jueves, 23 de mayo de 2024

La mano invisible

«Personalmente nunca he sentido la tentación de poner en duda la existencia de Dios ni de atribuirle mis desgracias. Nunca pensé, ni un solo instante, que Dios me hubiese abandonado. Al contario, fue precisamente durante los momentos de mayor dureza cuando se vio fortalecida mi fe».

Hoy día Gaétan es un sacerdote católico que ejerce su ministerio en Madrid como el Buen Pastor en una parroquia y entre los enfermos. Su trayectoria vital ha sido muy dura pasando por casi todas las penalidades que puede sufrir una persona, y que han consolidado su vocación y acercado a Jesucristo en la Cruz. Declara que nunca ha tenido la tentación de acusar a Dios de sus sufrimientos pues sabe bien que son causados por la maldad de algunos hombres y porque no tenemos en este mundo ciudad permanente. Desde muy niño deseaba ser sacerdote para ser las manos y el corazón de Jesucristo en servicio de los demás, y ha relatado su experiencia de fe, convencido de que Dios le ha guiado con mano invisible[1].

Dios en el banquillo

Para muchos la existencia del mal en el mundo representa el gran problema para admitir a Dios y su Providencia en el mundo. Se trata de un problema vital antes que intelectual debido a experiencias duras y a una idea errónea de Dios. En cambio, son mayoría quienes creen en Dios a pesar de los males abundantes en el mundo cuando se acercan a las causas que los generan, con convicción personal y tradición de fe.

Abundan los testimonios de personas que han sufrido males ordinarios, como la mayoría, y otros extraordinarios y han optado por una visión positiva y de conjunto. Se comprende el rechazo de un ser superior supuestamente bueno con los hombres ante grandes sufrimientos, pero el pesimismo existencial no vale para mantener el sentido de la vida y de la historia. Y descargar en Dios la responsabilidad del mal es quedarse en la penultimidad de la vida, porque algo tiene que ver la libertad de los hombres.

Del exilio a sacerdote de Jesucristo

Gaétan ha tenido una vida apasionante camino del sacerdocio en medio de grandes sufrimientos. Tuvo que huir de su Ruanda natal a causa de la guerra tribal, y comienzo el periplo por varios países como refugiado, especialmente en la República del Congo (antes Zaire) y en la República Centroafricana siendo un milagro que haya sobrevivido. Y más aún que sea un hombre sereno y sacerdote de Jesucristo guiado en verdad por la mano invisible de Dios, y de muchas personas que encarnan al buen samaritano como procura ser él mismo para los demás.

Da testimonio de que el sufrimiento no es enemigo de la fe sino más bien al contrario. Quien ha perdido la fe puede revisar el significado de su sufrimiento como una oportunidad de encontrarse con Dios. «Ningún pasaje del Evangelio -señala- promete el paraíso en la tierra. Y considera que la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué el hombre maltrata a sus semejantes? En el caso del genocidio de Ruanda, cada machete que cortaba un cuello lo sujetaba la mano de una persona concreta».

La esperanza le sostuvo, y pudo sobrevivir al cólera y a la malaria, al hambre y a la sed, a la soledad, a la pobreza y a la precariedad. Considera que los sufrimientos, las humillaciones, la cárcel, las expulsiones, la pobreza y la fatiga eran el camino del calvario personal para unirse a Jesús. El sufrimiento, dice, le enseñó el amor al hombre y el valor de la fe. Cada vez que empezaba a desesperarse encontraba alguien que le solucionaba el problema: no han sido coincidencias sino la mano invisible de Dios y la bondad de unas personas.

De la guerra a la paz

Las causas del mal hay que buscarlas en el abuso de libertad de muchos hombres para sojuzgar a los demás. Gaétan señala que hoy día gracias a la prensa, a la concienciación social y a los medios tecnológicos disponibles, las personas de buena voluntad pueden socorrer a los que sufren a miles de kilómetros: «Fue en los campos de refugiados donde descubrí el sentido del voluntariado, del sacrificio, de la renuncia y de la generosidad internacional». Incluso a pesar de los miedos y desinformación de algunos. Por ejemplo, algunos obstaculizaban que los voluntarios americanos vacunaran del cólera a niños y madres embarazadas, difundiendo rumores de que tenían un plan maquiavélico para exterminarlos.

Recuerda en el prólogo la belleza de su país y la bondad natural de sus gentes: «No comprendía cómo el pueblo que habitaba aquel paraíso había podido pasar de una paz legendaria a una de las matanzas más atroces de la historia reciente de la humanidad.  De la paz se pasó a la guerra, de la guerra a la fractura social, y de ahí al genocidio. Después, todo fueron penas y miseria: el exilio para unos, la tristeza permanente para otros y la ruptura interior para todos». Había marchado con 22 años y volvía por un tiempo, ya sacerdote con 41.

