«Ahora todo tiene sentido», me decía un enfermo grave a las puertas de la muerte, después de recibir los sacramentos cristianos, de hablar de fe y naturalmente hablar de Dios.
Se daba cuenta del sentido de su vida que
él ha dirigido libremente pero que entonces alcanzaba plenitud desde la
perspectiva de la fe vivida. Comprendía entonces que Dios no invade su
autonomía sino que ha estado cuidando de él como un padre sigue a su hijo
pequeño, en sus primeros para que no se rompa. Para este buen hombre recibir
los sacramentos y rezar ha sido mucha luz cuando él ha puesto más humildad.
Porque lo fácil sería negar la libertad, viéndose casi como una marioneta de
Dios, o ver la fe cristiana como un bonito cuento que acaba bien en el Cielo.
En realidad estamos ante el misterio de la vida humana, de la libertad, y del
sentido del nuestro quehacer en la tierra.
Los caminos de la fe
Nuestro protagonista alcanzaba la
comprensión cabal de su vida como criatura de Dios y de su misión en el mundo,
familia, trabajo, amigos, etc. De modo semejante y como tantos otros durante
años muchos realizan los proyectos de su vida, especialmente crear una familia
y alcanzar metas profesionales. Son los caminos normales para desarrollar la fe
y tratar a Dios, ver el sentido del trabajo, de la convivencia, de las
aficiones, de la solidaridad. Sin embargo, tantas veces el trabajo y la
convivencia son pantallas que requieren tanta atención -como las pantallas
digitales- que producen olvido de las cuestiones importantes del vivir con
sentido, con proyecto a largo plazo pero realizado a diario, con avanzar en la
línea de la felicidad.
La parábola de los invitados a las bodas
muestra las dificultades que los hombres encontramos para responder a la
invitación a seguir a Jesucristo, a caminar por las sendas de la santidad con
capacidad para transformar el mundo.
Unos se excusaron por los negocios, otros por el trabajo inaplazable,
otros por el matrimonio (Cfr. Lc 14,15-24). Y es una pena porque es
precisamente en las ocupaciones habituales donde podemos encontrar a Dios y
servir al prójimo.
Recuerdo un artículo de un periodista en
búsqueda permanente de Dios, aun en medio de dudas, con una interesante
aportación personal a la cuestión de la fe en Dios. Se remitía a sus años de
bachillerato y estudio de la filosofía, que entonces le aburría pero que ha
dejado huella en él. En concreto, recuerda el impacto de las famosas cinco vías
de Santo Tomás acerca de la existencia de Dios. Reconoce que le sirvieron al
menos para pensar con fundamento y abrirle horizontes. En efecto, esas
reflexiones plantean con profundidad las cuestiones sobre la existencia de Dios
aunque suponen un cierto bagaje filosófico. No son demostraciones de Dios al
modo de las ciencias experimentales; sin embargo son verdaderas pruebas racionales
y concluyentes sobre la realidad de Dios como ser supremo y fundamento último
de todo cuanto existe. Lo cual no implica la fe aunque sí quedan como a las
puertas de ella.
Pensar y creer en Dios
El columnista reconocía que una cosa es pensar
en Dios y otra creer en Dios: lo primero, pensar es razonar y llegar
a conclusiones válidas para la inteligencia y tener incluso la convicción sobre
la existencia de Dios; lo segundo, la fe, se sitúa más allá, pues
compromete a la persona en su integridad.
Esto quiere decir que de la convicción a
la fe hay un paso importante que depende del hombre en su disposición a
llenarse de Dios, de su libertad para descubrir la llamada de Dios, con un
añadido importante: que la fe es un don o regalo de Dios que ofrece con
generosidad a todos. Es decir, Dios no es arbitrario, dando a unos la fe y a
otros no, porque sí llama al corazón de cada persona para que libremente admita
la familiaridad con Dios y su misión en el mundo. Y aquí entra también la
parábola de los talentos pues aquel señor repartió a uno cinco talentos, a otro
dos y otro uno (Cfr. Mt 25, 14-30). Incluso el que menos recibió tuvo un tesoro
de unos cuarenta quilos de plata para negociar, y al final cada uno es juzgado
por su entrega para rendir los talentos, su trabajo para beneficio de los
demás.
De nuevo estamos ante el misterio de la
libertad humana capaz de comprometerse de continuo en algo que le trasciende
pero también de resistir a las gracias de Dios. Importante, porque muchas veces
planteamos la carga de la prueba en Dios y minimizamos la capacidad libre del
hombre para aceptar o rechazar la oferta generosa. En realidad hay algo
misterioso en la fe aunque no en el sentido de incomprensible sino como
realidad sublime que invita a ser feliz, saliendo de las propias conveniencias
y abriéndose al regalo de la felicidad. En suma, razonar con fe requiere
mucha humildad y reconocerse como criatura de Dios con la misión de participar
en el desarrollo de la creación.
Jesús Ortiz López
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