jueves, 17 de octubre de 2024

Esperanza sin victimismo

Cada día nos llegan noticias sobre problemas nuevos o habituales que reclaman más sensibilidad con los que sufren. Por ejemplo, la llegada diaria de nuevos inmigrantes desde África ocupa la primera plana y moviliza recursos, aunque insuficientes para acoger a estos jóvenes que huyen desesperados de la pobreza o de las guerras.

Victimismo woke

Las víctimas sufren daño por culpa ajena o por alguna causa fortuita, y esto golpea nuestra conciencia y las respuestas de nuestra sociedad del bienestar. Hay muchas acciones eficaces por parte de organismos nacionales e internacionales, y sobre todo de personas generosas o de asociaciones de voluntarios. También se ha convertido en un debate político algunas veces manipulado.

Hablamos del victimismo cuando se utiliza en la política o en espacios más amplios como hace la llamada ideología woke que viene empapando la sociedad desde hace varias décadas[i]. Se apoyan en situaciones indignas de personas y grupos que sufren injustamente, y sobre esa base se extiende como una denuncia habitual señalando problemas y configurando una posición en la vida. Tantas veces subyace una acusación a los demás pero sin ofrecer verdaderas soluciones a los problemas, remedios reales para las víctimas, o esperanza para una sociedad perpleja.

Los ataques a estatuas de personajes históricos como Colón, Junípero Serra, Churchill y hasta M.Tatcher manifiestan bastante ignorancia y una manifestación de rencor, poco racional y nada respetuosa, con la propia historia de cada país. México, California, Canadá, Perú, Reino Unido -y naturalmente la querida España- que distraen a la población con ese revisionismo histórico que pretende reescribir la historia. Reformar algunos museos es otra expresión de la ideología woke que señala culpables de supuestos robos.

Levantar en vez de derribar

El Premio Nobel Vargas Llosa ha manifestado varias veces que «gracias a la llegada de los españoles, Ámérica Latina pasó a formar parte de la cultura occidental y a ser heredera de Grecia, Roma, el Renacimiento y el Siglo de Oro». Y el profesor Ayllón ha publicado una interesante obra titulada «Breve historia de Occidente» que reconoce los orígenes de nuestra civilización occidental, de la trabajosa historia de las ideas, el respeto a la persona, la difícil conquista de las libertades, y el sentido cristiano de la vida que pide el reconocimiento de los hombres como hijos de Dios en Jesucristo[ii]. En realidad, unos tratan de desmontar nuestra historia, nuestra cultura, nuestro estilo de vida occidental, y en cambio otros tratan de aprender del pasado, rectificando errores y pecados. Mejor alentar el sentido responsable de la libertad, la misión de trabajar con un horizonte de servicio, de virtud, y de trascendencia. Mejor ofrecer esperanza sólida a una sociedad perpleja y con pocos asideros firmes.

La denuncia es comprensible y aun necesaria pero hay que ofrecer soluciones, trabajarlas y aprender las lecciones de la historia que nos ha llevado a la libertad. La afirmación del valor trascendente de la persona humana es la primera base para defender la dignidad, la libertad y los derechos humanos. Para ello es preciso reconocer las verdades objetivas y universales sobre el ser humano, el sentido de la sociedad, los valores pre jurídicos y la existencia de leyes inmutables de la naturaleza humana. Sin embargo las ideologías dominantes en la actualidad vienen rechazando estos principios, en realidad la existencia de principios, en aras de la subjetividad.

Más que señalar tendremos que levantar, más que deconstruir, tendremos que construir, más que desarrollar victimismos tendremos que acoger a las víctimas o sufrientes, más que abrumar tendremos que sembrar esperanzas y esperanza en la civilización occidental, tan denostada por la ideología woke pero tan buscada por los desesperados del tercer, cuarto o quinto mundo.

