Viene de lejos la lucha de la Jerarquía contra los delitos
torpes cometidos por eclesiásticos. San Juan Pablo II hizo mucho cuando
aparecieron, aunque parece que no estuvo siempre bien informado; Benedicto XVI
ha dado un paso de gigante reforzando los mecanismo para erradicar los casos de
abusos; el Papa Francisco continúa y aumenta el esfuerzo desarrollado por sus
predecesores con verdadero ahínco, hasta la tolerancia cero. No están solos
pues no podemos olvidar el trabajo callado y eficaz de las diversas
Congregaciones de la Santa Sede.
Otra cosa es que desde el principio hubo personas e
instituciones, secretas o no secretas, empeñadas en destruir a la Iglesia: su
prestigio moral, sus tareas de educación y misión, su economía; algo que han
conseguido en buena parte, por ejemplo, en Estados Unidos e Irlanda. Porque no
se airea tanto los numerosos casos de pederastia en el mundo deportivo,
sanitario, educativo y político. Sólo algunos casos que pareen aislados pero no
lo son. Y no por ello debemos juzgar a todo un colectivo profesional o
vocacional.
La sensibilidad actual sobre esos tremendos casos fuera y
dentro de la Iglesia lleva a destapar cualquier caso incluso sin las garantías
debidas a la presunción de inocencia. Según las informaciones recientes un
sacerdote de la diócesis de Sevilla ha sido denunciado por otro sacerdote sobre
abusos a un joven por la información recibida de una mujer que parece no estar equilibrada.
El miedo de la autoridad eclesiástica a ser fulminado (ya ha ocurrido en
Uruguay) y a la pena de telediario (lo
sabe el obispo de Granada), ha llevado a suspenderle de sus funciones
sacerdotales.
Sin embargo no parece que haya fundamento para semejante
acusación de pederastia. Y aun en el caso de que más adelante se comprobada su
fundamento el fondo de la presunción de inocencia sigue siendo válido. Hasta
ahora, patinazo del señor Obispo, chivatazo timorato de un compañero, y una
historia no probada. El resultado triste es que el sacerdote acusado e investigado
después ha perdido su fama. Si el delito de pederastia es horrible, y más
cometido por una persona consagrada, también lo es la calumnia.
Dice el Catecismo que «La maledicencia y la calumnia destruyen la reputación y el
honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la
dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su
reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las
virtudes de la justicia y la caridad» (2479), y añade que «Toda falta cometida
contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque su autor
haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente, es
preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser
indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre
de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas
cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces
material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en
conciencia» (2487).
Y no solo la maledicencia es un grave pecado que exige reparación
sino que constituye una violación del derecho a la buena fama recogido en el
Código de Derecho Canónico como derecho fundamental en la Iglesia, aunque a
veces cueste verlo realizado en el pasado y en el presente. Dice así: «A nadie
le es lícito lesionar ilegítimamente la buena fama de que alguien goza ni
violar el derecho de cada persona a proteger su propia intimidad», y «1.Compete
a los fieles reclamar legítimamente los derechos que tienen en la Iglesia, y
defenderlos en el fuero eclesiástico competente conforme a la norma del
derecho. 2 Si son llamados a juicio por la autoridad competente, los fieles
tienen también derecho a ser juzgados según las normas jurídicas, que deben ser
aplicadas con equidad. 3 Los fieles tienen derecho a no ser sancionados con
penas canónicas, si no es conforme a la norma legal» (Cánones 220 y 221).
En resumen luchemos contra los pecados de la carne y del
espíritu; practiquemos la justicia frente a los delitos horrendos contra la
libertad sexual y la buena fama; y huyamos de las historias no comprobadas. El
Papa Francisco exige tolerancia cero y dice también que la Iglesia no condena
para siempre. Eso.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Presuncion-inocencia-Iglesia_0_2438756136.html
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