Se ha cumplido el V
Centenario de la Reforma impulsada por Martín Lutero, cuando el fraile agustino
expuso sus tesis en la puerta de la Iglesia de Wittenberg. «Lo más importante
era estar de acuerdo en lo que realmente se quería celebrar: no un recuerdo
heroico de Lutero, sino una fiesta de Cristo», ha declarado monseñor Gerhard
Feige como responsable de Ecumenismo de la Conferencia Episcopal Alemana.
Varias reformas
Por primera
vez los seguidores de Lutero acuden a Roma para esta conmemoración: desde el
Concilio Vaticano II el acercamiento es un hecho en forma de buenas relaciones
y de trabajos conjuntos como la Declaración conjunta sobre la doctrina de la
justificación de 1999.
Lutero tuvo
el coraje pero también la impaciencia de romper con una mala situación en la
Iglesia principalmente por tres grandes problemas: el bajo nivel espiritual de
los sacerdotes y religiosos; su falta de formación moral con una vida poco
ejemplar en muchos casos; y una disciplina eclesiástica poco seguida. Los obispos eran más bien príncipes que,
salvo excepciones, se ocupaban de sus intereses mundanos y descuidaban al clero
y a los fieles. Y había que reaccionar.
Ahora bien, ya desde el siglo XI había
empezado lentamente la reforma católica impulsada por el Papa Gregorio VII y
otros antecesores, que aspiraba a la instauración en la sociedad –clérigos y
laicos- de una vida conforme al Evangelio. Esto exigía una profunda renovación
espiritual de toda la Iglesia, en su Cabeza jerárquica y en los fieles.
Se fueron restaurando las estructuras eclesiásticas y se buscó la elevación
moral del clero. A Lutero por tanto hay que atribuir un giro radical a las
reformas que estaban en marcha.
Debemos señalar también como
cauces importantes la renovación llevada a cabo por las nuevas órdenes de observancia para volver a la
Regla primitiva, como hicieron los dominicos o los carmelitas, y también el
desarrollo de una buena teología en universidades como la de Salamanca y el
convento de San Esteban, o en Valladolid
con el convento dominico de San Gregorio. Sin olvidar a los grandes santos europeos
que alumbraron esas reformas con su vida ejemplar; en España fue el impulso
sacrificado de san Pedro de Alcántara, santa Teresa de Jesús, o san Juan de la
Cruz, entre otros muchos. Pues bien, todo ello desembocará en la gran reforma
católica llevada a cabo por el Concilio de Trento, y sus frutos más visibles
como el Catecismo para párrocos y los seminarios diocesanos para la formación
de los aspirantes al sacerdocio.
Estocolmo 2017
Esa reforma impulsada por Lutero en tiempos difíciles
afectaba a cuestiones de fondo que interesaban poco a los poderosos de la
tierra pues se empeñaban en seguir con sus malos hábitos feudales. Entre esas
cuestiones estaba el sentido de la Redención obrada por Jesucristo; la realidad
de la gracia como participación en la familia de Dios; la fe y las obras; la
eficacia sobrenatural de los sacramentos en la Iglesia; el sentido de las
indulgencias y de la comunión de los santos… y en la base el sentido de la
libertad humana. Todas ellas son cuestiones importantes que los cristianos no
hemos compartido durante más de estos 500 años.
Gracias a
Dios y al empeño de la Iglesia católica en fomentar el ecumenismo, secundada
por las principales confesiones protestantes, ya hemos avanzado mucho durante
el siglo XX y sobre todo después del Concilio Vaticano II, con progresos que se
van notando cada día. A ello se refería la teóloga alemana Yutta Burggraf,
fallecida hace seis años, en su obra divulgativa titulada «Conocerse y Comprenderse»,
porque ése es el camino que estamos
recorriendo, como ha mostrado a comienzo de este año el Papa Francisco en su
encuentro en Suecia con miembros de la confesión luterana.
Encuentro para
unirnos (II)
El Papa Francisco y obispo luterano Munib Younan, presidente
de la Confederación Luterana Mundial, han firmado el documento conjunto donde
se reconoce que después del diálogo en estos últimos decenios del siglo XX los católicos
y los luteranos «ya no son extraños»
y aseguran que se ha aprendido «que lo que nos une es más de lo que nos
divide», una frase que
afortunadamente se viene repitiendo desde hace tiempo y que indica la voluntad
de conocerse y comprenderse. También lamentan que luteranos
y católicos hayan dañado la unidad de la Iglesia y se explica que «las diferencias teológicas estuvieron
acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, pues la religión fue
instrumentalizada con fines políticos», una tentación histórica por parte
de los príncipes de este mundo como ha ocurrido en el desarrollo de la reforma
luterana. Añadían que nuestra fe común
en Jesucristo y nuestro bautismo nos piden una conversión permanente,
para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que
obstruyen el ministerio de la reconciliación, y el perdón entre hermanos que
creemos en el mismo Jesucristo, único Salvador de los hombres.
Esa declaración común sirve también para expresar el
compromiso de ambas Iglesias para «eliminar
los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad». Manifiesta
que muchos miembros de ambas comunidades anhelan recibir la Eucaristía en la
misma mesa, como expresión concreta de la unidad plena, algo que actualmente no es posible por razones
de fe pues no coincidimos en algunos puntos importantes como el carácter de
entrega sacrificial de Jesucristo en la
Misa entendida como la renovación incruenta de la Cruz, la presencia real
permanente del Cuerpo de Cristo bajo las especies sacramentales y el culto
eucarístico que de esto se deriva; o la naturaleza del sacramento del orden
sagrado. Por eso coinciden en decir que «anhelamos
que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de
nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la
renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico», tal como recoge
el texto suscrito por los representantes de ambas Iglesias.
