Jesús Ortiz. Doctor
en Derecho Canónico.- Acabado noviembre y superada otra sesión de Halloween,
nos disponemos a preparar el Nacimiento de Jesús. Con la apertura del Año
litúrgico vamos a recorrer desde este Adviento sus pasos por la tierra desde su
Nacimiento hasta su Ascensión al cielo, donde reina junto con el Padre.
Viviendo sin sucedáneos en noviembre la Comunión de los
santos hemos celebrado la relación que pervive entre los vivos y los difuntos,
entre la tierra y el Cielo, entre los hombres y Dios. Todo es más real y amable
desde el Nacimiento del Salvador
Desde sus remotos orígenes los hombres creen en la
pervivencia después de la muerte, sobre todo a la hora de preguntarse dónde
está ese padre, esa madre o esa hija que ha muerto. ¿Realmente habrá
desaparecido para siempre? Esta profunda convicción humana es anterior al judaísmo
y por supuesto al cristianismo. Por ello hablar de la inmortalidad y a fortiori
de la existencia de Dios es esencial en la condición humana. Por eso Jesucristo
afirmará ante los saduceos tramposos que Dios no es de muertos sino de vivos.
El problema viene cuando alguno se aparta de Dios intentado
ponerse en su trono para comprobar después que se ha quedado suspendido en el
vacío. Con ese rechazo de Dios algunos se montan un circo en la cabeza negando
la otra vida, el alma espiritual y la ley moral natural. Entonces se inventa el
Halloween como imitación de la Comunión de los santos: la común participación
de todos los bautizados en las cosas santas, como son los sacramentos, y la
comunión entre personas unidas por la gracia a Jesucristo. Por eso el Catecismo
enseña que la Iglesia es más que la cúpula de San Pedro, pues acoge a los
fieles vivos en la tierra, a las almas que se purifican con esperanza cierta de
llegar al Cielo, y a los bienaventurados que gozan ya de Dios.
Y del ser más vivo que jamás haya existido celebrados su
nacimiento porque es el Hijo de Dios encarnado. También al comienzo los
Apóstoles tropezaron con los espiritualistas que imaginaban con torpeza que
Jesucristo se había revestido de carne mortal pero no era verdadero hombre.
Mateo y Lucas, en primer lugar, y luego Juan lucharon contra ese gnosticismo
-semejante a los actuales neopaganismos de Haloween, esoterismos, y
misticismos- afirmando la verdadera encarnación del Logos y su perfecta
Humanidad, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Hacia esta gran
verdad de nuestra fe nos encaminamos ahora en este Adviento.
Tiene razón la escritora italiana Susana Tamaro cuando
agradece la profunda sencillez del Papa Francisco por abrir espacios de
esperanza en la vida de millones, que regresan a la fe de la Iglesia, única que
es «capaz de ofrecer respuestas concretas a la desesperación contemporánea».
Esta Navidad será una nueva ocasión de mostrar la alegría del Evangelio que el
Papa Francisco nos muestra en la reciente Exhortación Apostólica.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico