En Pascua los
cristianos celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte en la Persona de
Jesucristo muerto por la maldad humana y resucitado como Dios salvador de la
humanidad.
La Iglesia católica vive pendiente del ecumenismo buscando
la unidad histórica de los discípulos de Jesús tal como Él quiso, dotándola de
las notas de ser una, santa, católica y apostólica, algo genuino y necesario
para ser instrumento de salvación para los hombres. Pero la historia la hacemos
también nosotros y a veces nos dedicamos a destruir lo que Dios hace. Por eso
es importante sacar lecciones de la historia, maestra de la vida: la reforma
luterana es un ejemplo de ello.
Las razones de Lutero
Martin Lutero no tenía razón aunque tuviera sus razones. La Iglesia
de Roma conservaba hasta entonces todo el patrimonio recibido, el depósito de
la fe tal como lo expresa el Credo o Símbolo apostólico y detalla el Símbolo
Quicumque. Dios es Dios, es único pero no solitario: es Padre, es Hijo, es
Espíritu Santo por conocimiento y amor infinitos.
No es que se parezca a las familias humanas sino que la familia
es un reflejo de la vida íntima de Dios trino.
En efecto, la felicidad humana reside en amar y ser amados sobre todo
cuando el eros está elevado por el ágape, es decir, la atracción humana por
lo bello y lo bueno es enriquecida por la donación de Dios, una participación
en su vida tripersonal por la gracia que concede a partir del Bautismo.
Así este misterio primordial fundamenta todo la realidad: la
divinidad de Cristo; la encarnación la redención; la acción sobrenatural
vitalizante del Espíritu Santo en la Iglesia fundada por Cristo; la
resurrección de la carne, misterio asombroso superior a la mente humana pero
fundamentado en la Resurrección gloriosa del mismo Jesucristo con poder sobre
la vida y la muerte y la transformación de la materia; y finalmente el Símbolo
afirma la Vida eterna como destino último para los hijos de Dio , completando
el ciclo salvífico del Dios misericordiosos, pues todos somos creados por su
amor. Vivimos en la tierra cooperando en la transformación del mundo y
principalmente desarrollando la comunidad humana como ámbito de caridad y felicidad.
Pues bien, todo esto lo aceptará Lutero. Lo que no podía
aceptar eran las desviaciones prácticas contrarias al Evangelio de muchos
eclesiásticos e incluso de la cabeza visible. Sin embargo Lutero corrompió más
de lo que pensaba y destruyó más que construyó. En términos de eficiencia esto
es un fracaso sonado. Dividió a la Iglesia apartándose de Roma, alterando la
buena doctrina que se mantenía incólume hasta entonces con el Magisterio, y
destruyó la vida sacramental quedándose sólo con el Bautismo y la Eucaristía, y
esto con matices.
Demolición en cadena
Al desgajarse con este cisma sembró la guerra y la destrucción
desde las primeras comunidades nacionales sustentadas en la Europa de la
cristiandad, y no pudo evitar que aparecieran entre sus seguidores multitud de
divisiones –las diversas confesiones protestantes a centenares hasta hoy- mostrando
que quien siembra vientos recoge tempestades. Además de este tremendo error de
fondo y de forma, por orgullo y violencia, le faltó visión de conjunto. Cierto
que las obras para levantar la nueva basílica de San Pedro y otras basílicas y
catedrales en aquellos estados pontificios, se prestaron a corrupciones, a
simonía, a mundanización de los estamentos eclesiásticos, y a inmoralidad.
Inmerso Lutero en su gran tala de árboles enfermos no supo
ver la amplitud del bosque. Hacía siglos que la Roma decadente había sido
arrasada por los pueblos bárbaros, dejando un montón de ruinas en piedras y
desorganización social. Se estaba levantando con dificultad pero son altura de
miras un mundo moderno impulsado por la fe cristiana dirigida por la Iglesia de
Cristo. Las ruinas de Roma que hoy admiramos eran, aquel siglo XVI cementerios
de una época muerta y estaba renaciendo el centro del mundo. Nada de esto quiso
ver Lutero ofuscado por su pasión purificadora, que en realidad fue demoledora.
Han pasado seis siglos y nos emociona ver aquellas ruinas
romanas, resto de una grandeza imperial superada pero sobretodo de la capacidad
constructiva de la Iglesia universal. Y a pesar de los pesares una persona
culta y con fe puede estar agradecida hoy a las jerarquías eclesiásticas que
impulsaron las bellas artes –arquitectura, escultura, pintura música- , así
como las ciencias y el derecho, dinamizando la cultura como manifestación
humana de la grandeza infinita de Dios.
Jesús Ortiz López
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Lutero-equivoco_0_2468753105.html
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