jueves, 29 de marzo de 2018

Stephen Hawking ha llegado al final

En la muerte del físico teórico Hawking hablamos de sus interesantes planteamientos y además otros rezamos por él en esta hora del encuentro con el Dios vivo y verdadero, que podrá satisfacer su humana ilimitada curiosidad.
En sus publicaciones el famoso astrofísico ha considerado que el universo pudo crearse espontáneamente de la nada. Pensaba que el universo se explica suficientemente por las fuerzas gravitacionales, y por tanto Dios no hace falta como causa del mismo. Me padece que es tanto como explicar la no existencia de Velázquez a partir de Las Meninas.

Buscando la causa
            La noción de causa es elemental pero verdaderamente difícil. Hay una primera idea de causa, que utiliza de modo espontáneo la inteligencia, aliada con el sentido común, cuando busca el origen de un efecto, de un fenómeno, y sobre todo de los entes o realidades, que sólo se explican parcialmente a sí mismos. Sin embargo, sospechamos con razón que a menudo concurren más causas de las que vemos o suponemos. Por eso nos equivocamos y tenemos que rectificar, los simples humanos y los científicos.

            En segundo lugar, hay otra noción de causa eficiente que utiliza la filosofía con más precisión, a partir de esa experiencia elemental humana de la razón que se pregunta por el origen de los efectos. Intenta remontarse a las causas propias y proporcionadas, porque no hay nada sin razón suficiente.  Afirmar desde la física, la biología o la astrofísica que las leyes de la naturaleza, la vida o el universo se explican por sí mismos es dar un salto mortal en el vacío y sin red, pero sobre todo es un atentado a la lógica apoyada en el inevitable principio de no contradicción.

            También afecta al principio empírico según el cual todo efecto tiene una causa proporcionada, aquella que influye en el ser mismo del efecto y no solo en los accidentes y los fenómenos. Y en ese término "proporcionada" está el meollo, porque la física puede experimentar efectos existentes y provocar otros, siempre de modo empírico y sometidos al principio de falsación que equivale, para entendernos, a ir avanzando aprendiendo de los errores (K.Popper).

            Pues bien, la búsqueda de las causas propias y proporcionadas no se puede hacer de modo indefinido, porque una sucesión indefinida o incluso infinita sólo dilata la cuestión pero no la resuelve. Por eso se puede concluir que tiene que haber una causa primera incausada de toda la realidad, y que por ello su naturaleza sea sólo ser, identificándose como ejemplar único. Mientras el efecto dice dependencia de la causa, la inversa no es necesaria: no existen efectos absolutos, pero sí puede haber una causa absoluta.

            También hay que advertir que la noción de Causa incausada no equivale a "causa sui" como han dicho algunos a lo largo de la historia del pensamiento. Es contradictorio que algo o alguien sea causa de sí mismo, puesto que tendría que existir antes de existir, o mejor ser antes de ser. Lo intentó explicar B.Spinoza a su modo, pero no ha convencido porque va contra el sentido común que no está reñido con la filosofía.

            La causa última incausada marca la inabarcable e inexperimentable diferencia entre todos los entes o realidades que tienen ser, como participado, y el Ser que es su ser, Ipsum ipse subsistens, dice Tomás de Aquino, después de razonar sesudamente a partir de la experiencia de los entes contingentes, y puliendo los mejores logros de los pensadores anteriores, como Aristóteles o Boecio.

Del fenómeno al fundamento
           Todo esto es parte de la ciencia filosófica, del discurrir de la razón desde los efectos a las causas, comprobando que el azar no explica nada, sino que elude las preguntas fundamentales, y se plantea como un axioma casi de fe. Se queda, en palabras del filósofo X.Zubiri, en la penultimidad de la vida. Me parece que es lo que pasa a algunos filósofos, muchos pensadores, y cantidad de científicos, incapaces de remontarse por encima de los fenómenos para buscar sus fundamentos. Y principalmente el fundamento último de todo, visto como causa incausada, ser subsistente que no debe nada a nadie: plenitud absoluta no vinculada a nada, a diferencia de los seres contingentes que no tienen en sí la razón de su ser, siendo por ello relativos a sus orígenes, como los hombres a sus progenitores y en última instancia a Dios. Ese Dios que es vida y da la vida, que es inteligente como lo muestra la maravilla del universo, del macrocosmos y del microcosmos. Como es sabido, decía con razón de E. Kant que hay dos cosas que le admiran en extremo: el cielo estrellado en la noche y la conciencia moral del hombre que le impera ser quien es. Aquí está el sentido común, el sentido filosófico, y hasta un poco del sentido religioso. Y hablamos del Kant hipercrítico.  

