jueves, 10 de noviembre de 2022

Custodiar la vida

El Tribunal Superior de Justicia del País Vasco ha anulado la orden de la directora de la Ertzaintza de desplazar la vigilia de oración 80 metros más allá de una clínica de abortos en Vitoria. Según el órgano judicial la administración actuó incorrectamente al exigir la modificación del lugar de reunión, porque el cuerpo policial no tiene derecho a decidir dónde pueden ejercer sus derechos de reunión, culto, expresión y libertad religiosa los orantes de 40 Días por la Vida en Vitoria.

El propio Ministerio Fiscal solicitó la estimación del recurso (contra la decisión de la Ertzaintza) poniendo de relieve que la reciente reforma del Código Penal que castiga el «acoso» a mujeres que acuden a abortar ya estaba en vigor cuando se difundió el inicio de la campaña de oración, y que, por tanto, la administración ya sabía que dicha campaña no era constitutiva de delito.

Estos días se convocan muchas movilizaciones para defender la vida humana, el bien más básico para la existencia de la persona desde la cuna a la tumba, como suele decirse. Un don de Dios y de los padres conjuntamente. La cultura de la vida es lo más natural que debe ser acogida, protegida, y desarrollada con más atención que otros tipos como la animal y la vegetal. ¿Hace falta insistir en algo tan elemental? Pues parece que sí, cuando hace décadas que la ideología de la muerte se extiende, de manera acrítica en algunos sectores, porque el debate se plantea sobre emociones en vez de sobre razones. Queda en la penumbra la luz de la razón, la realidad de nuestra naturaleza, y el mismo sentido común.

La reforma de la ley del Aborto avanza para facilitarlo de manera inmediata aun para las muy jóvenes significa una caída mortal del nivel humano de la sociedad, que lleva el peso de cien mil vidas segadas cada año. Y por ello un descenso moral que desestructura la conciencia pues deja de distinguir entonces entre el bien y el mal, entre dar la vida y administrar la muerte. ¿Cómo podrán vivir tranquilos ahora y en el futuro quienes son responsables de la muerte de inocentes?

Se trata de una irresponsabilidad compartida pues a una parte limitada de la sociedad le parece progresista y conquista de nuevos derechos. La ignorancia en estos temas capitales no excusa de la responsabilidad grave a los ojos de Dios. Es importante que los ciudadanos recordemos que lo legal no significa moral, porque llevamos décadas admitiendo consciente e inconscientemente que todo lo legal es moral, algo realmente falso, como se muestra en estas leyes inmorales e inhumanas que se han establecido.

Pues bien, cuando una sociedad va aceptando el aborto y la eutanasia, sin reaccionar ha iniciado su declive y puede perder un par de generaciones hasta que surjan líderes con principios, que han nacido y crecido en la resistencia moral y religiosa. De momento ya se ven núcleos fuertes de resistencia moral por personalidades e instituciones a modo de levadura que pueden transformar a la masa anónima en ciudadanos comprometidos con el bien común y con los principios morales universales

En la Audiencia General de febrero el Papa Francisco ha terminado las catequesis sobre la figura de San José, recordando las actitudes que debe custodiar un cristiano, que resume con estas palabras: «Custodiar la vida, custodiar el desarrollo humano, custodiar la mente humana, custodiar el corazón humano, custodiar el trabajo humano. El cristiano es —podemos decir— como san José: debe custodiar. Ser cristiano no es solo recibir la fe, confesar la fe, sino custodiar la vida, la propia vida, la vida de los otros, la vida de la Iglesia».

Toda Jornada a favor de la vida es un freno a la mal llamada cultura de la muerte porque lo que cultivan las ideologías y leyes a favor del aborto y de la eutanasia es favorecer un desierto sin vida y sin sentido que aboca al nihilismo.

