La puerta de
la fe comienza propiamente con el Bautismo y concluye con el paso de la muerte
a la vida eterna, dice Benedicto XVI en la Carta Apostólica que orienta este
Año de la Fe que ahora estrenamos.
Añade el Papa que esta puerta de la
fe está siempre abierta para nosotros: “Se cruza ese umbral cuando la Palabra
de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma.
Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida”.
Me propongo exponer con sencillez
algunos aspectos de la fe básica sobre: quién es Dios; el porqué de la
creación; que Dios está a favor del hombre; quién es Jesucristo; por qué hace
falta la Iglesia; y desde luego qué hay más allá de la muerte. De momento comenzaremos por preguntarnos
quién es Dios[1].
Ver a Dios
“Enrique
V”, película basada en la obra de Shakespeare del mismo título, describe la
decisiva batalla de Agincourt, en la que rey inglés logra vencer al de Francia.
Mientras la cámara recorre el campo de batalla comienza un coro de acción de
gracias con una impactante melodía que se va extendiendo como las ondas de un
lago hasta llenarlo todo. Son palabras del salmo 115: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, / sino a tu Nombre da la gloria,
por tu misericordia, por tu fidelidad/ ¿Por qué han de decir las naciones::
“Dónde está su Dios”?/ Nuestro Dios está en los cielos./ Cuanto le agrada, lo
hace./ Los ídolos de las naciones son plata y oro,/ hechura de manos humanas./
Tienen boca y no hablan, / tienen ojos y no ven,/ tienen oídos y no oyen,/
tienen nariz y no huelen;/ tienen manos y no palpan,/ tienen pies y no andan;/
no articulan voz con su garganta./ Serán como ellos quienes los hacen,/ todos
los que en ellos confían».
El salmista reconoce la majestad del
verdadero y único Dios frente a los simulacros que fabrica el hombre: esos
dioses son obra de sus manos y no pueden traer la felicidad. En cambio, el Dios
vivo de Israel es Dios en persona, que conoce y ama en Sí mismo por ser Padre,
Hijo y Espíritu, como revelará J esucristo;
y además nos ha creado por amor para que podamos tratarle con intimidad, de tú
a Tú, como decimos los hombres. J esús
es el camino pues, viendo su rostro humano, veremos también el rostro del
Padre: « El que me ha visto a mí ha visto
al Padre»[2].
Sabemos ya que la luz natural de la
razón puede alcanzar la existencia de
Dios. Es una conclusión de muchas personas con el uso espontáneo de la
inteligencia y otras al razonar sistemáticamente sobre la realidad del mundo. Pues,
cuando avanza sin error ni intereses espurios, el hombre llega a conocer
naturalmente a Dios como el Absoluto y causa primera de todo.
«Si el mundo ha salido de las manos
de Dios, si El ha creado al hombre a su imagen y semejanza y le ha dado una
chispa de su luz, el trabajo de la inteligencia debe -aunque sea con un duro
trabajo- desentrañar el sentido divino que ya naturalmente tienen todas las
cosas; y con la luz de la fe, percibimos también su sentido sobrenatural, el
que resulta de nuestra elevación al orden
de la gracia»[3]. En
su actuación con las criaturas se manifiesta su Santidad, su Sabiduría, y su
Misericordia. Por eso decimos que todo es para bien: a veces, en esta tierra no
comprendemos algunas cosas, pero sabemos que Dios nos ama, incluso cuando permite
el sufrimiento físico o moral.
Trato con Dios
personal
Siempre podemos conocer mejor a
Dios, que es infinito, investigando con su luz natural de la razón y partiendo
de las criaturas, en cuanto que reflejan alguna perfección de su Creador, de
modo parecido a como un artista deja siempre algo propio en sus obras. Así
hemos conocido la infinita perfección divina, que es el Ser subsistente y más personal
que podemos suponer, que merece todo nuestro respeto, reverencia y adoración.
Es más, sólo Él es digno de nuestra adoración hasta el punto que Benedicto XVI
considera que quien se arrodilla ante Dios sabe que no debe arrodillarse ante
nadie más porque ha conquistado su verdadera libertad.
Pero además, Dios ha querido
revelarnos otros misterios estrictamente sobrenaturales, inaccesibles a la
inteligencia natural. Entre ellos, el principal consiste en que Dios es único
en Tres Personas iguales en dignidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Para acercarse a este misterio de la intimidad de Dios los teólogos proceden
como en dos momentos: primero, recoger lo que Él mismo ha manifestado de su
intimidad a los hombres, y después aplicar la mente a esa revelación para
avanzar en el conocimiento de su significado. Y así puede brotar un amor
profundo a Dios Trino como el de Pablo al exclamar: « ¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de
Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!»[4].
Una cosa es que el misterio
trinitario supere a la inteligencia creada y otra que fuera contra ella. Porque
la fe no afirma que son tres dioses o naturalezas en un solo Dios, ni tampoco
que sea una persona en tres personas. Sí reconoce que es un solo Dios y tres
Personas, no un ser impersonal y solitario. Es más, gracias al conocimiento del
Dios Trino podemos entender por qué el ser humano es engendrado y amado en el
seno de una familia, compuesta por un padre, una madre e hijos, fruto del amor
mutuo.
El
cristiano alaba a la
Santísima Trinidad en muchas ocasiones: al santiguarse, al
rezar el gloria, y particularmente en la Santa Misa. Pues en la tierra resulta más fácil
vivir el trato con las tres Personas divinas que explicar este misterio tan
sublime. La fe profesada no pretende abarcar a Dios sino reconocerle, tal como
se nos ha mostrado en Jesucristo y en la vida de la Iglesia.
Jesús Ortiz
López
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