sábado, 27 de noviembre de 2021

Algunos hombres buenos en política





La historia se hace a base de pequeñas historias personales como es el caso de Mariano Navarro Rubio respecto a España y Europa, porque ha trabajado con altura de miras buscando el bien común, poniendo las bases para el desarrollo social de los españoles y posibilitando el tránsito a la democracia junto a otros hombres de buena voluntad. Sí, hubo hombres buenos en la política nacional, y esperemos que se acreciente el número de los que trabajan ahora en la sociedad con sincero espíritu de servicio.  

La Fundación que lleva el nombre de Mariano Navarro Rubio ha realizado un buen trabajo para comprender la figura señera de un gran político con sentido de Estado y mejor aún de un hombre de fe, con una conciencia sensible y una honradez muy valorada en su tiempo, aunque no por todos. La documentación aportada por la familia es exhaustiva, empezando por el testimonio de su digna esposa María Dolores Serres y sus muchos hijos[1].

En su elaboración han intervenido especialmente seis expertos, prestigiosos catedráticos, periodistas y escritores, con la finalidad de dar informar -en honor a la verdad y la justicia- la biografía de una de los personajes más influyentes en España, al contribuir decisivamente al crecimiento económico y social que ha creado una clase media, sin la cual habría sido imposible la convivencia pacífica en las últimas décadas. Es algo que importa mucho en la historia de los pueblos y especialmente en la situación actual cuando escasea la nobleza política y el juego limpio con visión de Estado, desde un sacrificado espíritu de servicio.

La descripción del «hombre y el político» comienza tratando sobre la forja de su personalidad y la guerra civil, señalando sus primeras inquietudes políticas, sociales y apostólicas. Se acerca después al matrimonio con María Dolores, su apoyo fundamental para todo, y la educación cristiana de sus hijos que ambos llevaron a cabo. A continuación se adentra en su perfil profesional y político, con el impulso a las leyes sociales, y la reforma bancaria desde su servicio como Gobernador del Banco de España. Deja para el final la información sobre la persecución que sufrió por sus poderosos enemigos políticos. Destaca el caso Matesa, un enredo de los falangistas que implicó también a Franco y posteriormente al Rey Juan Carlos, que no evitaron su ostracismo político y social, por lo que tuvo que dimitir, y sufrió graves repercusiones económicas para la familia.

Abundan en esta obra los sucedidos y anécdotas sobre su hombría de bien y su austeridad sin aprovecharse nunca de las ventajas debidas a su cargo. Es grande el elenco de testimonios elogiosos de quienes le trataron de cerca en la vida política y en su quehacer económico: Carrero Blanco, López Rodó, Luis Suárez, López Medel.

Su esposa, María Dolores explica, entre otras muchas cosas, «lo que Mariano cumplió siempre» a modo de elenco de los principios que guiaron su vida familiar y sus trabajos. Narra con detalle su muerte con los últimos sacramentos y acompañado por sus hijos. Por su parte, Rafael resume el asunto de Matesa señalando que el indulto de Franco, sin haber sido condenado, fue un borrón y cuenta nueva para cerrar el asunto aunque perjudicara gravemente la imagen de Mariano y la de las instituciones. Su hija María Dolores señala que propuso al Jefe del Estado la creación de un fondo para atender desgracias -como la inundación de Valencia-y obras benéficas; y también ayudó mucho a la restauración de conventos y monasterios destruidos durante la Guerra Civil.

En suma, esta publicación documenta con detalle el quehacer de un hombre de fe, excelente profesional al servicio de los españoles -aunque algunos no lo admitan-, gestor eficaz de la hacienda pública y un hombre de fe vivida, aun en medio de sus limitaciones humanas. En palabras de san Josemaría, que le trató desde su juventud, le ayudó a discernir su vocación al Opus Dei, y le siguió a lo largo de la vida con tanto cariño, especialmente en los momentos más duros, Mariano «fue uno de esos hombres fieles que creyeron también en mí», es decir, fiel a su vocación de buscar la santidad en medio del mundo empezando por la familia, y fiel sobre todo a Jesucristo.