            Sin embargo, esa percepción de Dios como causa primera y más universal se queda pequeño ante el conocimiento real de Dios por la fe. Ya no hablamos de un ser impersonal, una fuerza aplastante, o una idea necesaria para dar sentido a la realidad. No aparece como el gran relojero sino de un Dios que ama y crea por amor, que es familia primigenia tripersonal, el Padre, el Hijo, y el Espíritu. Que ama tanto a los hombres que envió al Hijo para salvarlos del mal, que todos reconocemos en mayor o menor medida, pero sin poder explicarlo bien y menos desarraigarlo. La Encarnación del Logos y la Redención por amor desde la Cruz logran adentrarnos en ese misterio del amor de Dios, el de la libertad humana, el de la esperanza sólida, y el de la fraternidad humana. Así podemos ver que el hombre es para el hombre algo sagrado, y estamos en las antípodas de aquel hombre que es lobo para el hombre, salido de la mente perdida del pragmático Hobbes. Vemos por ello que buscar a Dios y encontrarlo no es simple tarea especulativa de astrofísicos o de filósofos sino algo plenamente humano que repercute en la dignidad de las personas y en la convivencia social.  

Los límites de Hawking
            El astrofísico tendría una postura razonable si reconociera que la ciencia empírica no responde a las preguntas últimas, que corresponden a la filosofía -que también es ciencia- y, en otro plano, a la religión. Pero si, como parece, Hawking afirmaba que el universo se ha creado a sí mismo, entonces yerra por salirse de los límites de su ciencia. En realidad, me parece que hay un cierto embrollo en todo esto empleando unas palabras clave de modo impropio. Por ejemplo, la noción de causa tiene su acepción en la ciencia empírica que no coincide con la del uso corriente y menos con la de la metafísica, como ya hemos dicho.
            Otro problema reside en decir que la existencia de Dios es una cuestión religiosa, de creencias porque, siendo esto verdad, no es toda la verdad. La metafísica, y más en concreto la teodicea sí prueba la existencia de Dios y algunos aspectos de su naturaleza, y eso no es fe. Los argumentos de Boecio, Anselmo, Pedro Lombardo o Tomás de Aquino son bien sólidos, pero hay que enterarse bien y pensarlo, cosa que no todos hacen. Y tiran por la calle de en medio. En suma, saber de una ciencia empírica no da sabiduría sobre las cuestiones fundamentales de la existencia. Pero sigue siendo verdad que Dios es el concepto más difícilmente inalcanzable, pero al mismo tiempo el más inevitable de la razón especulativa humana, como dijo E. Kant.
            La impresionante biografía de Hawking, con esa supervivencia heroica, explica muchas cosas, sobre todo que ni él ni ninguno somos sólo sustancia pensante, sino que hay emociones, sentimientos favorables o desfavorables, e incluso buena dosis de prejuicios poco racionales. Una vez el superateo R.Dawkings se animó a confirmar Hawking, diciendo que Darwin expulsó a Dios de la biología y después Hawking le ha asestado el golpe de gracia. Pero yo deseo que éste en su gran salto a la hora suprema vea se haya encontrado en la paz del Dios personal que ha creado el universo y se revelado en Jesucristo, Dios y hombre verdadero.


Jesús Ortiz


https://www.religionconfidencial.com/tribunas/Stephen-Hawking-llegado-final_0_3119088068.html?utm_term=Stephen%20Hawking%20ha%20llegado%20al%20final&utm_campaign=Jes%FAs%20buenas%20tardes%20tu%20bolet%EDn%20diario%20de%20noticias%20m%E1s%20le%EDdas%20de%20Religi%F3n%20Confidencial&utm_content=email&utm_source=Act-On+Software&utm_medium=email

