lunes, 21 de octubre de 2019

La homilía del domingo


Una buena madre de familia me decía que la Misa del domingo le sirve para orientar toda la semana, con la homilía que da alguna idea y un propósito general.  Le respondía que ojalá sea así, y que la homilía es importante siempre que esté al servicio de la Palabra, cosa que algunos fieles olvidan. Se quedan con la duración, si tiene un argumento claro, o si se entiende al sacerdote; en definitiva, algunos se quedan con el envoltorio sin llegar al regalo que es la Palabra de Dios y la Eucaristía.

La mayoría de los sacerdotes que conozco preparan con antelación el conjunto de su variada predicación y en particular la homilía dominical, además de la cotidiana, si es el caso. Otra cosa es que luego logren alcanzar su objetivo, sin olvidar aquel dicho de que «el sacerdote que no mueve las almas contribuye a mover el trasero de los oyentes». Por eso intentamos documentarnos y llevar antes a la oración la predicación y pedir gracia al Espíritu Santo, pues sin ella no tendría eficacia sobrenatural: más que técnica es corazón movido por la fe.  El Papa Francisco es un ejemplo de homilía diaria directa, con pasión, y breve.

No resulta difícil comprender que una breve homilía de un domingo requiere bastante preparación. Porque hay que resumir una idea o comentario de fe en pocos minutos, con un argumento desde el inicio hasta el final concreto. Salvo excepciones, una homilía no debería superar diez minutos, a todos los niveles, incluidas las bodas, bautizos, confirmaciones o funerales. Muchos, incluidos los señores obispos, lo intentamos aunque a veces no lo consigamos.

Cierto que los sacerdotes no deben abusar de la paciencia de los fieles, aunque quizá sea oportuno añadir que Dios merece que le dediquemos al menos casi una hora a la semana: para encontrarse con Jesucristo y cargar baterías para portarse como hijos de Dios. De eso se trata. Y además, el encuentro amistoso de familias a la salida completa esa reunión en el nombre del Señor, como dice un canto de entrada.

Recuerdo el comentario de un asistente a un Retiro de varios días que comentaba al final los aspectos literarios y retóricos de aquellas «conferencias», decía. Aunque diera un notable al sacerdote, el comentario era para deprimirse porque el buen señor no había entrado en el Retiro. Se trataba de meterse en la Palabra de Dios para convertirse bajo la acción del Espíritu Santo, no por la elocuencia del predicador.

El estímulo, la comprensión y la oración de los fieles, son una gran ayuda para avanzar juntos en la fe compartida, celebrada y vivida. Con un mal predicador, pero con fe y corazón, el Espíritu Santo puede hacer maravillas.


Jesús Ortiz López


https://www.religionenlibertad.com/blog/744849531/La-homilia-del-domingo.html

viernes, 18 de octubre de 2019

J.H.Newman: un hombre nuevo


J.H.Newman: un hombre nuevo (I)

Su apellido significa precisamente «un hombre nuevo», un hombre renacido. Su canonización reciente lo declara como nuevo santo, y propone como ejemplo del seguimiento honrado de Jesucristo en la Iglesia.

Un hombre nuevo renacido primero en el bautismo en la Iglesia anglicana, y más tarde convertido a la Iglesia católica, donde encontró la plenitud de verdad y de medios de santificación, porque fue descubriendo cómo discurre el encuentro real con Jesucristo Salvador.

Una fe pensada y vivida

Estos días se escribe mucho sobre el nuevo santo facilitando el descubrimiento de su inmenso influjo en la Iglesia. En esta ocasión me permito señalar tan solo algunas líneas de fuerza de su fe pensada y vivida. El Catecismo actual le cita en cuatro ocasiones sobre la fe, la conciencia, la conversión y la adoración a Dios.

En un momento en que se sintió morir manifestó «No he pecado contra la luz», de la fe recibida como regalo de Dios.  Newman sabe que la fe responde honradamente a las verdades revelas sobre Dios, el hombre y el mundo, custodiadas y vividas en la tradición de la Iglesia. Estudiando la vida de los primeros cristianos, las enseñanzas de los Padres y la doctrina vinculante de los Concilios, llega a la convicción de que todo ello se encuentra en la Iglesia de Roma.

Al respecto enseña el Catecismo que la certeza que da la luz de la fe es mayor que la de la razón natural y la experiencia humana, porque tiene la garantía de Dios, y cita estas palabras de Newman «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apología. (n. 157). Valentía, por tanto, para pensar la fe sin detenerse en las dificultades.

Una segunda referencia al nuevo santo aparece al tratar de la conciencia, que refleja la luz para cada actuar de acuerdo con el querer de Dios. En efecto, enseña el Catecismo que «La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. (…) La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Newman, Carta al duque de Norfolk 5) (n. 1778).

Tenía pues un sentido de la conciencia como lugar de encuentro con Dios, en contraste con esa concepción tan extendida de la conciencia como en reino de la subjetividad, que se sitúa por encima de las normas morales y de las leyes divinas y humanas.


J.H.Newman: un hombre nuevo (II)

Newman siguió durante años un proceso de conversión personal, buscando la luz más plena, la rectitud de conciencia donde se encontraba a solas con Dios, y la purificación del corazón frente a la vida mundana. Sabe con plena certeza que la verdadera dicha no reside en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino en Dios solo, fuente de todo bien y de todo amor. Esta vez el Catecismo recoge estas palabras del nuevo santo:

«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje "instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad… Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro… La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (…) ha llegado a ser considerada como un bien en sí misma, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Newman, Sermones parroquiales, Sobre la santidad, 5) (n.1723).

Finalmente, esa honradez intelectual y esa valentía personal le llevan a reconocerse como criatura agradecida de Dios, con esa humildad tan atractiva que vemos en los santos. Es el respeto al Nombre de Dios, tan atacado a veces hoy día con la blasfemia oral o gestual que incluso pasa por artística, cuando se pierde el sentido de lo sagrado, algo que pertenece a la virtud de la religión. Ese hombre que se reconoce con sencillez como criatura de Dios no caerá en el endiosamiento orgulloso de quien no debe nada a nadie, y menos a Dios.

Esta vez el Catecismo recoge otras palabras de J.H. Newman:  2144 Los sentimientos de temor y de "lo sagrado" ¿son sentimientos cristianos o no? Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios soberano. (…) No tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Newman, ibidem, 5, 2).
Oportuna por tanto es esta canonización pues arroja luz sobre dudas y errores teóricos y prácticos en temas capitales para la vida personal y social: la honradez intelectual, la conciencia recta, la conversión sincera a Dios, y la valentía personal para reconocer la soberanía de Dios. Dios está en la conciencia y en la calle.

Jesús Ortiz López