Poner nombre a las cosas es privativo del
ser humano en un proceso complejo que requiere una comunicación fuerte en los
sentidos y una inteligencia creativa. Intus legere sostienen algunos
filólogos como origen de la palabra inte-ligencia: poner nombres a las
cosas es conocerlas por dentro, es decir, descubrir su naturaleza con
sus cualidades y accidentes. Por ejemplo, gracias a las ideas o conceptos
podemos experimentar que conocido un delfín ya están conocidos todos los
delfines con distinción entre su naturaleza y los accidentes: tan delfín es un
macho como una hembra, uno de tres años como otro de veinte años.
El juego de las palabras
Aquel humorista, Forges, representaba a su
personaje Blasillo con las manos en los bolsillos y diciendo a su compañero con
mucha seguridad: “Pues yo, al pan le llamo flus, y al vino frodo”.
Paradoja ridícula, porque así no se puede entender con nadie.
Jugar con las palabras no es resolver
crucigramas, un buen pasatiempo instructivo, sino un ejercicio peligroso al que
algunos se dedican desde hace tiempo. Si llamo “mariposa” a un “silla” estoy
alterando la realidad desde mi mente, me confundo y no puedo dialogar con los
demás; por eso el manejo del lenguaje es clave para la madurez personal y para
convivir en sociedad.
Algunos ejemplos negativos son: interrupción
voluntaria del embarazo; elegir una muerte digna; género en lugar de sexo;
derechos de los animales; dieciséis formas de matrimonio; progenitor A y
progenitor B; familia monoparental; trabajo fijo discontinuo; inmunidad de
rebaño; homofobia, etcétera. Y viene a la mente la denuncia de Orwel en su
obra supercitada «1984» pues bajo la protección del Gran Hermano la verdad
es la mentira; la libertad es la esclavitud; el amor es el sexo; la guerra es
la paz, y tantas otras manipulaciones absurdas.
Sobre la interrupción voluntaria del
embarazo, ha escrito el profesor Ignacio Sánchez Cámara con lógica irrefutable:
«Hablando con propiedad el aborto consiste en matar al feto en el seno de su
madre, más bien de la mujer. Abortar no es interrumpir un proceso natural o, si
lo es, consiste en matar al no nacido. No decimos que el asesinato sea la
interrupción de un proceso vital ajeno, ni el robo la interrupción de la
propiedad ajena ni la violación la interrupción temporal de la libertad sexual
de una mujer. El aborto consiste en dar muerte a un ser humano antes de nacer,
es decir, en matar.»
Y seguimos pues avanza la ley sobre el
maltrato animal que parece un sistema de distopía más que una ley para convivir
en sociedad. Cómo se puede legislar que matar una rata en el garaje se castigue
con una multa y algo más ¿están desquiciados o qué están buscando?
El sentido común se rebela contra estos
intentos de una ideología absurda que traspasa los límites de lo imaginable. Se
puede descubrir la pretensión de fondo de una batería de leyes: borrar la
frontera entre la realidad y el absurdo, entre el bien común y la locura de una
minoría, o entre el derecho y la arbitrariedad, entre lo justo y lo injusto,
entre el bien y el mal. He aquí la cuestión: porque tratan de borrar la
realidad del mal en sus manifestaciones estableciendo un relativismo pleno, en
el orden del conocimiento, de las leyes, y de la ética. Y en el fondo se quiere
establecer una antropología individualista cerrada al espíritu.
Jesús Ortiz López
(Continuará)
https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/puede-reaccionar-i/20230301004622045604.html
Se puede reaccionar (y II)
Decíamos que jugar con las palabras no es
resolver crucigramas sino un ejercicio peligroso al que algunos se dedican
desde hace tiempo.
Leyes inadmisibles
La ley de aborto sigue encontrando
oposición en la mayoría silenciosa de los ciudadanos, y otro tanto sobre la ley
de la eutanasia. Mientras muchos trabajamos a diario por hacer progresar la
sociedad, otros se dedican a jugar con las vidas ajenas, con las leyes, los
decretos, y las declaraciones lanzando mentiras a la cara sin inmutarse, pues
cuentan con la colaboración de poderosos medios de comunicación afines, que
configuran una y otra vez la opinión pública, pero también amparados por la
inmunidad del poder que intenta acallar la disidencia.