Jesús Ortiz López

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/cultura-de-la-vida/20220329005624043470.html

 

 

 

Muerte y resurrección

Avanza el mes de noviembre en el que la tradición de occidente nos lleva al recuerdo de los difuntos y la Iglesia celebra la fe en el más allá de la barrera de la muerte. La Misa, las oraciones, y los sufragios son ofrecidos por quienes nos han precedido en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz. Desde el primer día de Todos los Santos los cementerios se llenan de familiares y amigos de las personas allí enterradas: unas flores, unos recuerdos, y unas lágrimas a veces, invitan a fortalecer el trato con los seres queridos. Precisamente la fe sobre la comunión de los santos que predica la Iglesia entre la tierra, el Purgatorio y el Cielo, refuerza esa intuición natural de relación con los difuntos.   

Interés por el más allá

El canal de televisión National Geographic emitió una serie documental de seis capítulos sobre las grandes aspiraciones del hombre, y el primer episodio «Más allá de la muerte», batió un récord de audiencia en Estados Unidos. Es una muestra de que las grandes preguntas tienen más eco en la audiencia del que se podría esperar.

El actor estadounidense Morgan Freeman indaga en primera persona las respuestas que dan las principales religiones a los grandes interrogantes de la condición humana: la inmortalidad, el fin de los tiempos, Dios o el enigma del mal son algunos de los temas abordados en esta búsqueda presentada por el actor Freeman.

En la antigüedad, los hombres más religiosos, los sabios, y el sentido común natural llegaban a intuir algún tipo de pervivencia después de la muerte pero de manera confusa. Se creía en una cierta forma de inmortalidad (los dioses griegos del Olimpo eran inmortales), pero se entendía en sentido etéreo o animista como pervivencia del alma o del recuerdo en otro mundo y a veces una reencarnación.

La resurrección histórica de Jesucristo

El hecho comprobable y comprobado de la resurrección de Jesucristo es una gran novedad respecto a las ideas de inmortalidad o pervivencia más allá de la muerte, incluso para los judíos. En el Pentateuco no se menciona, pero queda claro que Dios, creador del universo, tiene poder para dar la vida y para quitarla, para rescatar al justo de la fosa del abismo, para levantarle del polvo de la tierra, y pueda participar del reino mesiánico.

La resurrección del Mesías no pasaba por la imaginación de un judío piadoso e instruido. Se esperaba la venida del Mesías, que al llegar derrotaría a los enemigos de Dios, restablecería el culto del Templo en su pureza y esplendor, y establecería el reinado del Señor sobre el mundo, pero no se pensaba en su resurrección después de su muerte.

En cambio la resurrección de Jesucristo es un acontecimiento histórico y un misterio de fe. «La resurrección de Jesús es una especie de «mutación decisiva» (…), un salto cualitativo que alcanza una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad[1].

 

La resurrección de la carne

Los cristianos creemos en la resurrección de la carne, algo desconocido en la civilización egipcia, sumeria, griega o romana.  Se le reían a Pablo cuando exponía ante los atenienses esta realidad de fe manifestada por el mismo Jesucristo, con palabras y sobre todo con su propia resurrección: «Te escucharemos sobre eso en otra ocasión» le decían. También ante la incredulidad de algunos cristianos entre los corintios Pablo argumentaba: Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de entre vosotros dicen que no hay resurrección de los muertos?».

Porque en realidad una cosa es la inmortalidad y otra distinta la resurrección de la carne como efecto sobrenatural del poder divino de Jesucristo, que vive resucitado el mismo ayer, hoy, y siempre. A diferencia del cuerpo la inmortalidad se refiere al alma por su condición espiritual que tiene origen en el acto creador pero no se extingue salvo que Dios hiciera un acto contrario de aniquilación, algo no razonable ni coherente con el Dios que es Amor y Verdad.

La cuestión reside en que sin la idea de un alma inmortal que garantice la persistencia y supervivencia individual, los intentos de sostener la posibilidad de la resurrección carecen de consistencia lógica. En cambio con la luz de la fe se llega a explicar que el alma individual y personal puede reanimar y transformar la materia para constituir de nuevo la unidad personal[2] .

La esperanza, ancla del alma.

