viernes, 20 de marzo de 2020

Cuaresma y coronavirus


Está en primer plano de noticias el coronavirus con advertencias para evitar contagios sobre todo para las personas de riesgo. No se puede minusvalorar el peligro; sin embargo, los expertos llaman a tener calma, y personas sensatas invitan también a tener más perspectiva. Por eso hablan de la paradoja de amplios sectores de la sociedad que prescinde de la fe cristiana mientras tienen una confianza ciega en el progreso científico, como esas hibernaciones para superar la muerte, y quedan paralizados ante un virus. El transhumanismo que venden algunos choca ahora con la fragilidad del superhombre.

La esperanza cristiana contrasta con esa visión sin trascendencia y sin Dios. Cuando los creyentes proclamamos cada domingo la fe en la vida eterna, asumimos a la vez esa fragilidad y la esperanza en Jesucristo, que ha muerto y resucitado, y asegura que todos también resucitaremos. La Pascua a la que nos encaminamos en esta Cuaresma ayuda a ver con más realismo, trascendencia y fe, la enfermedad y la muerte. Por ello la mortificación simbolizada en la Ceniza y la Abstinencia no se reduce a un rito del pasado pues invita a poner la mirada en Jesucristo salvador de todos los hombres.

Muerte y Vida

Recordemos brevemente que el eje de las catedrales va de oriente a occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso. Así el ábside nos lleva a mirar a Cristo salvador de la humanidad, la luz que ilumina a todos los hombres. Allí se sitúa el altar que es Cristo mismo realizando el Sacrificio redentor que une definitivamente el cielo con la tierra, superando las barreras de la muerte. Con frecuencia el ábside del templo románico o las vidrieras de la catedral gótica representan al Pantocrátor, Señor de la historia real, no la aparente de los poderosos: “El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena", enseña el Catecismo.

En la Edad Media la vida estaba cotejada con la muerte, pero sin el tremendismo al que nos inducen las sesgadas interpretaciones de la Ilustración descristianizada. Ciertamente con una esperanza de vida que no llegaba a los cuarenta años, con una elevada mortalidad infantil y con tantas epidemias, la muerte era un acompañante habitual. Pero el creyente de entonces acepta la muerte fortalecido por la fe cristiana e impulsado por la esperanza en la misericordia divina puesto que todavía Dios es el centro de su vida.

El giro copernicano vendría con la modernidad cuando el hombre se instale como centro del universo y Dios pierda relevancia en la cultura y en la vida: los hombres pierden la perspectiva y no pueden orientarse. Nos asustamos ante un coronavirus. Antes de que el creyente medieval entrara en la catedral, la casa de Dios e imagen de la ciudad celestial, encontraba la representación de Juicio final en la fachada Sur. En el centro, aparece Cristo Juez rodeado de los apóstoles y bienaventurados para juzgar a los hombres y mujeres, nobles o plebeyos, que han resucitado y son conducidos por ángeles. Gozarán de Dios porque a la caída de la tarde son juzgados en el amor, que imperó en su vida. Pero también los artistas medievales explayan su fantasía en la descripción de los tormentos merecidos por los condenados en manos de horribles demonios, porque fueron hallados faltos del peso de la caridad.

Hoy ante el coronavirus los creyentes y sensatos seremos prudentes protegiéndonos y cumpliendo algunas normas de protección, pero no nos apartaremos del prójimo sino que seguiremos con las obras de caridad, de atención a enfermos, de catequesis, y acompañaremos a los solitarios. Y no dejaremos a participar en la Eucaristía. Porque confiamos en la ciencia y sobre todo en Dios.


                                                                                                                     Jesús Ortiz López.

Reacción ejemplar


La Conferencia Episcopal ha pedido que a las 12 horas las campanas de las iglesias inviten a la oración, la solidaridad y la ejemplaridad. La oración cada uno en su casa y Dios en la de todos, y la de voluntarios jóvenes que acompañan a Jesucristo en la Eucaristía, y la de familias que participan en las Misas por televisión. No son pocos.


Tiempo de oración
Se pone en marcha, por ejemplo, el rezo del rosario con participación activa de familias que graban un misterio y lo suben a internet según el plan de la parroquia completando así el Rosario solidario por las intenciones del Papa y de los Obispos, y en particular por los enfermos a causa de esta epidemia.  Otros ofrecen oraciones oportunas en estos momentos, como ofrece el portal Aleteia:

¡Señor, yo me quedo en casa!: ¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y caigo en la cuenta de que, también esto,
me lo enseñaste Tú viviendo, obediente al Padre,
durante treinta años en la casa de Nazaret esperando la gran misión. (…)
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y responsablemente lo hago por mi bien,
por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos,
y por el bien de mi hermano, el que Tú has puesto a mi lado pidiéndome que vele por él en el jardín de la vida.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y, en el silencio de Nazaret, trato de orar, de leer,
de estudiar, de meditar, y ser útil con pequeños trabajos para hacer más bella y acogedora nuestra casa.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y por la mañana Te doy gracias por el nuevo día que me concedes, tratando de no estropearlo, de acogerlo con asombro
como un regalo y una sorpresa de Pascua.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y a mediodía recibiré de nuevo
el saludo del Ángel, me haré siervo por amor,
en comunión Contigo que te hiciste carne para habitar en medio de nosotros; y, cansado por el viaje, Te encontraré sediento junto al pozo de Jacob,
y ávido de amor sobre la Cruz.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y si al atardecer me atenaza un poco de melancolía,
te invocaré como los discípulos de Emaús:
Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la noche, en comunión orante con tantos enfermos y personas solas,
esperaré la aurora para volver a cantar tu misericordia
y decir a todos que, en las tempestades, Tú eres mi refugio.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y no me siento solo ni abandonado,
porque Tú me dijiste: Yo estoy con vosotros todos los días. (…). Amén
Viene de lejos la oración intensa en las necesidades, ahora aplicable a la epidemia del Covid-19 que paraliza la actividad habitual. Por ejemplo, el salmo 90 pone en boca de Dios Providente estas palabras:
«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré, lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación». Ciertamente esta pandemia paraliza la actividad habitual, pero no lo normal porque con fe todo es normal en cuanto ocasión de poner las luces largas que iluminan el camino.
Tiempo de solidaridad y de ejemplaridad

La solidaridad se manifiesta ahora en gestos como aplaudir desde los balcones a los profesionales de la sanidad excelente que tenemos, porque ahora están desbordados. También los vecinos y muchos jóvenes que se ofrecen para hacer la compra de los mayores imposibilitados. Y los colegios que siguen impartiendo las clases por internet a hora fija y con deberes. Sin olvidar a quienes dan pistas para intensificar la vida de las familias en el hogar, con interesantes ofertas de juegos, visitas virtuales a museos y monumentos, o representación de conciertos y óperas famosas.

En tercer lugar, la ejemplaridad pues los creyentes como buenos ciudadanos estamos cumpliendo las indicaciones de las autoridades, aunque nos cueste no participar presencialmente en la Eucaristía, algo que está revitalizando la costumbre de rezar cada día varias comuniones espirituales, con una eficacia grande a la medida de la fe de cada uno, como acaba de recordar el Papa Francisco. Recuerdo a un buen hombre todavía joven que no podía acercarse a comulgar sacramentalmente por sus circunstancias personales, y asistía a Misa con gran devoción haciendo en el momento oportuno una comunión espiritual, que quizá le aprovechaba por su devoción más que a otros menos preparados. En fin, vivimos tiempos recios y tiempos de esperanza.

Jesús Ortiz López