sábado, 2 de febrero de 2013

Año de la Fe I. Quién es Dios



La puerta de la fe comienza propiamente con el Bautismo y concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, dice Benedicto XVI en la Carta Apostólica que orienta este Año de la Fe que ahora estrenamos.

            Añade el Papa que esta puerta de la fe está siempre abierta para nosotros: “Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida”.

            Me propongo exponer con sencillez algunos aspectos de la fe básica sobre: quién es Dios; el porqué de la creación; que Dios está a favor del hombre; quién es Jesucristo; por qué hace falta la Iglesia; y desde luego qué hay más allá de la muerte.  De momento comenzaremos por preguntarnos quién es Dios[1].

Ver a Dios
“Enrique V”, película basada en la obra de Shakespeare del mismo título, describe la decisiva batalla de Agincourt, en la que rey inglés logra vencer al de Francia. Mientras la cámara recorre el campo de batalla comienza un coro de acción de gracias con una impactante melodía que se va extendiendo como las ondas de un lago hasta llenarlo todo. Son palabras del salmo 115: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, / sino a tu Nombre da la gloria, por tu misericordia, por tu fidelidad/ ¿Por qué han de decir las naciones:: “Dónde está su Dios”?/ Nuestro Dios está en los cielos./ Cuanto le agrada, lo hace./ Los ídolos de las naciones son plata y oro,/ hechura de manos humanas./ Tienen boca y no hablan, / tienen ojos y no ven,/ tienen oídos y no oyen,/ tienen nariz y no huelen;/ tienen manos y no palpan,/ tienen pies y no andan;/ no articulan voz con su garganta./ Serán como ellos quienes los hacen,/ todos los que  en ellos confían».

            El salmista reconoce la majestad del verdadero y único Dios frente a los simulacros que fabrica el hombre: esos dioses son obra de sus manos y no pueden traer la felicidad. En cambio, el Dios vivo de Israel es Dios en persona, que conoce y ama en Sí mismo por ser Padre, Hijo y Espíritu, como revelará Jesucristo; y además nos ha creado por amor para que podamos tratarle con intimidad, de tú a Tú, como decimos los hombres. Jesús es el camino pues, viendo su rostro humano, veremos también el rostro del Padre: « El que me ha visto a mí ha visto al Padre»[2].

            Sabemos ya que la luz natural de la razón puede alcanzar la existencia de  Dios. Es una conclusión de muchas personas con el uso espontáneo de la inteligencia y otras al razonar sistemáticamente sobre la realidad del mundo. Pues, cuando avanza sin error ni intereses espurios, el hombre llega a conocer naturalmente a Dios como el Absoluto y causa primera de todo.
            «Si el mundo ha salido de las manos de Dios, si El ha creado al hombre a su imagen y semejanza y le ha dado una chispa de su luz, el trabajo de la inteligencia debe -aunque sea con un duro trabajo- desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las cosas; y con la luz de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el que resulta de  nuestra elevación al orden de la gracia»[3]. En su actuación con las criaturas se manifiesta su Santidad, su Sabiduría, y su Misericordia. Por eso decimos que todo es para bien: a veces, en esta tierra no comprendemos algunas cosas, pero sabemos que Dios nos ama, incluso cuando permite el sufrimiento físico o moral. 

Trato con Dios personal
            Siempre podemos conocer mejor a Dios, que es infinito, investigando con su luz natural de la razón y partiendo de las criaturas, en cuanto que reflejan alguna perfección de su Creador, de modo parecido a como un artista deja siempre algo propio en sus obras. Así hemos conocido la infinita perfección divina, que es el Ser subsistente y más personal que podemos suponer, que merece todo nuestro respeto, reverencia y adoración. Es más, sólo Él es digno de nuestra adoración hasta el punto que Benedicto XVI considera que quien se arrodilla ante Dios sabe que no debe arrodillarse ante nadie más porque ha conquistado su verdadera libertad.

            Pero además, Dios ha querido revelarnos otros misterios estrictamente sobrenaturales, inaccesibles a la inteligencia natural. Entre ellos, el principal consiste en que Dios es único en Tres Personas iguales en dignidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Para acercarse a este misterio de la intimidad de Dios los teólogos proceden como en dos momentos: primero, recoger lo que Él mismo ha manifestado de su intimidad a los hombres, y después aplicar la mente a esa revelación para avanzar en el conocimiento de su significado. Y así puede brotar un amor profundo a Dios Trino como el de Pablo al exclamar: « ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!»[4].

            Una cosa es que el misterio trinitario supere a la inteligencia creada y otra que fuera contra ella. Porque la fe no afirma que son tres dioses o naturalezas en un solo Dios, ni tampoco que sea una persona en tres personas. Sí reconoce que es un solo Dios y tres Personas, no un ser impersonal y solitario. Es más, gracias al conocimiento del Dios Trino podemos entender por qué el ser humano es engendrado y amado en el seno de una familia, compuesta por un padre, una madre e hijos, fruto del amor mutuo.

            El cristiano alaba a la Santísima Trinidad en muchas ocasio­nes: al santiguarse, al rezar el gloria, y particularmente en la Santa Misa. Pues en la tierra resulta más fácil vivir el trato con las tres Personas divinas que explicar este misterio tan sublime. La fe profesada no pretende abarcar a Dios sino reconocerle, tal como se nos ha mostrado en Jesucristo y en la vida de la Iglesia.

Jesús Ortiz López




[1] Con más amplitud, ver: Jesús Ortiz López, Creo pero no practico. Eunsa. 2010. Pp. 49 ss.

[2] Jn 14,9.
[3] San JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Es Cristo que pasa, n. 10.
[4] Rm 11, 33.

http://www.analisisdigital.org/2013/01/31/ano-de-la-fe-i-quien-es-dios/

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