 

Jesús Ortiz López



[1] Mariano Navarro Rubio. El hombre y el político.

Fundación Navarro Rubio. Biblioteca Homo Legens. 2021, 519 págs

El Sínodo de Roma nos implica

 

El Papa Francisco ha inaugurado en Roma el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad, que se desarrollará hasta octubre de 2023, un buen programa para lograr en dos años y lograr una mayor comunión en toda la Iglesia, a fin de impulsar la evangelización que necesita el siglo XXI, poniendo en marcha especialmente a los laicos.

Desde el Centro

Ha dicho el Papa que el camino sinodal, ese caminar juntos, no puede reducirse a convocar eventos y reuniones, ni a una reflexión teórica buscando soluciones a los problemas. Y la clave, no lo olvidemos, es caminar juntos con Jesucristo, dando espacio a la oración y a la adoración. Medios de gracia indispensables para transformar las estructuras humanos: tareas de todos porque la Iglesia, es decir, los sacerdotes y los laicos somos mucho más que asistentes sociales, gracias al tesoro de la fe y la presencia de Jesucristo en medio del Pueblo de Dios.

El esfuerzo del Pontífice a la cabeza de la Iglesia camina hacia una mayor apertura a la sociedad poscristiana con audacia e iniciativa y sin desalientos. Sin embargo, hay mucho peso muerto porque gran parte de los católicos no ha descubierto aún su misión evangelizadora constante y ordinaria en los trabajos, las familias, actividades de ocio, y las implicaciones sociales de los trabajos. Parece que casi instintivamente se creen mandados por obispos y sacerdotes pero sin llegar a asumir su misión laical, al cien por cien.

El siglo XX ha significado el despertar de los laicos y la llamada a la santidad con vocación del transformar el mundo, que es el principal mensaje del Vaticano II , desarrollado en sus documentos y en particular la Constitución Lumen Gentium, y Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Sería una involución volver al papel directivo por parte de los sacerdotes y religiosos, pues su vocación no es trabajar en la entraña de la sociedad, sino despertar las ilimitadas capacidades de los laicos para transformar el mundo actual empezando por las familias, la educación, la universidad, los artistas, la empresas, los organismos internacionales, y la política.

La misión de los laicos

Ciertamente los consagrados, religiosos, y frailes están al día y pueden ilustrar sobre las crisis de los católicos, los problemas sociales, y apoyar iniciativas para vitalizar las estructuras, pero no pueden estar en el quehacer diario de los trabajos que no tienen límites y están altamente especializados; precisamente esa es la vocación propia de los laicos, hombres y mujeres líderes que atraen con su prestigio a muchos cuando muestran con naturalidad la fe vivida. Una capacidad inmensa de configurar estructuras de virtud, leyes humanizadoras, relaciones laborales, y el servicio sincero que facilita la convivencia en orden al bien común sin reduccionismos clericales ni materialistas. De este modo los laicos bien formados muestran que la fe no se reduce a la participación en la Misa dominical ni en dar catequesis infantiles, o ayudar en la parroquia, por muy necesarias que sean estas actividades. 

En suma, ningún eclesiástico o religioso puede sustituir a los laicos en la difusión del Evangelio de Jesucristo, tal como supieron hacer las primeras familias cristianas con gran coherencia y sacrificio. Y fueron capaces de cambiar el mundo pagano incluso antes de que aparecieran otros carismas de apartamiento del mundo. Una lectura meditada de los Hechos de los Apóstoles ilumina cómo se vive la fe en la entraña de la sociedad, aunque fuera tan hostil como la de aquellos tiempos, cosa que actualmente no se da en nuestro entorno.

Solamente desde la vocación comprometida de los laicos bien formados se podrá avanzar en la nueva evangelización, con libertad para desarrollar múltiples iniciativas y sin mayores tutelas eclesiásticas. El Papa Francisco lo señala al decir que la Iglesia no puede ser temerosa ni refugiarse en excusas del «siempre se ha hecho así».

 

Jesús Ortiz López

 

https://www.clubdellector.com/entrada-de-blog/el-sinodo-de-roma-nos-implica

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/camino-sinodal/20211022010436042522.html

 

 

¿Qué edad tiene el hombre?

