Cada día nos llegan noticias sobre problemas nuevos o habituales que reclaman más sensibilidad con los que sufren. Por ejemplo, la llegada diaria de nuevos inmigrantes desde África ocupa la primera plana y moviliza recursos, aunque insuficientes para acoger a estos jóvenes que huyen desesperados de la pobreza o de las guerras.
Victimismo woke
Las víctimas sufren daño por culpa ajena
o por alguna causa fortuita, y esto golpea nuestra conciencia y las respuestas
de nuestra sociedad del bienestar. Hay muchas acciones eficaces por parte de
organismos nacionales e internacionales, y sobre todo de personas generosas o
de asociaciones de voluntarios. También se ha convertido en un debate político algunas
veces manipulado.
Hablamos del victimismo cuando se
utiliza en la política o en espacios más amplios como hace la llamada ideología
woke que viene empapando la sociedad desde hace varias décadas[i].
Se apoyan en situaciones indignas de personas y grupos que sufren injustamente,
y sobre esa base se extiende como una denuncia habitual señalando problemas y
configurando una posición en la vida. Tantas veces subyace una acusación a los
demás pero sin ofrecer verdaderas soluciones a los problemas, remedios reales
para las víctimas, o esperanza para una sociedad perpleja.
Los ataques a estatuas de personajes
históricos como Colón, Junípero Serra, Churchill y hasta M.Tatcher manifiestan
bastante ignorancia y una manifestación de rencor, poco racional y nada
respetuosa, con la propia historia de cada país. México, California, Canadá,
Perú, Reino Unido -y naturalmente la querida España- que distraen a la
población con ese revisionismo histórico que pretende reescribir la historia.
Reformar algunos museos es otra expresión de la ideología woke que
señala culpables de supuestos robos.
Levantar en vez de derribar
El Premio Nobel Vargas Llosa ha
manifestado varias veces que «gracias a la llegada de los españoles, Ámérica
Latina pasó a formar parte de la cultura occidental y a ser heredera de Grecia,
Roma, el Renacimiento y el Siglo de Oro». Y el profesor Ayllón ha publicado una
interesante obra titulada «Breve historia de Occidente» que reconoce los
orígenes de nuestra civilización occidental, de la trabajosa historia de las
ideas, el respeto a la persona, la difícil conquista de las libertades, y el
sentido cristiano de la vida que pide el reconocimiento de los hombres como
hijos de Dios en Jesucristo[ii].
En realidad, unos tratan de desmontar nuestra historia, nuestra cultura,
nuestro estilo de vida occidental, y en cambio otros tratan de aprender del
pasado, rectificando errores y pecados. Mejor alentar el sentido responsable de
la libertad, la misión de trabajar con un horizonte de servicio, de virtud, y de
trascendencia. Mejor ofrecer esperanza sólida a una sociedad perpleja y con
pocos asideros firmes.
La denuncia es comprensible y aun
necesaria pero hay que ofrecer soluciones, trabajarlas y aprender las lecciones
de la historia que nos ha llevado a la libertad. La afirmación del valor
trascendente de la persona humana es la primera base para defender la dignidad,
la libertad y los derechos humanos. Para ello es preciso reconocer las verdades
objetivas y universales sobre el ser humano, el sentido de la sociedad, los
valores pre jurídicos y la existencia de leyes inmutables de la naturaleza
humana. Sin embargo las ideologías dominantes en la actualidad vienen
rechazando estos principios, en realidad la existencia de principios, en aras
de la subjetividad.
Más que señalar tendremos que levantar,
más que deconstruir, tendremos que construir, más que desarrollar victimismos
tendremos que acoger a las víctimas o sufrientes, más que abrumar tendremos que
sembrar esperanzas y esperanza en la civilización occidental, tan denostada por
la ideología woke pero tan buscada por los desesperados del tercer,
cuarto o quinto mundo.
La iconoclastia y el talibanismo
son tentaciones frecuentes en la historia de los pueblos, de los poderosos, de
los revolucionarios que todo lo arreglan con violencia. La civilización es
superar esas tendencias primitivas y asumir el pasado, aprender de la historia
y proyectar el futuro con esperanza. «De la venus de Willendorf a las
cabezas de Jaume Plensa, pasando por los guerreros de Xian, el Laocoonte y sus
hijos, los Budas de Bamiyán, la Piedad de Miguel Ángel o el Pensador de Rodin»,
ha escrito Lorenzo Clemente, son conquistas personales que van tejiendo la
historia y nadie tiene derecho a borrarlas. /Valle Cuelgamuros, Caídos,
El bien que supera al mal
Para muchos la existencia del mal
representa el gran problema para admitir a Dios y su Providencia en el mundo.
Se trata de un problema vital antes que intelectual debido a veces a
experiencias duras y a una idea errónea de Dios. En cambio, son mayoría quienes
creen en Dios a pesar de los males abundantes en el mundo cuando se acercan a
las causas que los generan, con convicción personal y tradición de fe.
Un ejemplo válido lo encuentro en la
experiencia de tantos hombres y mujeres que han pasado por los estadios de
víctimas y han luchado con esperanza por un ideal a la medida de la dignidad,
por buscar la verdad, por hacer el bien y no sólo huir del mal, de la guerra,
del fanatismo, de odio. Por ejemplo el hombre llamado Gaétan que hoy es un
sacerdote católico que cumple su misión evangelizadora.
Gaétan ha tenido una vida apasionante
camino del sacerdocio en medio de grandes sufrimientos. Tuvo que huir de su
Ruanda natal a causa de la guerra tribal, y comienzo el periplo por varios
países como refugiado, especialmente en la República del Congo (antes Zaire) y
en la República Centroafricana siendo un milagro que haya sobrevivido [iii].
Da testimonio de que el sufrimiento no es
enemigo de la fe sino más al contrario: quien ha perdido la fe puede revisar el
significado de su sufrimiento como una oportunidad de encontrarse con Dios.
«Ningún pasaje del Evangelio -señala- promete el paraíso en la tierra. Y
considera que la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué el hombre
maltrata a sus semejantes? En el caso del genocidio de Ruanda, cada machete que
cortaba un cuello lo sujetaba la mano de una persona concreta».
Los años transcurridos en el exilio y
después de formación lejos de hacerle amargo y pesimista le enseñaron a poner
su esperanza en Dios y en los buenos samaritanos: «Había comprendido que el
hombre es, siempre y en todas partes, igual: capaz de hacer el bien y el mal,
capaz de amar y de odiar, capaz de apostar por la vida o por muerte. Lo que a
mí me interesaba eran el bien, el amor y la vida, y eso se pueden encontrar en
cualquier lugar».