En su Encíclica sobre la esperanza cristiana, el Papa emérito Benedicto XVI hacía un análisis profundo de la situación histórica ha considerado que los hombres no podemos vivir solo de las pequeñas esperanzas terrenas: «No “podemos construir” el Reino de Dios con nuestras fuerzas, lo que construimos es siempre reino del hombre con todos los límites propios de la naturaleza humana. El reino de Dios es siempre un don, y precisamente por eso es grande y hermoso, y constituye la respuesta a la esperanza. Y no podemos –por usar la terminología clásica- “merecer” el Cielo con nuestras obras. Este es siempre más de lo que merecemos, del mismo modo que ser amados nunca es algo “merecido”, sino siempre un don»[3].

El progreso científico y el bienestar social actúan muchas veces como narcóticos que alejan de la realidad y generan nuevos problemas, como la pérdida del sentido de la vida, o el trabajo absorbente como peldaño para el triunfo personal en detrimento de otras facetas más importantes, como el matrimonio, los hijos y la familia. Podemos decir con Benedicto XVI que una sociedad sin valores es una sociedad sin futuro.

Enseña el Catecismo que «La esperanza cristiana es virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándolas no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo»[4]. Por ello la actitud fundamental del cristiano es de responsabilidad en el tiempo presente trabajando en la transformación de la realidad para hacerla conforme al plan de Dios, sabiéndose cooperador de la obra creadora: es un equilibrio dinámico distinto al materialismo sin trascendencia o al espiritualismo que no se compromete en la historia.

Escribía Goethe a un amigo suyo que él estaba contento con su vida razonablemente feliz sin tener sentimientos de culpa ni necesidad de salvación. En cambio Benedicto XVI escribía: «Tenemos que aprender la capacidad de reconocer la culpa, tenemos que sacudirnos la ilusión de que somos inocentes. Debemos aprender a hacer Penitencia, a dejarnos transformar... En nuestro mundo de hoy, debemos redescubrir el sacramento de la Penitencia y de la reconciliación. El hecho de que haya desaparecido en gran medida de los hábitos existenciales de los cristianos es un síntoma de una pérdida de la verdad sobre nosotros mismos y sobre Dios, una pérdida que pone en peligro nuestra humanidad y disminuye nuestra capacidad para la paz»[5].

Muchas veces el Papa Francisco explica y anima a vivir el sacramento de la Reconciliación como sacramento de la esperanza mientras caminamos en el mundo: «Es cierto que puedo hablar con el Señor, pedirle enseguida perdón a Él, implorárselo. Y el Señor perdona, enseguida. Pero es importante que vaya al confesionario, que me ponga a mí mismo frente a un sacerdote que representa a Jesús, que me arrodille frente a la Madre Iglesia llamada a distribuir la misericordia de Dios. Hay una objetividad en este gesto, en arrodillarme frente al sacerdote, que en ese momento es la gestión de la gracia que me llega y me cura».

 

Jesús Ortiz López

https://www.religionenlibertad.com/blog/561635887/Interes-por-el-mas-alla.html

 



[1] J. Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II, 284.

[2] J.Ortiz, Mapa de la Vida Eterna, Eunsa, p. 11 ss.

[3] BENEDICTO XVI, Encíclica Spe Salvi, Madrid: Palabra, 2007, n. 35.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica. CEC, n. 1817 

[5] BENEDICTO XVI, A la Curia Romana, 24-XII-2009.

Laicos en el mundo

El concilio Vaticano II declaró con solemnidad la llamada universal a la santidad, culminando así un proceso histórico, teológico y pastoral, de vivir la santidad en el mundo transformándolo desde dentro, tarea principal de los fieles laicos.  

«Es pues completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel de vida más humano. Para alcanzar esa perfección, los fieles, según la diversas medida de los dones recibidos de Cristo, siguiendo sus huellas y amoldándose a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, deberán esforzarse para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como brillantemente lo demuestra en la historia de la Iglesia la vida de tantos santos»[1].