Los Papas del siglo XX desde Pío XI hasta Francisco han
subrayado que Martin Lutero tenía fe en Jesucristo Salvador y en el papel de la
Iglesia, pero no podía aceptar las
desviaciones prácticas contrarias al Evangelio de muchos eclesiásticos de
entonces e incluso de la cabeza visible. También contribuyó decisivamente al
encuentro con la Sagrada Escritura en la liturgia y acercándola al pueblo,
gracias también a la aparición de la imprenta.
Todo ese planteamiento de fe no impide reconocer que Lutero contaminó
más de lo que pensaba y contribuyó a romper la unidad de la Iglesia de
Jesucristo, dejando heridos algunos aspectos de la fe y de la teología. En
efecto, dividió a la Iglesia apartándose de Roma, alterando la doctrina que se
mantenía hasta entonces por el Magisterio, y dañó la vida sacramental de los
fieles al centrarse solamente en el Bautismo y la Eucaristía, y esto con
matices, pues consideraba que la Confirmación, la Confesión sacramental, el
Orden sagrado, el Matrimonio o la Unción no fueron formalmente instituidos por
Jesucristo.
Falta de
perspectiva de Lutero (y III)
Mons. Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, ha
pronunciado una conferencia en el Foro Juan Pablo II de la basílica de la
Concepción en Madrid, titulada «Lutero, ¿Reforma o Ruptura?». Y a propósito del
aniversario 500 de la desunión creada por Lutero ha señalado que: «Un
buen ecumenismo es una labor ineludible de los católicos. No podemos celebrar
la Reforma como ruptura de la unidad de la Iglesia. Lo que celebramos
conjuntamente es a Jesucristo en quien los luteranos creen. Antes de Lutero ya
había en España una verdadera reforma». De eso estamos hablando aquí.
En efecto, esa reforma fue precedida por otras reformas
verdaderamente católicas -señaladas ya en la primea entrega de este artículo-
que corregían sin romper la unidad. Esta
reforma luterana en cambio dividió la Iglesia y convulsionó a las naciones de
Europa; se sucedieron guerras de religión que fueron básicamente impulsadas por
los intereses políticos de muchas regiones alemanas con sus príncipes a la
cabeza para exigir más parcelas de poder,
todo frente al Imperio que apoyaba a la Iglesia romana. Aprovecharon así
el revuelo causado por unas reformas necesarias en la Iglesia pero haciendo realidad
una vez más el dicho popular «a río
revuelto ganancia de pescadores».
Los príncipes alemanes encontraron en este enfrentamiento
con la Iglesia de Roma una ocasión para sustraerse al poder imperial y ganar
influencia en las Iglesias locales, atizando la violencia entre las zonas que
seguían a Lutero y las que permanecían fieles al Papa. De este modo fue
expandido el cisma y sembraron la destrucción con guerras de religión, alimentando
el fanatismo como el de Cronwell, y
rompiendo la Europa de la cristiandad.
Lutero no puedo evitar que aparecieran entre sus seguidores
multitud de divisiones –las diversas confesiones protestantes-, dando razón al
dicho popular de que «quien siembra
vientos recoge tempestades». Además de este error de fondo y de forma, con
excesiva pasión personal, le faltó visión de conjunto. Es cierto que las obras
para levantar la nueva basílica de San Pedro y otras basílicas en los Estados
pontificios y en otros lugares, se prestaron a corrupciones, a simonía, o a la mundanización
de los estamentos eclesiásticos y a inmoralidad.
Se puede decir que el Lutero de los comienzos estaba tan
metido en la tala de muchos árboles enfermos no supo ver la amplitud del bosque.
En efecto, recordemos que hacía siglos que la Roma decadente había sido
arrasada por los pueblos bárbaros, dejando un montón de ruinas en piedras y
desorganización social. Desde la Baja Edad Media se estaba levantando, con
dificultad pero con altura de miras, un mundo moderno impulsado por la fe
cristiana mantenida sobre todo por la
Iglesia romana. Las ruinas de Roma que hoy admiramos eran, en aquel siglo XVI,
cementerios de una época muerta, pero estaba renaciendo el centro del mundo. De
modo que Martin Lutero no tuvo la perspectiva adecuada, ofuscado por su
innegable pasión purificadora que dañó seriamente a la Iglesia.
Han pasado quinientos años y nos emociona ver aquellas
ruinas romanas, resto de una grandeza imperial superada pero sobretodo de la
capacidad constructiva de la Iglesia universal. Pues no se trataba sólo de
construir basílicas y catedrales sino de fortalecer la fe popular alentada por
una teología que se reformaba desde antes de Lutero. Y a pesar de los pesares
una persona culta y con fe puede estar agradecida hoy a las jerarquías
eclesiásticas que impulsaron las bellas artes –arquitectura, escultura, pintura
música- , así como las ciencias y el derecho, dinamizando la cultura como
manifestación humana de la grandeza infinita de Dios. El Evangelio también se comunica
con las piedras aunque tantas veces no sepan valorarlo los impulsores de una
supuesta Iglesia de los pobres como le ocurrió a Lutero.
Jesús Ortiz López
https://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=60305&cod_aut=a12dcw21ag6ffd
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