La iconoclastia y el talibanismo son tentaciones frecuentes en la historia de los pueblos, de los poderosos, de los revolucionarios que todo lo arreglan con violencia. La civilización es superar esas tendencias primitivas y asumir el pasado, aprender de la historia y proyectar el futuro con esperanza. «De la venus de Willendorf a las cabezas de Jaume Plensa, pasando por los guerreros de Xian, el Laocoonte y sus hijos, los Budas de Bamiyán, la Piedad de Miguel Ángel o el Pensador de Rodin», ha escrito Lorenzo Clemente, son conquistas personales que van tejiendo la historia y nadie tiene derecho a borrarlas. /Valle Cuelgamuros, Caídos,

El bien que supera al mal

Para muchos la existencia del mal representa el gran problema para admitir a Dios y su Providencia en el mundo. Se trata de un problema vital antes que intelectual debido a veces a experiencias duras y a una idea errónea de Dios. En cambio, son mayoría quienes creen en Dios a pesar de los males abundantes en el mundo cuando se acercan a las causas que los generan, con convicción personal y tradición de fe.

Un ejemplo válido lo encuentro en la experiencia de tantos hombres y mujeres que han pasado por los estadios de víctimas y han luchado con esperanza por un ideal a la medida de la dignidad, por buscar la verdad, por hacer el bien y no sólo huir del mal, de la guerra, del fanatismo, de odio. Por ejemplo el hombre llamado Gaétan que hoy es un sacerdote católico que cumple su misión evangelizadora.

Gaétan ha tenido una vida apasionante camino del sacerdocio en medio de grandes sufrimientos. Tuvo que huir de su Ruanda natal a causa de la guerra tribal, y comienzo el periplo por varios países como refugiado, especialmente en la República del Congo (antes Zaire) y en la República Centroafricana siendo un milagro que haya sobrevivido [iii].

Da testimonio de que el sufrimiento no es enemigo de la fe sino más al contrario: quien ha perdido la fe puede revisar el significado de su sufrimiento como una oportunidad de encontrarse con Dios. «Ningún pasaje del Evangelio -señala- promete el paraíso en la tierra. Y considera que la pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué el hombre maltrata a sus semejantes? En el caso del genocidio de Ruanda, cada machete que cortaba un cuello lo sujetaba la mano de una persona concreta».

Los años transcurridos en el exilio y después de formación lejos de hacerle amargo y pesimista le enseñaron a poner su esperanza en Dios y en los buenos samaritanos: «Había comprendido que el hombre es, siempre y en todas partes, igual: capaz de hacer el bien y el mal, capaz de amar y de odiar, capaz de apostar por la vida o por muerte. Lo que a mí me interesaba eran el bien, el amor y la vida, y eso se pueden encontrar en cualquier lugar». 

El papa Francisco daba las gracias en una audiencia reciente a las personas que se esfuerzan por atender a los migrantes. : «quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar»[iv].



[i] De mayo del 68 a la cultura ‘Woke’. Pablo Pérez López, Palabra 2024.

[ii] Breve historia de Occidente, J.R.Ayllón. Rialp, 2023.

[iii] Una mano invisible, Gaétan Kabasha. Nueva Eva, 2021.

[iv] Papa Francisco, Audiencia, 28 agosto 2024.

El misterio de la fe en Dios

«Ahora todo tiene sentido», me decía un enfermo grave a las puertas de la muerte, después de recibir los sacramentos cristianos, de hablar de fe y naturalmente hablar de Dios.

Se daba cuenta del sentido de su vida que él ha dirigido libremente pero que entonces alcanzaba plenitud desde la perspectiva de la fe vivida. Comprendía entonces que Dios no invade su autonomía sino que ha estado cuidando de él como un padre sigue a su hijo pequeño, en sus primeros para que no se rompa. Para este buen hombre recibir los sacramentos y rezar ha sido mucha luz cuando él ha puesto más humildad. Porque lo fácil sería negar la libertad, viéndose casi como una marioneta de Dios, o ver la fe cristiana como un bonito cuento que acaba bien en el Cielo. En realidad estamos ante el misterio de la vida humana, de la libertad, y del sentido del nuestro quehacer en la tierra.