Un corresponsal en el frío

Hace unos meses se han publicado las memorias de corresponsal Ricardo Estarriol para La Vanguardia y otros medios de comunicación[2]. Fallecido en 2021 deja un testimonio profesional de primera y de amigo fiel que acercó a Jesucristo a muchos amigos y compañeros. No es un santo pero sí ha buscado la santidad dejando una huella laical, profesional y apostólica en muchas personas y ambientes.

Este periodista estuvo informando acerca de los acontecimientos en los países del Este de Europa durante casi cuarenta años. Conocía la realidad de esos países del frío, tenía muchos y buenos amigos de todas las tendencias políticas y sociales, muchos contactos,  documentación abundante y contrastada, y mucho más.

Esta obra es historia contada con vigor de crónica y biografía que la hace valiosa y apasionante para conocer tantos hechos durante la guerra fría. Muy pocas personas sabían lo que de verdad pasaba en Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia y la Unión Soviética. Un profesional riguroso a la vez que comprometido como cristiano y del Opus Dei. Fiel a ese espíritu de libertad ha desarrollado su vocación profesional con rigor: era corresponsal y del Opus Dei, pero no uno del Opus que se introdujo en la prensa.

No fue un paracaidista que cae de los cielos para evangelizar sino un soldado raso que pisa la tierra porque es su vocación profesional. Quizá algunos no apreciarán esa diferencia aunque es capital para entender la misión de los laicos en el mundo.

Me parece un ejemplo del apostolado eficaz de los laicos en el mundo comprometidos en movimientos y realidades eclesiales modernas, que participan en la misión de la Iglesia en el modo que les es propio. Su formación es la común a todos los católicos, añadiendo además las formas de apostolado que requieren una variedad de personas y una preparación específica.

Reforma de la Curia romana

En la pasada fiesta de san José, el papa Francisco ha promulgado la constitución apostólica Praedicate Evangelium, con la que culmina la reforma de la Curia, después de años de consultas, estudios, experiencias y mucha oración.

Una reforma largamente preparada de la administración vaticana articulada sobre una mayor profesionalidad, coordinación y agilidad, contando más con los laicos en organismos de gobierno, con un profesionalidad y una visibilidad menos clerical. Las noticias vienen destacando que los avances en sinodalidad, la descentración, la mayor presencia de hombres y mujeres en los organismos de gobiernos, su capilaridad, son un bien para hacer presente a Jesucristo en el mundo. Estos cambios son necesarios y representan una novedad relativa, pues como he señalado, la principal aportación de los laicos, hombres y mujeres por igual, es su testimonio de fe y vigor apostólico en medio del mundo. Es algo capilar, y permanente desde las primeras familias cristianas que pusieron a Jesucristo en el centro de su vida ordinaria y en el desarrollo de la Iglesia. Su estilo de vida austero, sacrificado y alegre fue el imán que atrajo a muchos paganos a la fe cristiana como seguidores de Jesucristo.

A manera de fermento

Precisamente el concilio Vaticano II se ha ocupado del apostolado de los seglares que brota de la esencia misma de su vocación cristiana y nunca puede faltar en la Iglesia: la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado llevado a cabo con naturalidad según su iniciativa y su ambiente, con el fin de que crezca más y más el Reino de Cristo. Los laicos son los que muestran con su vida que ese Reino no está apartado de la realidad y la historia cuando se mueven como protagonistas de la transmisión de la fe.

Señala el concilio que «En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento»[3].

Por tanto, la familia, las ocupaciones ordinarias, el trabajo, la amistad, su acción social; su pertenencia a una realidad eclesial apostólica, las formas organizadas del apostolado seglar, todo eso constituye la materia fundamental de su apostolado. Habla por tanto de vocación al apostolado, su formación cristiana, sus campos y diferentes formas. Y entre los fines a lograr está la evangelización y santificación de sus iguales, la renovación cristiana del orden temporal, la acción caritativa, el trabajo en el medio social y medios de comunicación, las empresas, los organismos nacionales e internacionales.

