La resurrección gloriosa de Jesucristo
que celebramos esta Pascua corrobora todo el Evangelio y la afirmación suya: «Yo
soy la Vida». Por Cristo, con Él, y en Él ha sido creada la vida y
especialmente la vida humana, compuesta de cuerpo y alma como suprema expresión
natural de su dignidad. Este es el plan de Dios y por eso cada persona es
llamada a la existencia por el amor y no por la técnica. Sin embargo, sabemos
que se fabrican hombres como material con fines eugenésicos, y se busca crear
superhombres que superen la barrera de la muerte, como pretende el
transhumanismo.
Un servidor de la vida
Qué diferentes
son en cambio los esfuerzos de los científicos con conciencia para curar
enfermedades congénitas, como el famoso genetista francés Jérôme Lejeune. Por
eso no desarrollaré aquí el significado de la Resurrección de Jesucristo sino
los méritos del médico francés en defensa de los afectado por el síndrome Down.
Si bien es conocido por muchos vale la pena detenerse algo en su vida.
«¡Un
auténtico héroe en la nueva generación de servidores de la vida!», concluye la
autora de una reciente obra, fruto de diez años de investigaciones, estudios y
testimonios sobre el padre de la genética moderna, científico destacado y un
hombre de fe[1]. El
21 de enero de 2021 el Papa Francisco aprobó la promulgación del decreto que
reconoce la heroicidad de las virtudes del médico francés, primer paso para el
proceso de canonización.
Una semblanza
La biografía breve que ofrece el
principio de esas páginas recorre el camino del científico apasionado por la
verdad, comprometido con los enfermos de trisonomía 21
para curar y defender la vida de estos enfermos aunque sufra el ostracismo de por
parte de muchos. En cambio, sus trabajos e investigaciones exitosas le
llevan por el mundo participando en congresos durante los años sesenta del
pasado siglo. A partir de los setenta, en cambio, le darán la espalda por
defender a niños con capacidades distintas, los mongólicos como antes se decía,
por su parecido externo a esa raza.
Se casó con su novia Birthe protestante
danesa quien gracias a Jérôme descubrió la plenitud de la fe y fue recibida en
la Iglesia católica antes de casarse. Formaron una familia cristiana con sus
cinco hijos, en la que Jérôme encontraba la fuerza y alegría para las batallas
intelectuales y asistenciales. Se conservan más de dos mil cartas escritas a
Birthe e hijos cuando ella no podía acompañarle en sus viajes.
Lejeune ha sido un hombre feliz por su
fe, su amor a la familia, y su apasionada defensa de la verdad y de la vida,
mostrando que esa felicidad no es el privilegio de algunos afortunados sino el
secreto de un hombre que se confía a Dios, y libra las batallas de la ciencia y
de la fe.
La travesía por el desierto
El libro se centra en el ejercicio
heroico de las virtudes teologales y cardinales, como paso previo para iniciar el
proceso de canonización. Destacan por ello tantos hechos de Lejeune sobre la
inteligencia de la fe; el ejercicio de su esperanza vivificadora; y las manifestaciones
de su caridad, como historia de amor a Dios, a su familia, y al prójimo. Siguen
los capítulos dedicados a la prudencia en el obrar, su justicia equilibrada y
generosa, la fortaleza de su alma, y la templanza humilde y jovial.
Vale la pena detenerse en algunos rasgos
de esta vida científica intensa unida a su profunda humanidad y fortaleza para
defender a los más pobres entre los pobres, como son los niños trisómicos que
desarrollan esta enfermedad genética. A partir de los años setenta Lejeune encontró
la oposición de muchos científicos, de la administración francesa, de los
grupos de poder empeñados en establecer el aborto en el mundo. Ya al principio
de esos años sufrió incluso agresiones en sus conferencias en la universidad
arrojándole objetos y exponiendo pancartas «Muerte a papá Lejeune y a sus
pequeños monstruos». La administración le retira las ayudas para investigación
y parte de su equipo le abandona. Comienza su larga travesía por el desierto
del rechazo, y su lucha por evitar la eliminación programada de los niños
trisómicos diagnosticados en el seno materno. A los cuarenta y cinco años, con
una familia amplia, sólo le queda un colaborador.
Al seguir sus investigaciones y defender
la vida sabe el rechazo que encuentra en sectores influyentes y que de hecho se
ha jugado el Premio Nobel. Más tarde, a pesar de todo y visto su prestigio
científico es elegido miembro del Instituto de Francia en 1983. En cambio, poco
después Francia establece la ley del aborto defendida por la ministra Simone
Veil. Una de cal y otra de arena, por aquello del pragmatismo de los políticos.
