Está
en primer plano de noticias el coronavirus con advertencias para evitar
contagios sobre todo para las personas de riesgo. No se puede minusvalorar el
peligro; sin embargo, los expertos llaman a tener calma, y personas sensatas
invitan también a tener más perspectiva. Por eso hablan de la paradoja de amplios
sectores de la sociedad que prescinde de la fe cristiana mientras tienen una
confianza ciega en el progreso científico, como esas hibernaciones para superar
la muerte, y quedan paralizados ante un virus. El transhumanismo que venden
algunos choca ahora con la fragilidad del superhombre.
La
esperanza cristiana contrasta con esa visión sin trascendencia y sin Dios. Cuando
los creyentes proclamamos cada domingo la fe en la vida eterna, asumimos a la
vez esa fragilidad y la esperanza en Jesucristo, que ha muerto y resucitado, y
asegura que todos también resucitaremos. La Pascua a la que nos encaminamos en
esta Cuaresma ayuda a ver con más realismo, trascendencia y fe, la enfermedad y
la muerte. Por ello la mortificación simbolizada en la Ceniza y la Abstinencia
no se reduce a un rito del pasado pues invita a poner la mirada en Jesucristo
salvador de todos los hombres.
Muerte
y Vida
Recordemos
brevemente que el eje de las catedrales va de oriente a occidente, desde donde
sale el sol hasta el ocaso. Así el ábside nos lleva a mirar a Cristo salvador
de la humanidad, la luz que ilumina a todos los hombres. Allí se sitúa el altar
que es Cristo mismo realizando el Sacrificio redentor que une definitivamente
el cielo con la tierra, superando las barreras de la muerte. Con frecuencia el
ábside del templo románico o las vidrieras de la catedral gótica representan al
Pantocrátor, Señor de la historia real, no la aparente de los poderosos: “El
Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya
hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena", enseña el
Catecismo.
En
la Edad Media la vida estaba cotejada con la muerte, pero sin el tremendismo al
que nos inducen las sesgadas interpretaciones de la Ilustración descristianizada.
Ciertamente con una esperanza de vida que no llegaba a los cuarenta años, con
una elevada mortalidad infantil y con tantas epidemias, la muerte era un
acompañante habitual. Pero el creyente de entonces acepta la muerte fortalecido
por la fe cristiana e impulsado por la esperanza en la misericordia divina
puesto que todavía Dios es el centro de su vida.
El
giro copernicano vendría con la modernidad cuando el hombre se instale como
centro del universo y Dios pierda relevancia en la cultura y en la vida: los
hombres pierden la perspectiva y no pueden orientarse. Nos asustamos ante un
coronavirus. Antes de que el creyente medieval entrara en la catedral, la casa
de Dios e imagen de la ciudad celestial, encontraba la representación de Juicio
final en la fachada Sur. En el centro, aparece Cristo Juez rodeado de los
apóstoles y bienaventurados para juzgar a los hombres y mujeres, nobles o
plebeyos, que han resucitado y son conducidos por ángeles. Gozarán de Dios
porque a la caída de la tarde son juzgados en el amor, que imperó en su vida.
Pero también los artistas medievales explayan su fantasía en la descripción de
los tormentos merecidos por los condenados en manos de horribles demonios,
porque fueron hallados faltos del peso de la caridad.
Hoy
ante el coronavirus los creyentes y sensatos seremos prudentes protegiéndonos y
cumpliendo algunas normas de protección, pero no nos apartaremos del prójimo
sino que seguiremos con las obras de caridad, de atención a enfermos, de
catequesis, y acompañaremos a los solitarios. Y no dejaremos a participar en la
Eucaristía. Porque confiamos en la ciencia y sobre todo en Dios.
Jesús
Ortiz López.