Las parroquias cuentan con ellos para el sostenimiento, la acción social, la formación de jóvenes y adultos, o las catequesis. Todos como miembros del Cuerpo de Cristo tienen su misión y carisma, los laicos unidos a los obispos y párrocos, y comprometidos libremente en realidades eclesiales novedosas que el Espíritu Santo ha suscitado especialmente en el pasado siglo XX.

Se podría resumir que estos cambios en la Curia son necesarios, harán mucho bien y enriquecen la sinodalidad y la comunión. Una novedad que se inscribe a la perenne novedad del evangelio y de una Iglesia viva, gracias a la mayoría de sus fieles de a pie que transmitieron la aventura de caminar junto a Jesucristo, y cambiaron el mundo. Millones de laicos en el mundo… y unos pocos profesionales en la Curia. Es lo que esperamos conseguir en este tiempo de incertidumbre y en crisis, que es también de identidad, de compromiso y de santidad en el mundo.

Jesús Ortiz López


[1] Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40

[2] Ricardo Estarriol. Un corresponsal en el frío. Rialp. 2021

El Sínodo de Roma nos implica

El Papa Francisco ha inaugurado en Roma el Sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad, que se desarrollará hasta octubre de 2023, un buen programa para lograr en dos años y lograr una mayor comunión en toda la Iglesia, a fin de impulsar la evangelización que necesita el siglo XXI, poniendo en marcha especialmente a los laicos.

Desde el Centro

Ha dicho el Papa que el camino sinodal, ese caminar juntos, no puede reducirse a convocar eventos y reuniones, ni a una reflexión teórica buscando soluciones a los problemas. Y la clave, no lo olvidemos, es caminar juntos con Jesucristo, dando espacio a la oración y a la adoración. Medios de gracia indispensables para transformar las estructuras humanos: tareas de todos porque la Iglesia, es decir, los sacerdotes y los laicos somos mucho más que asistentes sociales, gracias al tesoro de la fe y la presencia de Jesucristo en medio del Pueblo de Dios.

El esfuerzo del Pontífice a la cabeza de la Iglesia camina hacia una mayor apertura a la sociedad poscristiana con audacia y sin desalientos. Sin embargo, hay mucho peso muerto porque gran parte de los católicos no ha descubierto aún su misión evangelizadora constante y ordinaria en los trabajos, las familias, actividades de ocio, y las implicaciones sociales de los trabajos. Parece que casi instintivamente se creen mandados por obispos y sacerdotes pero sin llegar a asumir su misión laical, al cien por cien.

El siglo XX ha significado el despertar de los laicos y la llamada a la santidad con vocación del transformar el mundo, que es el principal mensaje del Vaticano II , desarrollado en sus documentos y en particular la Constitución Lumen Gentium, y Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Sería una involución volver al papel directivo por parte de los sacerdotes y religiosos, pues su vocación no es trabajar en la entraña de la sociedad, sino despertar las ilimitadas capacidades de los laicos para transformar el mundo actual empezando por las familias, la educación, la universidad, los artistas, la empresas, los organismos internacionales, y la política.

La misión de los laicos

Ciertamente los consagrados, religiosos, y frailes están al día y pueden ilustrar sobre las crisis de los católicos, los problemas sociales, y apoyar iniciativas para vitalizar las estructuras, pero no pueden estar en el quehacer diario de los trabajos que no tienen límites y están altamente especializados; precisamente esa es la vocación propia de los laicos, hombres y mujeres líderes que atraen con su prestigio a muchos cuando muestran con naturalidad la fe vivida. Una capacidad inmensa de configurar estructuras de virtud, leyes humanizadoras, relaciones laborales, y el servicio sincero que facilita la convivencia en orden al bien común sin reduccionismos clericales ni materialistas. De este modo los laicos bien formados muestran que la fe no se reduce a la participación en la Misa dominical ni en dar catequesis infantiles, o ayudar en la parroquia, por muy necesarias que sean estas actividades. 

