias religiosas
            El pensamiento moderno ha cuestionado la ley natural como algo heterónomo cuando piensa que impediría la realización del hombre, como afirmaba el filósofo Sartre: «No existe naturaleza humana, porque no hay Dios que la pueda haber pensado» (L’existencislisme est un humanisme). Otros pensadores han planteado la necesidad de una ética común por consenso, pero ajena a las creencias religiosas, para orientar nuestro mundo globalizado, aunque paradójicamente está más fragmentado en los bienes y valores básicos. Sostienen que nninguna verdad privada puede aducirse para criticar una verdad pública, con la intención de lograr la convivencia entre distintas religiones, y naturalmente también para poner orden en el comportamiento humano. Algunos consideran que deberíamos evolucionar hacia una nueva generación de religiones sin pretensiones de verdad, quedando sometidas al principio ético de verdad; sin embargo, pienso que los presupuestos ideológicos que los sustentan tienen un concepto reductivo de la religión como un hecho cultural sin trascendencia alguna.

             El entendimiento entre religiones y culturas me parece más bien una cuestión de diálogo sincero sobre la base de la identidad y del sentido. Se parece a lo que ocurre con las vidrieras de las catedrales vistas desde fuera o desde dentro, y por tanto de modo distinto, de lo cual no se puede deducir que todas las perspectivas y opiniones serían equivalentes porque cada uno vería una parte de la verdad. Ahora bien, para no hacer del diálogo un engañoso relativismo sobre la verdad es preciso añadir que las dos posturas no son equivalentes, porque las vidrieras son una realidad con un sentido determinado por su finalidad en el ámbito religioso de la catedral. No están para ser vistas por fuera, ni siquiera por dentro como en un museo, porque son sencillamente un elemento más de un conjunto de significado religioso para contribuir a las celebraciones litúrgicas de esa comunidad cristiana en la catedral. Si se prescinde de su naturaleza, de su finalidad, y de su función, pierden su sentido y se convierten en una pieza de museo. En definitiva, hay que reconocer que no todo es relativo y por eso el creyente puede razonar a cualquiera que su «verdad privada» puede ser verdad universal, a condición de razonar con seriedad y buscar sinceramente la visión de conjunto, como ha hecho Ratzinger con Habermas, D’Arcais o M.Pera, entre otros muchos, incluidos judíos y musulmanes durante su primer año de pontificado.

 El código más antiguo del mundo
             En realidad, las mal llamadas «guerras de religión» han sido guerras del poder humano que utiliza la religión y la ley positiva ignorando la ley natural y la naturaleza misma de la religión. Por ejemplo, hablando de las guerras europeas en el siglo XVI, el historiador L.Suárez reconoce que: «Los príncipes mostraron interés en sostener a los grupos diferentes porque en ellos veían la posibilidad de aumentar su propio poder. Frente a Carlos V los luteranos esgrimieron el principio de “cuius regio eius religio” que autorizaba a los poderes temporales a asumir la dirección y gobierno en las cuestiones espirituales. Esta tendencia no se dio únicamente en las Iglesias reformadas; también los monarcas católicos aspiraban a que se les sometieran las estructuras eclesiásticas» (Cristianismo y europeidad).

             No se trata entonces de inventar una ética común a todas las religiones y civlizaciones porque ya está inventada y se conoce como ley natural. Como hemso visto, es el código más antiguo del mundo, anterior a cualquier ley positiva porque está inserta en la realidad de las personas; y por ello esa ley natural es ordenación de la razón y no puro biologismo, que debe ser entendida desde una antropología trascendental. Cicerón, en el siglo I antes de Cristo, consideraba la ley natural como ley suprema que fundamenta el derecho «que es común a todos los tiempos y ha nacido antes de haberse escrito ninguna ley ni constituido ninguna ciudadanía». Por ello esta ley conocida por los hombres es la medida para valorar las leyes humanas, y así unas serán justas y otras sólo serán utilitarias: «De manera que no hay en absoluto justicia si no hay naturaleza y la que se establece por razón de una utilidad, se anula por otra utilidad» (De legibus). Vemos, en definitiva, que en toda época el derecho se apoya en la naturaleza humana y sólo por excepción intenta contradecirla, con grave riesgo para la sociedad y para la libertad de las personas, como ocurre en nuestra época al intentar aislar el derecho positivo de la ley natural.

Jesús Ortiz López


https://www.religionenlibertad.com/codigo-mas-antiguo-del-mundo-61931.htm
 

Reacciones frente al transhumanismo


Una madre lleva a su hijo de trece años al médico por una pequeña afección y el doctor le pregunta, entre otras cosas, si le gustan más las chicas o los chicos. Todavía la madre y el hijo no han salido de su perplejidad después de mandar a paseo al médico.

Son pocos los médicos tan interesados en meter con calzador la ideología de género (IdG), y lo mismo ocurre con otros profesionales como psicólogos, profesores o artistas. Y son muchas las personas conscientes de la gravedad de la situación que amenaza con arruinar la sociedad en que vivimos y donde disfrutamos de libertad y libertades, entre otras la de expresión.

Una ideología es un conjunto de ideas que se  imponen manipulando los sentimientos al margen de las razones, como vemos en los populismos, los nacionalismos o las sectas. No hay datos científicos que avalen una ideología aunque sí aparato mentiroso o posverdad, como ahora la llaman. Ha ocurrido durante toda la historia por quienes buscan dominar las conciencias: unos pocos elitistas que imponen otras costumbres mediante la revolución cultural; muchas veces sangrienta pero otras de modo silencioso a semejanza de un cáncer que va invadiendo los órganos vitales del cuerpo.

En este caso la IdG ataca al matrimonio y la familia como instituciones humanas necesarias para la libertad y el progreso. Van arruinando los resortes morales para establecer un relativismo que impide distinguir lo benéfico de lo pernicioso, lo constructivo de lo destructivo, y en definitiva lo bueno de lo malo, con el fin de instaurar el transhumanismo o rebelión contra la propia identidad.

Los obispos acaban de pronunciarse con claridad sobre esta peligrosa ideología que «niega la diferencia y la reciprocidad natural del hombre y la mujer», «vacía el fundamento antropológico de la familia», y pretende tener la «hegemonía cultural, social y política  por medio de la represión legal y mediática», como señala Mons. Mazuelos  obispo de Jerez y miembro de la comisión episcopal de Familia y Vida.

«Represión» es la palabra adecuada porque la IdG utiliza todas las armas para silenciar la libertad de oponerse a sus planes. La careta que utilizan estos nuevos inquisidores es el discurso de la igualdad, la libertad y la tolerancia: la defensa de las personas con tendencia homosexuales frente a la discriminación que han padecido por una parte de la sociedad. Pero le dan la vuelta pues los perseguidos ahora son los padres, los colegios y profesores, o los pensadores que advierten de que «el rey está desnudo». Cuentan con poderosos medios para aturdir al común de la sociedad evitando que piense y reaccione frente a sus enemigos. No es alarmismo señalar instancias internacionales como algunas secciones de la ONU, lobbies como el elitista Club Bilderberg o poderes económicos mundiales, que son los instigadores para construir un nuevo orden-desorden social al margen de la condición humana, del sentido de la vida, y de toda trascendencia.

Muchos filósofos, juristas y comunicadores están suficientemente informados de los proyectos de la IdG y esto va llegando a la sociedad mejor informada; pero queda mucho por hacer hasta despertar las conciencias del común de la sociedad que sigue con inocencia suicida a los nuevos flautistas de Hamelin.


Jesús Ortiz López