Los antropólogos consideran que la especie humana tiene unos 200 mil años, para nuestro antecesore el homo sapiens sapiens, muy muy poco comparado con la edad de nuestra tierra y sistema solar que calculan en unos 13.700 millones de años. Todo ello con cierto margen de error.

Lo que sí sabemos es que el universo es obra del único Dios Personal con el propósito expreso de preparar un ámbito-hogar para los hombres: es obra del Creadore con poder infinito que no podemos imaginar. Y además al crearnos libres nos convoca a participar en la historia de la Salvación obrada por Jesucristo, Alfa y Omega, principio y fin de todo. Es la mayor historia de amor y aventura para la creatividad humana. Con este planteamiento-realidad sabemos quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos: tenemos luz abundante para encontrar siempre la luz que ilumina nuestro caminar en la tierra.

Las Edades del Hombre

Dicen de Goethe que en trance de muerte pidió «luz, más luz», interpretándolo como anhelo espiritual de encontrar la verdad; pudo ser así aunque también es posible que pidiera una candela cuando su mirada se apagaba por la llegada de la muerte.

Estos meses podemos contemplar la XXV edición de Las Edades del hombre titulada precisamente Lux, la voz latina para sugerir ese deseo permanente de los hombres de acercarse a la luz de la verdad, precisamente cuando el relativismo teórico y práctico, de la mano del escepticismo, intenta rebajar la altura espiritual de la cultura cristiana, heredera de la judía y de la griega, elevándolas a las alturas del Dios revelado en Jesucristo.

Esta edición aplica Lux a la Virgen María, a quien los cristianos hemos dedicado desde el principio templos y catedrales, así como innumerables fiestas marianas cada mes, como en septiembre con la Natividad, el Duce Nombre de María, los Dolores, y la Merced.

Edades del hombre se desarrolla en cinco sedes o templos en la ciudades de Burgos, Carrión de los Condes, y Sahagún. Los más de 11millones de visitantes durante estos veinticinco años hemos experimentado que no se trata de exposiciones de arte sino testimonios de vida cristiana a lo largo de la historia de Occidente: cada una es un relato de fe encarnada y expresada en imágenes, libros, música, ornamentos, vasos sagrados, y devociones populares valiosas, insertas en el Evangelio.




Lux


El cartel anunciador de esta edición representa la Asunción de la Virgen, una vidriera obra de Arnao de Flandes de principios del siglo XVI, rica en colores, con María rodeada de ángeles que acompañan su entrada definitiva en la Gloria de Dios y sostienen la corona como Madre del Rey. Las vidrieras, al ser inundadas por la luz del sol desarrollan una metáfora visual de la presencia divina en la Iglesia, cuando los fieles se reúnen en comunidad para las celebraciones litúrgicas, o simplemente para orar en silencio, y dejarse transportar por la presencia de Dios. Después volvemos a la calle, nunca abandonada, para seguir nuestro camino por el mundo con la intercesión de Santa María.

Puesto que presenciamos un relato de fe, los capítulos dedicados a María hablan de su ser Madre, el significado del Avemaría, la Belleza llena de gracia de Dios, su ser Virgen y Madre, Madre de misericordia, y acaba con las expresiones del arte sacro el Salve Regina. Antes, en la catedral de Burgos que cumple 800 años, se relata la historia del hombre, los nuevos tiempos y nuevos caminos introducidos por Jesús Salvador de todos los hombres, a través de los siguientes capítulos: El templo y la sede episcopal, la fábrica o casa de la luz, los creyentes como siervos amados de Dios, la Iglesia militantes y peregrinante en la tierra, la Iglesia purificante después de la muerte, y la Iglesia triunfante del Cielo, alegría y plenitud de luz.

Edades del hombre no es solo una representación valiosa de la fe y piedad cristianas desarrollada durante dos milenios, porque es también una muestra de la verdadera antropología que afianza a los hombres en el mundo. Algo muy necesario cuando se debilita en nuestro tiempo la naturaleza, vocación y misión de los hombres y mujeres.