En suma, ningún eclesiástico o religioso puede sustituir a los laicos en la difusión del Evangelio de Jesucristo, tal como supieron hacer las primeras familias cristianas con gran coherencia y sacrificio. Y fueron capaces de cambiar el mundo pagano incluso antes de que aparecieran otros carismas de apartamiento del mundo. Una lectura meditada de los Hechos de los Apóstoles ilumina cómo se vive la fe en la entraña de la sociedad, aunque fuera tan hostil como la de aquellos tiempos, cosa que actualmente no se da en nuestro entorno.

Solamente desde la vocación comprometida de los laicos bien formados se podrá avanzar en la nueva evangelización, con libertad para desarrollar múltiples iniciativas y sin mayores tutelas eclesiásticas. El Papa Francisco lo señala al decir que la Iglesia no puede ser temerosa ni refugiarse en excusas del «siempre se ha hecho así».

 

Jesús Ortiz López

 

https://www.clubdellector.com/entrada-de-blog/el-sinodo-de-roma-nos-implica

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/camino-sinodal/20211022010436042522.html

 

 

Luces sobre la familia

La Navidad precedida por el Adviento es un periodo de alegría en el que brilla la vida familiar como principal motivo de esperanza, incluso para quienes tienen rota su vida. La fe cristiana ilumina la convivencia familiar como el mejor ámbito para el desarrollo de la fe, de la libertad, de la caridad, y de la felicidad en la tierra.

La Iglesia enseña continuamente que la familia es don de Dios para la humanidad, imposible de que desaparezca por muchas crisis sociales y personales que se sucedan. El Papa Francisco publicó hace años la Exhortación apostólica Sobre el amor en la familia (Amoris laetiticia), en continuidad con otra Exhortación de san Juan Pablo II , titulada Familiaris Consorcio. La Iglesia sigue iluminando la vida de los fieles y de tantas personas e instancias conscientes de que el futuro de la humanidad se fragua en la familia.

La familia es patrimonio de la humanidad y además la Iglesia hace un servicio a los hombres cuando muestra que la familia es el santuario de la vida y esperanza de la sociedad.

 Amor en la familia

Esta Exhortación expone la realidad y desafíos actuales de las familias; Jesucristo recupera y lleva a su plenitud le proyecto divino; además las familias como Iglesia doméstica a ejemplo de la Iglesia esposa generosa de Jesucristo. Se destaca el capítulo cuarto, al amor en el matrimonio (nn.90 a 165) como crecimiento en la caridad conyugal, siguiendo el himno a la caridad de san Pablo, un amor apasionado que se vuelve fecundo. El amor que se vuelve fecundo y acoge una nueva vida, fijándose en las mujeres embarazadas. El capítulo octavo a se vez desarrolla la pastoral y discernimiento de las situaciones irregulares y de familias heridas. Se trata de iluminar crisis, angustias y dificultades. Muestra finalmente la espiritualidad matrimonial pues las gracias del sacramento del Matrimonio van fortaleciendo y acompañando a los cónyuges.

 « Resulta particularmente oportuno comprender en clave cristocéntrica […] el bien de los cónyuges (bonum coniugum)» 75, que incluye la unidad, la apertura a la vida, la fidelidad y la indisolubilidad, y dentro del matrimonio cristiano también la ayuda mutua en el camino hacia la más plena amistad con el Señor. «El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas» 76, aunque tampoco falten las sombras. Podemos decir que «toda persona que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer el mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que pertenezca» 77.

77. «No puedo dejar de decir que, si la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, y es tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. La familia protege la vida en todas sus etapas y también en su ocaso.

 Antropología en el Vaticano II: clave cristocéntrica

 La antropología cristiana deriva de la creación y vocación del hombre a ser felices desarrollando una vocación plenamente iluminada por Jesucristo. El Vaticano II reunió las experiencias de todas las culturas y de otras religiones y culturas, y proponía puntos básicos sobre la felicidad de hombres y mujeres aun en medio de las tormentas ideológicas y la sustitución de valores y principios comunes a la naturaleza humana. Veamos:  12 «Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos.