Los caminos de la fe

Nuestro protagonista alcanzaba la comprensión cabal de su vida como criatura de Dios y de su misión en el mundo, familia, trabajo, amigos, etc. De modo semejante y como tantos otros durante años muchos realizan los proyectos de su vida, especialmente crear una familia y alcanzar metas profesionales. Son los caminos normales para desarrollar la fe y tratar a Dios, ver el sentido del trabajo, de la convivencia, de las aficiones, de la solidaridad. Sin embargo, tantas veces el trabajo y la convivencia son pantallas que requieren tanta atención -como las pantallas digitales- que producen olvido de las cuestiones importantes del vivir con sentido, con proyecto a largo plazo pero realizado a diario, con avanzar en la línea de la felicidad.

La parábola de los invitados a las bodas muestra las dificultades que los hombres encontramos para responder a la invitación a seguir a Jesucristo, a caminar por las sendas de la santidad con capacidad para transformar el mundo.  Unos se excusaron por los negocios, otros por el trabajo inaplazable, otros por el matrimonio (Cfr. Lc 14,15-24). Y es una pena porque es precisamente en las ocupaciones habituales donde podemos encontrar a Dios y servir al prójimo.

Recuerdo un artículo de un periodista en búsqueda permanente de Dios, aun en medio de dudas, con una interesante aportación personal a la cuestión de la fe en Dios. Se remitía a sus años de bachillerato y estudio de la filosofía, que entonces le aburría pero que ha dejado huella en él. En concreto, recuerda el impacto de las famosas cinco vías de Santo Tomás acerca de la existencia de Dios. Reconoce que le sirvieron al menos para pensar con fundamento y abrirle horizontes. En efecto, esas reflexiones plantean con profundidad las cuestiones sobre la existencia de Dios aunque suponen un cierto bagaje filosófico. No son demostraciones de Dios al modo de las ciencias experimentales; sin embargo son verdaderas pruebas racionales y concluyentes sobre la realidad de Dios como ser supremo y fundamento último de todo cuanto existe. Lo cual no implica la fe aunque sí quedan como a las puertas de ella.

Pensar y creer en Dios

El columnista reconocía que una cosa es pensar en Dios y otra creer en Dios: lo primero, pensar es razonar y llegar a conclusiones válidas para la inteligencia y tener incluso la convicción sobre la existencia de Dios; lo segundo, la fe, se sitúa más allá, pues compromete a la persona en su integridad.

Esto quiere decir que de la convicción a la fe hay un paso importante que depende del hombre en su disposición a llenarse de Dios, de su libertad para descubrir la llamada de Dios, con un añadido importante: que la fe es un don o regalo de Dios que ofrece con generosidad a todos. Es decir, Dios no es arbitrario, dando a unos la fe y a otros no, porque sí llama al corazón de cada persona para que libremente admita la familiaridad con Dios y su misión en el mundo. Y aquí entra también la parábola de los talentos pues aquel señor repartió a uno cinco talentos, a otro dos y otro uno (Cfr. Mt 25, 14-30). Incluso el que menos recibió tuvo un tesoro de unos cuarenta quilos de plata para negociar, y al final cada uno es juzgado por su entrega para rendir los talentos, su trabajo para beneficio de los demás.

De nuevo estamos ante el misterio de la libertad humana capaz de comprometerse de continuo en algo que le trasciende pero también de resistir a las gracias de Dios. Importante, porque muchas veces planteamos la carga de la prueba en Dios y minimizamos la capacidad libre del hombre para aceptar o rechazar la oferta generosa. En realidad hay algo misterioso en la fe aunque no en el sentido de incomprensible sino como realidad sublime que invita a ser feliz, saliendo de las propias conveniencias y abriéndose al regalo de la felicidad. En suma, razonar con fe requiere mucha humildad y reconocerse como criatura de Dios con la misión de participar en el desarrollo de la creación.

 

Jesús Ortiz López