Después de estar en el seminario de Bangassou (República Centroafricana)  y en el de Bangui, fue admitido providencialmente en el de Madrid. Tras cuatro años en este seminario Gaétan fue ordenado primero como diácono en la catedral de Madrid en junio de 2003 y en septiembre de ese año como sacerdote en Bangassou, lejos de su tierra natal y de su familia en Ruanda. En el año 2000, al comienzo del tercer milenio, se decidió a escribir su historia en parte para apartar los fantasmas, viendo su vida iluminada por la presencia de Dios en cada etapa de su itinerario. Y se pregunta ¿será verdad que Dios nos susurra en nuestros momentos de alegría y grita en nuestros sufrimientos?

Los años transcurridos en el exilio y después de formación lejos de hacerle amargo y pesimista le habían enseñado a poner su esperanza en Dios y en los buenos samaritanos: «Había comprendido que el hombre es, siempre y en todas partes, igual: capaz de hacer el bien y el mal, capaz de amar y de odiar, capaz de apostar por la vida o por muerte. Lo que a mí me interesaba eran el bien, el amor y la vida, y eso se pueden encontrar en cualquier lugar».  Con su experiencia como sacerdote ha publicado un nuevo libro titulado: «Un sacerdote entre dos mundos» pues ha madurado con lo mejor de su historia africana y también con lo mejor de nuestro Occidente cristiano, a pesar de los pesares.

 

Jesús Ortiz López

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/la-mano-invisible/20240517053809049353.html

 

 



[1] Gaétan Kabasha Una mano invisible. De seminarista en el exilio a sacerdote de Cristo.

Editorial Nueva Eva. Madrid 2021. 220 págs.

 

Tres pasos desiguales (I y II)

Tres pasos desiguales (I)

Han pasado muchas décadas desde aquel 20 julio de 1969 en que el mundo se asombró con la hazaña de los astronautas norteamericanos Neil Armstrong y Buzz Aldrin al pisar la Luna: un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad, se dijo entonces. Con razón, porque esa hazaña ha probado lo alto que puede llegar el ser humano cuando pone cabeza y corazón en una tarea.

Una gran hazaña humana

Se culminaba así un gran trabajo de equipos integrados por cientos de científicos y técnicos, muchos experimentos con unos fracasos y muchos avances. Fue un proyecto ilusionante para la sociedad norteamericana que avivó el sentido de pertenencia y el patriotismo, la confianza en los progresos de las ciencias, y la satisfacción de sentirse representados por esos hombres audaces. Lo que había sido aspiración de los hombres desde tiempos remotos, proyecto de los científicos, y sueños de la ciencia ficción se había logrado finalmente.  Sí, lo sentimos como un gran paso para la humanidad.

Además de recoger muestras y dejar aparatos para estudiar mejor la Luna, Armstrong y Aldrin dejaron en la superficie lunar unas cápsulas con signos de la civilización, y entre ellos una placa en la que estaban grabados algunos versículos del Salmo 8: « ¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! /Ensalzaste tu majestad sobre los cielos. /De la boca de los niños de pecho has sacado una alabanza contra tus enemigos/para reprimir al adversario y al rebelde. /Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, /la luna y las estrellas que has creado. /¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?/ Lo hiciste poco inferior a los ángeles, /lo coronaste de gloria y dignidad; /le diste el mando sobre las obras de tus manos./Todo lo sometiste bajo sus pies. /Rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, /las aves del cielo, los peces del mar que trazan sendas por el mar. /¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!».

Es un canto con el asombro de los hombres sensatos que reconocen su misión en la tierra como administradores de la Creación, con capacidad para avanzar en el conocimiento de la realidad y configurar una sociedad más humana, a pesar de todos los pasos de regresión.

Un paso atrás en humanidad

En efecto y en contraste con esos buenos pasos, estos meses el mundo ha dado un paso hacia atrás en humanidad cuando la Asamblea francesa ha aprobado una reforma constitucional para garantizar, en determinadas condiciones, la libertad de reclamar la interrupción voluntaria del embarazo.

Bonitas palabras suficientes para blindar el aborto frente a futuras leyes que pudieran limitarlo. Se trata de un debate entre quienes defienden la vida y quienes consideran que las leyes refrendan lo que está en la calle, aunque esto sea engañoso. Porque la opinión pública no es unánime y hay demasiados intereses en ocultar la realidad del aborto empezando por el daño sufrido por las madres. Porque hay engañosa dificultad para entender que se trata de eliminar una criatura humana indefensa y las consecuencias en las mujeres que abortan. Superando la propaganda se puede ver el disfraz de la «interrupción voluntaria del embarazo», porque es eliminación del hijo, es forzada en la mujer, y no es algo accidental en ellas.

Además, no se puede olvidar el carácter configurador que tienen las leyes que edifican sobre la justicia, pero también desedifican regulando injusticias y muchos confunden lo legal con lo moral. Cosas del positivismo jurídico que abandona los presupuestos éticos de ley natural (que sigue existiendo aunque muchos la nieguen). Con ello se logra una aceptación social no suficientemente informada y muchos pierden los reflejos morales para entender que está en juego el nivel humano de la sociedad.