¿Quién defiende hoy al hombre?

No será presuntuoso afirmar que es la Iglesia quien defiende al hombre como criatura querida por el Dios real, frente a los intentos de fabricar un hombre nuevo: es lo que intenta el poshumanismo, y transhumanismo. Vano intento de desarraigar a las personas de la religión para convertirlas en cibors, como nueva religión que adora a la ciencia y tecnología.

Bienvenidos sean los avances de la técnica para conocer mejor el cerebro, la dotación genética, evitar y curar enfermedades, y lograr una vida más confortable. Sin embargo hace falta seguir en el impulso interdisciplinar para que los hombres tengamos una vida lograda, no a base de ciencia todopoderosa sino de correspondencia a los dones de Dios que nos ama desde la Creación, ofreciendo la posibilidad de colaborar y llevar a término la historia de la salvación.

En definitiva, en la peregrinación hacia la Lux Mundi (Jesucristo) nos sabemos acompañados por la Luz de María, que refleja como la luna la luz del Sol indispensable para la vida en todos los órdenes de la vida en la tierra. La historia de la Salvación trasciende y eleva la vida hasta la vida de gracia de los hijos de Dios -ya en la tierra-, y la vida de la Gloria cuando llegará a término ese anhelo de Luz que expresaba Goethe.

Así describe José Enrique Martín la manera en la que, basándose en su leit motiv, la exposición realiza un significativo “ juego de luz exterior que invade el interior de los templos como una metáfora visual de la presencia divina en la Iglesia. De esa luz que emana de Dios y que nos lleva a través de Cristo, con la intermediación de María, por el camino de la vida”.

Jesús Ortiz López

Cultura del perdón en la Iglesia

Acabada la Plenaria de los Obispos su portavoz monseñor Argüello ha señalado los grandes temas tratados estos días, entre ellos: preparación del Encuentro Mundial de Familias en Roma; orientaciones para la familia y para los mayores en el contexto actual; la Peregrinación de jóvenes del próximo año; y un novedoso decreto para afrontar casos de abusos sexuales contra jóvenes.

 A instancia de los periodistas sobre los abusos recuerda que «las denuncias por abusos perpetrados por personas vinculadas a la Iglesia representan el 0,8 por ciento», del total de abusos cometidos en otros ámbitos de la sociedad: familiares, deportivos, educativos, del cine y artes escénicas; y se preguntaba por qué «el foco solo está en la Iglesia católica». El problema afecta a toda la sociedad pero la Iglesia «ha dado muestras de acogida a las víctimas y ha puesto en marcha protocolos de prevención», escuchándolas de modo personal para que alcancen la debida sanación.

Cultura del perdón y sacramento del perdón

La necesaria cultura del perdón en la Iglesia no debería sofocar el impulso apostólico y misionero en tiempos líquidos, sino encarar el futuro con esperanza cristiana. Los obispos y los laicos confiamos en el perdón, en la gracia de Dios, y en nuestra capacidad de transformar el mundo.

Recordemos que el perdón es la buena nueva que viene desde el origen del hombre, que se rebeló contra Dios y tuvo que asumir su culpa ante su Creador. Brilla así en el Génesis la promesa del Salvador y los hombres tendrán que prepararse durante una larga peregrinación hasta la venida de Jesucristo. Los discípulos de Jesús estamos llamados a perdonar siempre aunque se haga difícil al espíritu justiciero que llevamos dentro: no solamente siete sino setenta veces siete.

La Iglesia administra el perdón desde el comienzo de su existencia y se puede decir con verdad que es la «comunidad de los perdonados», a pesar de los pesares: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos los hombres los que nos cansamos de pedir perdón, repite el papa Francisco. La Iglesia practica la «cultura del perdón» en particular mediante el sacramento de la Reconciliación como oferta permanente para los pecadores, es decir para todos, si bien tiene su aplicación eficaz para los bautizados que se acercan a los ministros sagrados con fe a Dios.