martes, 6 de marzo de 2018

Polémica en ARCO

La polémica por las fotografías pixeladas de Santiago Sierra ha impedido hablar de las buenas obras expuestas en ARCO. Y así nos ocurre una vez más que enredados en anécdotas ridículas dejamos de pensar en lo importante, en muchos campos como el arte, la política, o la ética.
Hay quienes subrayan el carácter transgresor del arte que rompe con unos moldes establecidos, pero hay que añadir que sin ofender a nadie ni exaltar a quienes van contra las leyes que nos permiten vivir en sociedad. Pues calificar de «presos políticos» a delincuentes condenados y otros imputados en espera de juicio es una burla a la sociedad democrática.
La libertad de expresión en un derecho admitido aunque no es el principal como el derecho a la vida, al trabajo digno, y a formar una familia, o el derecho a la propia dignidad, que está protegida también por las leyes (en este caso las víctimas de los terroristas condenados o los catalanes no independentistas y en realidad todos los españoles). Y situándonos en un sustrato más básico sabemos que cualquier persona con sentido común se da cuenta de cuándo la libertad de expresión es utilizada torticeramente para atacar las convicciones de una persona o las creencias de un colectivo. La grandeza de la democracia reside en que también acoge a quienes van contra ella, aunque deben ser responsables de sus actos y ataques a la pacífica convivencia. Decimos que todas las opiniones son respetables aunque hay que añadir que el respeto se debe a las personas que sostienen una opinión, porque resulta que unas opiniones están bien fundadas y contribuyen a la convivencia y otras no se sostienen razonablemente y tienden además a destruir las relaciones entre las personas.
A diferencia de estos artistas episódicos hay otros que procuran construir algo positivo y contribuyen al bien común  social, además de honrar a las bellas artes. Por ejemplo, son pocos los que saben que ha fallecido el escultor castellano Venancio Blanco, que fue miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Un escultor adelantado a su tiempo, moderno y clásico a la vez, que combinaba los planos y las rectas en sus figuras, incluidas las de carácter religioso porque era un hombre de fe. Ahí quedan sus imágenes de san Juan de la Cruz o de santa Teresa, y otras muchas expuestas varias veces en las sucesivas ediciones de «Las edades del hombre», posiblemente uno de los mayores proyectos culturales desde hace treinta años.  Y todo eso no se lo perdonan algunos.
Quizá tenía razón el músico compositor Pierre Boulez cuando dijo que el secreto de la creación es la generosidad, porque algunos pseudoartistas  ególatras sólo saben escandalizar vomitando sus propias fobias. Acertaba Boulez cuando decía estas cosas porque la obra creadora de Dios sólo se explica desde su libérrima generosidad, dado que el Dios verdadero no tenía ni tiene ninguna necesidad de crear nada ni nadie.

lunes, 5 de marzo de 2018

¿Por qué la Carta Placuit Deo?


Se publica una nueva Carta titulada Placuit Deo desde la Congregación de la fe y con aprobación del Papa Francisco en la fiesta de la Cátedra de san Pedro. ¿Por qué esta Carta? Y ¿por qué en este momento?

El título traducido es «Dispuso Dios [en su sabiduría revelarse a Sí mismo]». Parece que algunos cristianos interpretan a Jesucristo desde categorías culturales del momento ancladas en el subjetivismo como si los hombres fueran individuos aislados, capaces de encontrar por sí mismos la salvación de los males que indudablemente nos afectan.

El gran pensador J.W.Goethe escribió a un amigo suyo manifestando que estaba contento con su vida: que sí admitía al buen Dios pero que no se veía necesitado de salvación; porque no se sentía pecador, gozaba de fama y la admiración de la sociedad, y tenía también bienestar y paz en su conciencia.
Puede señalarse como exponente de esa mentalidad del hombre que apenas tiene necesidad de Dios y no necesita mediación para entenderse con Él; de ahí que no entienda la necesidad de la Iglesia ni de las normas morales concretas, y que considere los sacramentos como ritos exteriores interesantes pero fácilmente prescindibles.

Sin embargo, este planteamiento subjetivo vacía la realidad de la fe cristina como encuentro real con Jesucristo, Dios y hombre verdadero que ha asumido nuestra condición humana menos el pecado, con alma y cuerpo en su Persona divina y mediador universal, que ha fundado la Iglesia como camino de salvación ofrecida a todos los hombres.

El documento califica la mentalidad subjetivista como neo-pelagianismo y neo-gnosticismo, antiguos errores cristianos que reducen la salvación al buen ejemplo de Cristo, a quien no consideran como el Hijo de Dios encarnado que lleva a plenitud la historia de la salvación, obra de la gracia de Dios Trino y de la libre correspondencia de los hombres. Y por ello quitan importancia a los pecados y a la sanación que llega por medio de los sacramentos de la gracia ofrecidos por la Iglesia de Jesucristo. La Palabra de Dios y el Pan de Cristo pierden importancia y quedan como elementos interesantes de la religión cristiana, a semejanza de los ritos que tienen otras religiones humanas. Y lo mismo ocurre con el Bautismo y el resto de los sacramentos.

