Los programas religiosos aumentan
exponencialmente la cuota de pantalla por televisión y lo mismo en las radios más
humanistas así como en internet. Puede pensase que es una salida ante el
obligado confinamiento, aunque hay algo más cuando las personas buscamos una
esperanza en Dios más consistente que la resiliencia ante la adversidad. De ahí
que la oferta diaria de Misas en streaming o en diferido consuela a las
familias, a los ancianos en residencias, y a los conventos.
Muchos millones en el mundo enero
han seguido la retrasmisión de la consagración de Portugal y España, en primer
lugar, y al mundo entero a la Virgen de Fátima, que evoca un par de ocasiones
solemnes para obedecer a la Virgen María y consagrarle el mundo, ante las
guerras del siglo XX, con san Juan Pablo II, o ahora la pandemia que nos
envuelve.
¿Por qué tenéis miedo?
La ceremonia penitencial
presidida por el papa Francisco en el Vaticano ha sido impresionante y la hemos
vivido como una llamada de Dios. La presencia del Cristo imponente del siglo
XVI chorreando sangre y agua así como la mirada maternal de la Virgen Salus
populi romani acogen la oración de los creyentes ante Jesús Eucaristía. La
soledad de la Plaza de Sant Pedro no estaba vacía pues millones de miradas se
empapaban con la lluvia fecunda de la contrición.
El Papa Francisco seguía como
hilo conductor el evangelio de la barca a punto de naufragar en medio de la
tempestad mientras los hombres se ven impotentes para frenar el acontecimiento:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? El comienzo de la fe es saber
que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos
hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas.
Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores,
para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a
bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo
bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras
tormentas, porque con Dios la vida nunca muere».
La hora de las preguntas
Todo esto significa un mirar
hacia arriba y para muchísimos una vuelta a Dios. Cuando un virus no vivo pone
en cuarentena al mundo entero, las gentes se paran y comienzan a reflexionar
sobre el rumbo de nuestra vida. ¿Somos tan inmortales como nos quieren hacer
creer? ¿la felicidad está en los avances científicos? ¿no habremos descuidado
alimentar el espíritu con el bien y la verdad? ¿avanzamos hacia delante o
retrocedemos hacia atrás? ¿el relativismo gnoseológico y moral nos enriquece o
nos empobrece como personas? ¿no estaremos ebrios de superficialidad mientras
guardamos silencio sobre lo esencial? ¿qué ídolos estamos siguiendo? ¿no
tendríamos que valorar los buenos ejemplos y prescindir de los malos tan presentes
en la vida pública y en buena parte de los famosos? ¿en qué personajes hemos
puesto nuestra confianza?
Estamos viendo que la ciencia es
valiosa pero limitada y que la naturaleza puede superarnos en cualquier
momento. Y ahora resulta que la religión no es tan prescindible como dicen algunos
y que el cristianismo no se reduce a ceremonias y obligaciones. La fe no se
queda en las sacristías sino que está en las calles, en los trabajos, en los
hospitales, en las familias, configurando una realidad de sentido para nuestro
caminar por la vida.
Todo esto apunta a que el
entramado de una sociedad es fuerte cuando se apoya en el matrimonio y la
familia, en la honradez en los trabajos, en las leyes justas apoyadas en la ley
natural. Y al contrario, cuando la sociedad líquida vive en la espuma y se pone
en manos de sectarios entonces se hace difícil la convivencia y crece la
violencia física y verbal.
Terminaba el Papa Francisco su
oración invocando a la Virgen María: «Desde esta columnata que abraza a Roma y
al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de
Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones»
Jesús Ortiz López