«Sacramento del perdón, sacramento de la alegría, sacramento de la penitencia, sacramento de la esperanza, sacramento de la misericordia», llamamos a este sacramento de la misericordia de Dios personificada en Jesucristo mediante los sacerdotes. De ahí nace la confianza de los fieles en este sacramento como un encuentro de intimidad entre Dios y el penitente, que se realiza salvando la confidencialidad mediante el sigilo sacramental cerrado a cualquier investigación externa.

Por eso están llamados al fracaso los intentos de romper el sigilo obligando a los sacerdotes a declarar lo conocido y perdonado en la Confesión. Las antiguas Inquisiciones están acabadas y no admitirá nuevos inquisidores con puñetas ni con articulistas obsesionados con desvelar misterios que les superan. Viene a la mente aquella película antigua «Yo confieso», protagonizada por Montgomery Cliff en el papel de sacerdote débil pero fiel a su compromiso en medio de graves amenazas. Eran tiempos en los que el cine enseñaba cosas buenas, virtudes y los valores que sustentan la sociedad.

¿Ab uno omnes?

Dicho esto quizá vale la pena volver a esa cultura del perdón cuando asistimos a la caza y captura de los abusos en la Iglesia aunque hayan ocurrido hace decenas de años. Por uno se acusa a todos. Claro que un solo caso de abuso por parte de un ministro es mucho, un escándalo que requiere reparación, y en esas están todas las Conferencias Episcopales del orbe. Pero ante la necesaria reparación a las víctimas, en la medida de lo posible y no solo económicamente, no parece sensato multiplicar exponencialmente estos crímenes morales que salpican consciente o inconscientemente a los sacerdotes, fieles a su vocación que sirven a todos, en particular a los débiles, y en horas intempestivas hasta la diaria extenuación.

Nadie sensato ignora las campañas que vienen sucediéndose desde hace años contra la Iglesia católica aireando esos graves pecados con el martilleo de algunos medios debeladores del prestigio moral de la Iglesia, que silencian los abusos sexuales y psicológicos muy abundantes en demasiados ámbitos: sobre todo en familias, en mundo del deporte, no digamos del cine y espectáculos, en los profesionales de los medios de comunicación, en colegios mayores, o en los partidos políticos. Porque ,aunque salen algunos casos clamorosos, acaban por tener poca vigencia, ya que los machacantes gastan su artillería principal contra la Iglesia. El portavoz de los obispos, José Luis Argüello se ha preguntado si acaso han pedido investigar por abusos a instituciones internacionales como FIFA o el Comité Olímpico.

¿Iglesia pecadora?

Parece importante que los católicos no caigamos en estado de depresión avergonzándonos de esta «Iglesia pecadora» olvidando el esfuerzo actual y pasado por defender la vida, la dignidad de todos los hombres, potenciando la capacidad humanizadora de las mujeres, educando a los jóvenes sin memorias falsarias, atendiendo las misiones en los continentes explotados por los imperios comunistas o capitalistas, y cuidando siempre de los descartados. No parece razonable sucumbir al reflejo auto flagelador inducido a partir de esa triste realidad de los abusos, pues ya se sabe que Satanás monta sus campañas contra Dios, contra la Iglesia de Jesucristo, y contra la dignidad de las personas, a partir de un punto de verdad.

No. La Iglesia no vive de la propaganda impostada, de la mentira revisionista, de los relatos, o de las ideologías manipuladoras, sino que ilumina con el Evangelio para que los católicos y los hombres de buena voluntad no seamos víctimas del engaño asfixiante de la incultura de lo políticamente correcto.

De ahí que la Jerarquía eclesiástica en tiempos de revisionismo injusto y esterilizante esté superando la ciénaga que paraliza el impulso a la permanente Evangelización, la expansión apostólica, y las innumerables iniciativas de caridad en todo el planeta.

Gracias al Evangelio de Jesucristo y sus enseñanzas morales, a la concepción cristiana de la dignidad de la personas y a su doctrina social, los católicos no aceptaremos la distorsión de la mirada porque seguiremos trabajando con audacia y con realismo por el honor de Dios.

Jesús Ortiz López

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/cultura-perdon-iglesia/20211126000450042737.html