Los hombres religiosos musulmanes
han buscado durante siglos los nombres de Alá y le reverencian con sumo
respeto. No llegan a encontrar el centésimo nombre de Dios, porque es
inabarcable, y la búsqueda incesante los mantiene pendientes de Alá.
El pueblo hebreo sí tiene el
Nombre de Dios, YHWH: «Soy el que soy», que parece una tautología y sin embargo
es lo más: el Ser Absoluto, la Aseidad, sin origen y no vinculado a nada ni
nadie.
Los cristianos sabemos aún más, y
lo hemos vivido en Navidad: Dios no está en el Olimpo ajeno a los hombres
porque ha decidido implicarse directamente para salvar nuestra libertad de la
esclavitud de los pecados. Jesucristo es la prueba máxima y definitiva del amor
de Dios con sus hijos de adopción, verdaderos hijos en su Hijo Unigénito, un
misterio también inefable que vivimos con naturalidad desde el Bautismo.
Irreverencias
Veo la portada de un disco de Rosalía
que no guarda el respeto debido a las cosas santas. Aparece la cantante como un
ser celestial rodeada de nubes, en medio de un halo de oro, con la paloma sobre
su cabeza, y algún otro detalle desagradable e irreverente referido a
Jesucristo y la Virgen. Lástima que para vender discos recurran a la falta de
respeto y ofendiendo a los creyentes.
Precisamente el segundo
mandamiento -tan olvidado- rechaza tomar el Nombre de Dios en vano como hacen
tantas veces cantantes como Madonna o Rosalía. La formulación de este precepto del Decálogo
menciona explícitamente poner a Dios por testigo de una falsedad ‑el perjurio‑,
pero implícitamente también comprende otros pecados que atentan al nombre de
Dios, como pronunciar este nombre sin respeto, blasfemar contra Dios o la
Eucaristía, o hacer juramentos no necesarios.
Faltas de respeto a Dios y al prójimo
La blasfemia consiste en palabras o acciones
que expresan o implican menosprecio por Dios, la Santísima Virgen o las cosas
santas. Por su propia materia, que es el menosprecio -e incluso el odio a Dios-,
se trata de un pecado grave. Sin embargo, en ocasiones la blasfemia se
pronuncia sin plena intención de ofender a Dios, cuando una determinada persona
está movida por la ira o por el mal hábito culpablemente contraído, pero contra
el que se está luchando; pero, si no se ha retractado de ese mal hábito, no
disminuye la culpabilidad, sino que la aumenta.
También rechazamos las palabras irreverentes
tan frecuentes en famosillos en entrevistas, películas y galas, además de las
imágenes como las ya mencionadas, que mezclan lo sagrado con lo mundano e
incluso erótico. Entre nosotros nadie persigue a los blasfemos e irreverentes
pero merecen el rechazo personal directo y el social, por falta de respeto a
las creencias de los demás. Sin respeto a lo sagrado no hay respeto a las
personas.
Jesús Ortiz López