Pero, ¿qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o hundiéndose hasta la desesperación. La duda y la ansiedad se siguen en consecuencia. La Iglesia siente profundamente estas dificultades, y, aleccionada por la Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre. (…)

La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado "a imagen de Dios", con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios.  (…) Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gn 1, 27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Dios, pues, nos dice también la Biblia, miró cuanto había hecho, y lo juzgó muy bueno (Gn 1, 31)

 «(…) Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese [1]fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas - es lo que hoy con frecuencia sucede - , y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación.

 «La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar el corazón del hombre es aquello que "nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"

Cristo, el Hombre nuevo

22 «En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. (…)

 Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual[1]

En el acompañamiento para discernir encuentro a veces personas que no entienden por qué la Iglesia no admite a la Comunión a católicos divorciados y vueltos a casar. Late en su perplejidad un desconocimiento tanto de la Eucaristía como del sacramento del Matrimonio. Porque la Eucaristía es fuente de comunión sacramental con Jesucristo y con la Iglesia, y requiere mantener objetivamente la unidad en las verdades de fe y de moral, objeto de su magisterio.

También hay un desconocimiento del Matrimonio como sacramento de la comunión entre Cristo y su Iglesia, modelo de la unión matrimonial que es indisoluble, fiel y fecunda de suyo. Aunque el matrimonio civil supone una voluntad de permanencia mayor que la unión de hecho, no es verdadero matrimonio ante la Iglesia de Jesucristo. Por ello, en esos casos, la situación no refleja la vocación del matrimonio a la santidad y la plena integración en el Cuerpo de Cristo.

A veces se tergiversan las enseñanzas y la pastoral de la Iglesia cuando muestra a los fieles la naturaleza original de la familia cristiana, radicalmente distinta del matrimonio civil y de las uniones de hecho, en cualquier de sus combinaciones, por lo que no deberían ser  equiparadas en la legislación ni en su distinta aportación al bienestar social. La Iglesia conoce la verdad de la familia desde un horizonte más amplio que facilita una objetividad más beneficiosa para el hombre y la mujer de hoy, así como para el futuro de la humanidad.

Esto no supone una crítica ni etiqueta negativa a quienes han optado por otras formas de vivir en pareja, pues lo que sostienen las enseñanzas de la Iglesia se basan en el proyecto de Dios sobre el amor, la sexualidad, la procreación y, en definitiva, el camino adecuado para ser felices cumpliendo una misión en servicio de la sociedad.

Más allá del relativismo ético hay que esforzarse por entender que los valores morales y religiosos fundamentan la convivencia pacífica. Porque las cuestiones relacionadas con la familia, con la vida y con la muerte no pueden dejarse únicamente en manos de comisiones: las exigencias éticas están por encima de la ciencia, de la economía y de la política. La verdad del hombre no se alcanza por consenso.

 

Jesús Ortiz López

 



[1] Cfr. Gaudium et spes, nn. 12, 21, 22



 

Me duele la Iglesia

He oído a varias personas manifestar la pena ante las dificultades que encuentra la Iglesia para desarrollar la evangelización; muchos lo sienten en carne propia: me duele mi Iglesia como miembro de la comunidad de dones en la que vivo, desde dentro.

Perspectivas

Estos católicos no expresan su dolor desde fuera como quien mira por el telescopio, allá lejos en la frialdad del firmamento impasible y en mundos ajenos a los humanos. Esa pena es señal de que la fe nos implica como seguidores de Jesucristo con un compromiso activo y práctico. Por otra parte, también cabe mirar a la Iglesia como a través de un microscopio que agranda tanto los detalles hasta llegar a perder la visión del conjunto.

El foco sobre las lacras humanas de la Iglesia viene de lejos, con el añadido de que ahora algunos medios pueden aplicar su propio microscopio, insistir machaconamente durante meses y años, mezclar ámbitos, levantar sospechas, con tácticas que extienden una desconfianza y antipatía hacia la institución fundada por Jesucristo. Muchos jóvenes no caen en la cuesta de estas manipulaciones.

