La institución católica Caritas vuelve estos días a la calle, a las parroquias, y a las publicaciones, aunque en realidad todo el año está con nosotros. Son cerca de tres millones las personas beneficiadas, la mitad en España, con los casi quinientos millones de euros empleados junto con Manos Unidas. Se trata de la acogida y acompañamiento de personas vulnerables y excluidas. Y muchas familias con grandes necesidades.
No siempre se perciben las labores de muchos
que trabajan por Jesucristo y aportan vida espiritual y colaboración,
espiritualidad y pertenencia con gran espontaneidad, como realizan tantos
movimientos y asociaciones de fieles. Porque las diócesis son principalmente
las personas, los fieles que trabajan en cada territorio: unidad pero no
uniformidad, unidad y variedad, unidad y comunión, pues todo ello lo estamos
viviendo en este tiempo de sinodalidad.
Responsables del don recibido
Por todo esto y más estamos orgullosos de
nuestra fe. Ya hay suficientes mensajes negativos contra la Iglesia, los sacerdotes,
la doctrina de fe y las enseñanzas morales, especialmente la referida al
matrimonio y la familia, como para no ofrecer a todos el Evangelio vivido con
alegría y seguridad. No pasa nada por mostrarnos orgullosos de nuestra fe,
porque aporta mucho a la convivencia en paz y a la sociedad en sus estructuras
de bien común. Somos conscientes del don recibido como un talento para hacerlo
más productivo, sin creernos predestinados pero sí responsables.
No se trata de molestar a nadie y creerse
superiores a los demás, aunque sí de ser agradecidos a la fe que hemos recibido
en la familia cristiana enraizada en la vida diocesana, a la vez particular y
universal. Quienes hemos recibido el don de la fe compartida, celebrada y
vivida nos sabemos responsables de desarrollarla aún más. Por eso el apostolado
de los laicos es el cauce habitual, continuo y nada ruidoso de corresponder y
transmitir el legado recibido. Ese ha sido precisamente el mensaje del Vaticano
II que sigue de plena actualidad en particular el Decreto sobre el apostolado
de los laicos. Enseña no solo la necesidad del testimonio sino de la palabra
que ilumina y mueve a otros, teniendo en cuenta la confusión doctrinal y moral
patentes en nuestra sociedad. Veamos:
Con el testimonio y la palabra
«A los laicos se les presentan
innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y
de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras
buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los
hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir
vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen
a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).
»Pero este apostolado no consiste sólo en
el testimonio de la vida: el verdadero apóstol busca las ocasiones de anunciar
a Cristo con la palabra, ya a los no creyentes para llevarlos a la fe; ya a los
fieles para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más fervorosa:
"la caridad de Cristo nos urge" (2Co 5, 14), y en el corazón de todos
deben resonar aquellas palabras del Apóstol: "¡Ay de mí si no
evangelizare"! (1Co 9, 16).
»Mas como en nuestros tiempos surgen
nuevos problemas, y se multiplican los errores gravísimos que pretenden
destruir desde sus cimientos todo el orden moral y la misma sociedad humana,
este Sagrado Concilio exhorta cordialísimamente a los laicos, a cada uno según
las dotes de su ingenio y según su saber, a que suplan diligentemente su
cometido, conforme a la mente de la Iglesia, aclarando los principios
cristianos, defendiéndolos y aplicándolos convenientemente a los problemas
actuales» (n.6).
Familias evangelizadoras
Un campo preferente de evangelización
sigue siendo la familia y más en nuestro tiempo cuando muchos no encuentran el
sentido del matrimonio y la fuerza para desarrollar una familia cristiana y ni
siquiera en el orden natural según la voluntad de Dios.
En familia rezamos, nos reunimos en el
templo, celebramos las fiestas que alegran cada semana. Somos coherentes con la
fe y moral de la Iglesia en los trabajos, no dejamos esta fe fuera como quien
deja a la puerta el sombrero o el paraguas. Eso lo hemos vivido y visto hace
poco en la JMJ de Lisboa y en las anteriores; en los dos mil quinientos centros
de ideario católico que ahorran al Estado más de cuatro mil millones de euros; en
la acción educadora con los alumnos inscritos en clase de religión, más de tres
millones; en la vitalidad de los movimientos; en las misas de domingos y
festivos, muy participadas por las familias.
A esas familias cristianas se refiere
también el Concilio sobre el apostolado de los laicos: «Los cónyuges cristianos
son mutuamente para sí, para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la
gracia y testigos de la fe. Ellos son para sus hijos los primeros predicadores
de la fe y los primeros educadores; los forman con su palabra y con su ejemplo
para la vida cristiana y apostólica, los ayudan con mucha prudencia en la
elección de su vocación y cultivan con todo esmero la vocación sagrada que
quizá han descubierto en ellos» (n.11).
Aquella madre cristiana enseñó a una hija
suya adolescente que había dejado de ir a Misa y de rezar, cuando salieron de
compras y al pasar por la parroquia le propuso entrar para hacer una visita a
Jesús sacramentado, sólo unos minutos, y la joven accedió a regañadientes. Al
salir la madre le dijo con un poco de gracia: ¿Sabes por qué paso muchas veces
a hacer una visita o a rezar? -Para que cuando me muera y me traigan a la
Iglesia no se extrañe Jesucristo y tenga que decir ¿Y quién es esta, porque no
la conozco, no la he visto por aquí?
Jesús Ortiz López
https://www.exaudi.org/es/evangelizar-con-mas-esperanza/