Ha sido presentado en
el Vaticano el documento de trabajo del próximo Sínodo sobre la familia para
otoño de 2014, recogiendo las opiniones de los fieles, y la experiencia de los
párrocos y de los obispos sobre la institución familiar en todo el mundo.
Problemas variados
La Iglesia dispone hoy de una radiografía de la familia en
el mundo, y puede aportar soluciones para los problemas que hoy tiene
planteados. Por ejemplo, el sufrimiento de los divorciados que se vuelven a
casar y quieren participar de los sacramentos; la lentitud en algunos procesos
de nulidad matrimonial; los problema que plantean determinadas culturas sobre la
poligamia, los matrimonios forzados, los abusos o el maltrato contra las
mujeres. También la responsabilidad de los legisladores y de los medios de
comunicación al acoger y presentar antimodelos de familia; además de la crisis
de comunicación y el deterioro creciente de las relaciones familiares en la
sociedad actual.
Este Sínodo
extraordinario de 2014 y el posterior Sínodo ordinario en 2015 no tienen como
finalidad revisar los planteamientos doctrinales sobre el sacramento del
matrimonio y sus fines o sobre la naturaleza de la familia como institución
esencial de la sociedad. Porque todo ello ha sido abordado repetidas veces
desde el Concilio Vaticano II, en documentos específicos de Pablo VI, san Juan
Pablo II, de Benedicto XV, y ahora del
papa Francisco. Podemos decir por tanto que la doctrina sobre el matrimonio,
sobre el sacramento de la Reconciliación, y sobre la Eucaristía está hoy bien
definida y actualizada.
No hay recetas
generales
Si
atendemos al problema de los divorciados vueltos a casar civilmente, la Iglesia
no puede actuar ofreciendo recetas generales, como dispensar la Eucaristía
indiscriminadamente, al igual que tampoco lo hace para todos los fieles, sin
pedirles las disposiciones necesarias de comunión y gracia de Dios. Los
sacerdotes tienen experiencia de que cada caso es distinto y cada persona vive
de manera única sus aspiraciones y su fe. Pienso, por ejemplo, en el caso de un
divorciado y casado civilmente que manifestaba su acuerdo con la pastoral de la
Iglesia en estos casos. Reconoce que en su situación personal no puede recibir
por ahora la Eucaristía ni el sacramento de la Reconciliación, pero lo
considera como un camino de purificación y una oportunidad para valorar más
esos sacramentos: «no recibir los
sacramentos -digamos de manera oficial y visible- no significa ser rechazado;
absolutamente no. Por experiencia puedo decir que es siempre posible vivir los
sacramentos de manera espiritual».
Comprobamos así que esa actitud
responsable lleva a la serenidad en medio de las pruebas, aleja del victimismo
de echar las culpas a los demás e incluso a la misma Iglesia, que actúa como experta
en humanidad.
Jesús Ortiz López