A ese paso atrás se añade que poco después el Parlamento Europeo que ha votado por mayoría una resolución que recomienda a los países miembros que sigan el camino de Francia para introducir el aborto en las respectivas Constituciones. La cercanía en el tiempo y el objetivo invitan a pensar que hay una agenda empeñada en cerrar en falso un debate vital para la sociedad y para las personas.

Como ha escrito Federico Montalvo «El aborto supone interrumpir un proyecto de vida único e irrepetible, el paso vital inescindible sin el que un ser humano no puede llegar a serlo para siempre, por lo que atribuir la facultad de decidir sobre un 'tertium' existencialmente distinto de la madre, aunque alojado en el seno de ésta, es decir, sobre si una vida va o no a desarrollarse, no parece sostenible ni jurídica ni menos éticamente. Se tienen derechos sobre cosas, no sobre personas ni vidas, Kant 'dixit'. El feto no es una mera 'pars ventrix' que queda sometida al arbitrio de la mujer. Se trata desde el principio de un derecho a la vida propio, no meramente derivado».

Todo ser humano es un fin en sí mismo, cualquiera que sea el estado de su salud o de sus capacidades intelectuales y físicas, y nunca puede ser tratado como medio. Toda persona tiene valor, pero ninguna tiene precio, como acaba de explicar el documento de la Iglesia defendiendo la dignidad de todos, y así se pueden superar los errores y tragedias que desagarran a la humanidad: el drama de la pobreza, la guerra, las condiciones de trabajo de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, las violencias contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de las personas con discapacidad, la teoría de género, el cambio de sexo y la violencia digital[1].

La idea de la «dignidad infinita» de la persona humana es uno de los pilares fundamentales de nuestra civilización y encuentra sus raíces en la antigüedad clásica, en la tradición bíblica y, especialmente, en el pensamiento cristiano. Antes que una enseñanza de la Iglesia es una verdad de orden moral natural, asequible a cualquier persona reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas (Continuará). 

 

Tres pasos desiguales (II)

Después de considerar el gran paso para la humanidad, con la llegada del hombre a la luna, y el paso hacia atrás por la legislación contraria a la vida, veamos el gran paso del Resucitado.

El Gran Paso de Jesucristo fuera del sepulcro

Y llegamos al Gran Paso definitivo con la Resurrección de Jesucristo por su propio poder como Dios, que la Iglesia celebra en esta Pascua  terminada ya en la fiesta de Pentecostés después de Ascensión de Jesucristo al Cielo.

De acuerdo con los relatos de estas semanas pascuales vemos la comprobación reiterada de la Resurrección por los discípulos y aun por los enemigos. Sí es el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios encarnado, sí es su propio cuerpo que se gestó en el seno de la Virgen María, sí es su misma alma espiritual como principio de todas sus capacidades, voluntad, inteligencia, facultades, sentidos, sentimientos, y actuaciones.

Pero no volvió a la vida natural sino en un estado sobrenatural en sentido estricto, el cuerpo glorioso no debido a la naturaleza humana, no sometido a las leyes naturales, y definitivamente inmortal, que subió por su propio poder al Cielo, donde permaneces para siempre con poder y majestad de Dios junto al Padre y al Espíritu.

Entre los seguidores de algunas religiones hay solo un recuerdo y unas tradiciones de su fundador o de sus orígenes, y en todo caso una sepultura con sus restos. Sin embargo, entre los cristianos y Jesucristo solo hay un sepulcro vacío en Jerusalén, la Tierra Santa, por haber nacido en ella el Señor Jesús.

Por eso confesamos juntos al final del Credo: Creo en la resurrección y de la carne y en la vida eterna. Es decir, que creemos en la resurrección de la carne al fin de los tiempos, según la realidad y la promesa de Jesucristo que va por delante. No es la simple aspiración a una pervivencia espiritual en el recuerdo, la fama o las obras después de la muerte segura. Es el don de Dios a cada persona, alma y cuerpo resucitado destinado a la gloria en Dios Familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No se trata de suposiciones o de una vaga esperanza sino de seguridad en la Palabra de Dios.

Y esto lleva a tomarse en serio la vida, a comprometerse en este mundo y responder a la misión de llevar a término la Creación del mundo. Así lo entendieron los primeros cristianos, las primeras familias que abrazaron la fe y sorprendentemente y contra todo pronóstico fueron capaces de cambiar el mundo.

Es la gran osadía de la fe cristiana: «La conciencia de la magnitud de la dignidad humana –de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios– junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa, ya que no son nuestras fuerzas las que nos salvan y nos dan la vida, sino el favor divino» (san Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa, n. 133).

 

Jesús Ortiz López

https://www.religionenlibertad.com/blog/986657851/Tres-pasos-desiguales-.html

 

 



[1] Cfr. Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Dignitas infinita. 8 abril 2024.