jueves, 24 de enero de 2019

Celebraciones en la casa de Dios



He leído acerca de un funeral ofrecido por una joven fallecida de cáncer, con asistencia principal de sus compañeros de máster. Hubo muchas conversaciones en voz alta, como si estuvieran en una cafetería, mucho movimiento, mucha grabación en vídeo antes y en la Misa; también buenas y emotivas canciones interpretadas por un solista con su guitarra. Un par de chicas declamaron bien las lecturas con la Palabra de Dios y luciéndose. Y una homilía simpática.

No me parece mal esta ambientación y emotividad que para algunos es señal de nueva evangelización. Sin embargo, la actitud de los asistentes parecía precisamente la propia de «asistentes» a una manifestación de amistad, con un barniz vagamente espiritual. En realidad, apenas han participado porque no se enteraron de lo que allí se está celebrando: el misterio renovado de la Salvación ofrecida por Jesucristo como Cabeza de la Iglesia en favor de toda la humanidad; y esto se aplica en cada funeral, y en todas las Misas ofrecidas por los vivos y difuntos. Por eso echaba en falta el sentido de lo sagrado precisamente en ese templo, la casa de Dios y la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, algo que está ausente en la vida de muchos jóvenes.

El riesgo de humanizar lo sagrado es grande precisamente en esos contactos ocasionales -funerales, bautizos, bodas- en que muchos jóvenes y mayores pisan una iglesia sólo como «asistentes», pues apenas tienen capacidad de participar -de tener parte- no solo en la superficie sino en la realidad misma de lo más sagrado. Y los sacerdotes, y allegados creyentes practicantes, tienen la oportunidad de abrirles nuevos horizontes de conversión sin renunciar a la emoción, si es posible.

Hace poco atendí a unos cuantos jóvenes que participaban en el funeral de un pariente relativamente joven y fallecida también de cáncer. Algo captaron del carácter sagrado de la Misa. Antes de iniciarla, el sacerdote trató de «poner en suerte» a los asistentes para que guardaran silencio, se recogieron, advirtieran que estaban en un lugar sagrado y a punto de participar en la Eucaristía, la renovación del sacrificio de Jesucristo en la Cruz, hecho por amor, también por los que allí estaban. Informó que desde hacía un rato un sacerdote estaba en el confesonario dispuesto a administrar el sacramento de la Penitencia, perdonando los pecados, para quienes -ya bien dispuestos- quisieran recibir con el alma limpia, emoción y fruto la Sagrada Comunión. Y resulta que pasaron los suficientes como para no dar respiro al confesor durante toda la celebración litúrgica. Desde luego, aquello no rebosó emotividad ni hubo teatro, pero unos cuantos se reconciliaron con Dios, y entraron en la liturgia respirando paz después de años. No está mal para Navidad.

Jesús Ortiz López


https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/autor/000042/jesus-ortiz-lopez

¿Unum sumus?


Cada año la Iglesia dedica ocho días a pedir por la unidad de los cristianos. Los católicos tenemos la suerte de tener una referencia con el Papa y de reconocer en la cúpula de la Basílica del Vaticano una representación visible de la Iglesia de Jesucristo. Otros hermanos nuestros en el bautismo no tienen estas referencias tan claras y universales. Hace poco la Iglesia ortodoxa de Ucrania se ha declarado oficialmente independiente del patriarcado de Moscú, último episodio de las dificultades entre las Iglesias ortodoxas, patriarcados, y comunidades autocéfalas que no logran mantener la unidad genuina entre los discípulos de Jesucristo. En el ámbito de la Reforma luterana esta falta de unidad es mayor aún:  en las referencias, en la disciplina de los sacramentos o en las verdades de la fe. 

Juzgar tantos hechos históricos y calamidades causadas por la incomprensión y orgullo humanos, no autoriza hoy a juzgar con severidad lo ocurrido antes; pecaríamos de orgullo al compararnos desde nuestra supuesta objetividad y una condición más evangélica. Además, el relativismo actual inclina a confundir la Iglesia con la suma de las Iglesias históricas en un régimen de equivalencia teórica y práctica. 

Hace poco han sido publicadas algunas cartas de Pablo VI en el libro «La barca de Pablo», de Leonardo Sapienza. Manifiestan su gran amor a la Iglesia, su impulso ecuménico, su amor a los hermanos separados, así como su dolor por las faltas de unidad dentro de la Iglesia católica. El pasado año hemos recordado la fuerte contestación frente a la Humanae Vitae por defender la vida, la antropología del matrimonio, y el sacramento de Jesucristo. También al llevar a la práctica otras resoluciones del Concilio Vaticano II, enderezando algunos experimentos extravagantes de la doctrina y la praxis católicas.

También el año pasado se estrenó una película sobre el Apóstol Pablo -un rostro interpretado por Faulker y una vida de aventura-, quien en unión con Pedro y el resto de apóstoles luchó por vivir y acrecentar la unidad contra los ataques de los judaizantes, los calumniadores y los aprovechados. Entre otras, estas son sus palabras alentado a los de Filipo: «Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús». Tratemos hoy de vivir lo mismo pues el Espíritu Santo sigue actuando en la historia y en las almas.


Jesús Ortiz López 


https://www.religionenlibertad.com/blog/442275725/De-nuevo-el-Octavario-por-la-Unidad.html