Escribe la autora: «Este momento de la
vida de Jérôme Lejeune es especialmente rico, porque se trata de un tiempo de
transformación. Si hay un mundo que lo ha rechazado, en cada uno de los
continentes hay otro que lo reclama para dar testimonio: el mundo de las
familias y de los defensores de la vida humana. El fundador de la genética
moderna, al principio cortejado por todos y luego abandonado y condenado al
ostracismo, se convierte en incansable apóstol de la vida». La lista de
invitaciones es inversamente proporcional a la de los congresos que le
rechazan.
Vida y resurrección (II)
Hemos considerado en la primera parte que
el profesor Jêrôme Lejune ha sido un
servidor de la vida contra viento y marea. Después del proceso canónico el Papa
Francisco aprobó en enero del 2021 la promulgación del decreto que reconoce la
heroicidad de las virtudes del médico francés, primer paso para el proceso de
canonización.
Un hombre de fe
Años antes el papa Pablo VI nombró a
Lejeune miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias, y más tarde Juan
Pablo II le distinguió con su amistad y le propuso organizar la Academia
Pontificia por la Vida. Tiempo antes, en 1981, y para rebajar la tensión
internacional le pide que se entreviste con el presidente de la URSS, Brezner,
para entregarle las conclusiones de los trabajos de la Academia Pontificia,
sobre los efectos comprobados de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima y
Nagasaki. Lejeune lee: «Señor presidente, si hemos venido a verle a usted a
petición del Santo Padre, es porque los científicos hemos llegado a la
conclusión de que no existe ninguna solución tecnológica, militar o médica para
reparar los desastres de una guerra atómica. Los científicos sabemos que, por
primera vez, la humanidad se enfrenta al hecho de que su supervivencia depende
de la aceptación por parte de todas las naciones del mundo de los preceptos
morales que trascienden todo sistema y toda especulación» (p. 69).
Últimos tiempos del científico
Juan Pablo II le regala con su amistad y
frecuenta el Vaticano para consultas sobre su especialidad. Un día, el 13 de
mayo de 1983 después de participar junto con su esposa en la Misa en la capilla
privada del Papa y desayunar juntos, regresan a Francia y se entera
precisamente de que un rato después el Papa había sufrido el atentado en la
Plaza de san Pedro. Lejeune queda profundamente impresionado; por la noche
sufre un cólico biliar y tiene que ser hospitalizado de urgencia; estuvo dos
días inconsciente y solo Dios sabe la sintonía y comunión en el dolor con el
Papa.
En 1993 y poco después de liderar la
Academia por la Vida descubren en Lejeune un cáncer de pulmón de difícil
curación, y muere en abril de ese año, precisamente en la mañana de Pascua,
cuando celebra la Resurrección de Jesucristo. Unos días después se celebra el
funeral en la catedral de Notre Dame de París, completamente abarrotada de
fieles, y se lee la siguiente carta enviada por Juan Pablo II glosando el
Evangelio: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá (Juan 11,25): Nos vienen a la mente esas palabras de Cristo en este
momento en que nos hallamos ante la muerte del profesor Jérôme Lejeune. Si el
Padre celestial se lo ha llevado de esta tierra el mismo día de la resurrección
de Cristo, es difícil no ver en esta coincidencia un signo. La resurrección de
Cristo es un gran testimonio de la vida, que es más fuerte que la muerte.
Iluminados por estas palabras del Señor, vemos en toda muerte humana una
participación en la muerte de Cristo y en su resurrección, especialmente cuando
la muerte tiene lugar el mismo decía de la Resurrección. Esta muerte testimonia
con mayor fuerza la vida a la que el hombre está llamado en Jesucristo. Durante
toda la vida de nuestro hermano Jérôme, esta llamada representó una línea
directriz. Como sabio biólogo, sintió pasión por la vida. En su campo fue una
de las mayores autoridades mundiales. Diversos organismos lo invitaban a dar
conferencias y le pedían sus consejos. Lo respetaban incluso quienes no
compartían sus convicciones más profundas».
Lejeune no era un joven de temperamento
aguerrido con liderazgo aunque sí ejercitará una fortaleza heroica, que
sostiene tantos años después la esperanza de miles de familias y miles de criaturas
que han nacido gracias a sus luchas y a su fe.
La fe en la Resurrección impulsa a todo
cristiano coherente a promover la vida y defenderla de sus agresores, a poner
los talentos y el trabajo al servicio de los hombres necesitados, intentando
dar luz a la sociedad, puesto que el trabajo puede ser medio de santidad y
camino para instaurar todo en Jesucristo Señor de la Vida.
Jesús Ortiz López
https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/vida-resurreccion-i/20230426030006046050.html
https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/vida-resurreccion-ii/20230505030818046115.html
[1] Aude Dugast. Jérome Lejeune, Un retrato espiritual. Palabra,
2021. 270 págs.