Se entiende que la Iglesia quiera recordar ahora la genuina fe en Jesucristo con todas sus consecuencias como Salvador del mundo y esperanza de la humanidad, a fin de no desvirtuar el fondo sobrenatural del mensaje cristiano y católico en particular.

Sirva como resumen este párrafo del número seis de la Carta: «La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia. Nada creado puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él».

Esta Carta va dirigida a los obispos y fieles para iluminar la fe y provecho de las almas a fin de que evitar el relativismo religioso. También escribe a los creyentes de otras religiones para presentar con sinceridad puntos esenciales de la fe católica, sin lo cual se haría imposible un verdadero diálogo. Sabemos además que Dios sigue actuando en la historia y quiere llegar a todos incluso por caminos desconocidos para nosotros, que finalmente convergen en la Persona divina de Jesucristo. 


Jesús Ortiz López


https://www.religionconfidencial.com/tribunas/Carta-Placuit-Deo_0_3105289446.html

Se dan varias coincidencias positivas de esta Carta con el Documentos de la CEE titulado Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo. 21 abril de 2016.

Ver enlace: http://www.religionconfidencial.com/tribunas/creer-hoy-Jesucristo_0_2745925406.html
https://mail.google.com/mail/ca/u/0/#inbox/1620fe00b93d6091?projector=1&messagePartId=0.1

Resumía en mi artículo una idea de fondo. La Iglesia no puede dejar de anunciar a Jesucristo como único Salvador de todos los hombres, incluidos los quienes todavía no le conocen y siguen alguna religión o viven según su conciencia. Por eso esta Iglesia fundada por Jesucristo es camino universal de salvación, pues la ha dotado con la verdad plena y los medios de santificación, especialmente los sacramentos de la gracia. Y esto no va contra el diálogo interreligioso ni contra el ecumenismo, que solo se pueden dar desde la sinceridad de mostrar la propia identidad. Por todo eso la Iglesia de Jesucristo es misionera, a pesar de las incomprensiones y persecuciones actuales y a lo largo de la historia.

viernes, 2 de marzo de 2018

El selfie de unos parlamentarios


Algunos miembros del Congreso han presentado una proposición no de ley (PNL) instando al Gobierno para que denuncie los acuerdos con la Santa Sede, como si la inmensa mayoría de los Estados, incluidos muchos comunistas, no tuvieran o aspiraran a semejantes acuerdos.
Su insistencia pilla cansada a la mayoría de los ciudadanos, de izquierdas, de derechas y de centro, porque hacen como el pájaro carpintero que golpea con insistencia el árbol centenario con la ilusión de perforarlo para derribarlo.

La mayoría de los españoles se considera católica hasta un 78 por ciento, y más del 50 por ciento de los alumnos piden cada año tener clase de religión católica, ellos mismos o sus padres. No sé qué pasaría si los afiliados a cada uno de los partidos tuviera que renovar cada año su adhesión a la formación.

Tendremos que recordar por enésima vez el artículo 27,3 de la Constitución: «Los poderes públicos garantizarán el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con su propias convicciones». Y el artículo 16,3 afirma que «Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones».

Parece que algunos no entienden la diferencia esencial entre «aconfesionalidad» y «laicismo», cuando interpretan éste en su versión negativa como laicismo que rechaza derechos básicos y desea recluir la religión al ámbito subjetivo y oculto pero sin aparecer en la sociedad. Porque para convivir en sociedad es preciso respetar a los demás y sus creencias; en cambio, sí pueden propagarse con orgullo otras opciones amparadas en la libertad de expresión.

Desde tiempo inmemorial la izquierda más o menos radical sostiene una antropología trasnochada que concibe al ser humano como bípedo implume sin trascendencia. Se trata de una mutilación de la persona y un empobrecimiento de las instituciones creadas y promovidas por hombres y mujeres que piensan en mucho más que comer, acostarse con alguien, manifestarse y alcanzar el cielo en el Congreso.


Esos parlamentarios se retratan por tanto a sí mismos porque están alejados de la gente común, y harían mejor en trabajar más horas dentro del hemiciclo para alcanzar un pacto duradero que mejore la educación, admitiendo al menos que la trascendencia es una dimensión esencial de la persona, que suele desarrollarse en forma de religión cristiana, judía, musulmana o animista.

https://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=62794&cod_aut=a12dcw21ag6ffd