Atención a las víctimas

Han pasado bastantes años desde que la Santa Sede y las diócesis siguen poniendo la atención sobre las víctimas, así como las investigaciones y la legislación; ha perdido perdón por los casos en que ha faltado diligencia y sensibilidad poniendo medios más eficaces, como el Proyecto Repara y otras formas reales de asistencia a las víctimas de abusos mirándolos a la cara. Y el Papa Francisco acaba de renovar competencias y unidad disciplinaria para agilizar los procesos. Hay quienes piensan que son insuficientes aunque parece que no todos los ámbitos donde se dan abusos han puesto los mismos medios.   

Los pecados y miserias de sus miembros son anti testimonio, como sabemos y deploramos por el conocimiento de los abusos; una y otra vez el Papa, los obispos, y los fieles reconocemos que un solo caso es demasiado, sean de eclesiásticos o de otras personas. Y avanzan en investigarlos, castigarlos con penas canónicas y hacer esfuerzos de prevención.

 

La Iglesia de Jesucristo

En la tierra la Iglesia está presente como familia de los hijos de Dios, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad. Por esta razón, se siente partícipe de las vicisitudes humanas en solidaridad con la humanidad entera; avanza junto con toda la humanidad y experimenta la misma suerte terrena que señalaba el Vaticano II al hablar de la Iglesia en cuanto camino de salvación para todos. Eso significa que la Iglesia experimenta en sus miembros las pruebas y el pecado, las dificultades de las naciones, de las familias y de las personas en el fatigoso peregrinar de la humanidad por los caminos de la historia.

Por ejemplo, el Papa Francisco continúa sus empeños para evitar hoy una guerra en Ucrania, como han hecho en su tiempo Benedicto, Juan Pablo II, o Pablo VI. Ciertamente la misión de la Iglesia no es de orden político, económico o social, sino de orden religioso, y por estar encarnada en la historia lleva a cabo una ingente acción benéfica en favor de la sociedad. Esa acción se realiza de muchas formas a la vista de todos de múltiples formas, si bien no siempre se comunican y valoran. ¿Hace falta recordar los miles de misioneros activos, los hospitales, las casas de acogida, los colegios especiales, las universidades, el acompañamiento o la sanación?

Importa mucho que la Jerarquía eclesiástica junto a los fieles corrientes no nos distraigamos por campañas que, basadas en algunos hechos reales tremendos,  marquen una agenda que paralice la nueva evangelización y la esperanza que el mundo no puede dar. 

Esa Iglesia expuesta y maltratada orienta y anima la actividad humana e impulsa a los cristianos a comprometer sus fuerzas en todos los campos para el bien de la sociedad. Los invita a seguir el ejemplo de Cristo, carpintero de Nazaret, a guardar el precepto del amor al prójimo, a realizar en su vida la exhortación de Jesús a hacer fructificar los propios talentos. Los estimula, además, a contribuir al esfuerzo científico y técnico de la sociedad humana; a comprometerse en las actividades temporales, campo propio de los seglares, para el progreso de la cultura, la realización de la justicia y el logro de la verdadera paz.

El entramado de familias con fe y compromiso en la Iglesia como carne propia es el soporte que sostiene los aspectos más visibles de caridad, solidaridad, vocaciones y esperanza. Como se dice y escribe con frecuencia, esa Iglesia querida por Jesucristo que peregrina en la historia en medio de las tormentas ha sobrevivido a lo largo de los siglos, no ha sido destruida por sus miembros pecadores, por los poderes, ni por las revoluciones externas e internas. ¿Recordamos aquel non prevalebunt, los enemigos no prevalecerán sobre ella?

En la basílica del Vaticano la imagen Pedro, el pescador de Galilea, situada cerca del altar de la confesión -arropado por el baldaquino con la figura del Espíritu Santo-, tiene los pies desgastados por miles de besos de fieles más o menos coherentes y aun de no cristianos, probando que el desgaste por los pecados y miserias de sus miembros, no pueden deshacer la santidad genuina que es don de Dios.

 

Jesús Ortiz López