Con estas leyes de protección de los
animales se está librando la batalla sobre la condición humana. Intentan elevar
tanto a los animales hasta igualarlos a los hombres: proteger a una rata o una
zorra mientras se impulsa el aborto de casi cien mil criaturas al año en el
seno materno. Las disposiciones, las leyes, y la opinión pública dominada se
orientan a minusvalorar a las personas, a los desfavorecidos, a los
discapacitados (personas con capacidades especiales), y a los hombres como
culpables de violencia machista.
Un matrimonio que pasa por mal momento,
una imposición indebida, unas palabras malsonantes, o un marido sin trabajo,
son causa suficiente para que la mujer lo denuncie como maltratador. Según la
ley es culpable mientras no demuestre lo contrario, y eso lleva tiempo, dinero
y una fortaleza sobrehumana. Así están las cosas: la supresión del principio de
inocencia sin demostración alguna.
Una breve encuesta a universitarios con
propuestas para debatir en clase muestra la desorientación de los jóvenes en
los temas capitales de la antropología, pues se inclinan a tratar temas
candentes en la opinión pública. Por ejemplo, por orden de preferencia les
interesa debatir - lo cual no quiere decir que estén de acuerdo- sobre:
monarquía o república; pena de muerte sí no; legalizar o no las drogas;
educación pública versus educación privada; igualdad entre el hombre y la
mujer. Lo que menos les interesan son otras cuestiones importantes como:
conciliación entre vida familiar y trabajo; cesión de soberanía a Europa;
emancipación de los jóvenes del hogar familiar; independencia o politización de
la justicia; el estado de las autonomías; el derecho de huelga; los defectos
del sistema democrático.
Ideología de género
Construir un edificio es laborioso y
destruirlo es fácil con unas cargas de dinamita. Construir un matrimonio lleva
tiempo, conocimiento, amor y proyecto de vida con generosas cesiones por ambas
partes; destruir un matrimonio se puede hacer con mucha facilidad.
Entender y aceptar la dignidad del ser
humano ha llevado siglos, con sangre, sudor y lágrimas. Y ahora los nuevos
maestros de la distopía van destruyendo las normas humanas de convivencia: el
objetivo es sustituir la armonía por el desorden, el derecho por unos decretos poco
democráticos, la caridad por el odio. El esquema marxiano de enfrentamiento
entre clases sociales ha evolucionado como superioridad moral de la izquierda
frente a la corrupción de la derecha. Y silencian las corrupciones propias como
las antiguas en Andalucía y las actuales en Canarias y diputados del Congreso.
La apropiación de los medios de
producción se ha sustituido por el control de la comunicación. Pero no olvidan
lo más importante que es la deconstrucción de la familia, estableciendo
dieciséis, veinte o treinta formas de unión; la deconstrucción del matrimonio
considerado como alienación machista; y también la deconstrucción de la fe
cristiana minando el prestigio moral de la Iglesia católica, de los sacerdotes
y de las religiosas.
La ideología de género sustenta todo el
entramado para cambiar la sociedad, para animalizar a los jóvenes con la
pornografía, y para eliminar a los ancianos con la eutanasia. Esta ideología
está omnipresente en las series, las películas, las novelas, las continuas
noticias sobre violencia de género, y la expansión en las redes. También son
cargas de profundidad aplicadas en los libros de texto, publicaciones y
conferencias. Se trata de un magma de referencia en el que caben muchas cosas:
la elección de sexo según la propia voluntad, abandonando su condición natural;
el empoderamiento de la mujer imponiendo cuotas a todos los niveles; y la guerra
de los sexos.
¿Será posible frenar esta deconstrucción
social? No seríamos humanos si no confiáramos en nuestras propias fuerzas, en
los valores humanos, en los principios inmutables, en hablar y actuar con la
fuerza de la verdad y con la esperanza cristiana.
Jesús Ortiz López
https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/puede-reaccionar-ii/20230309003538045672.html