Desde joven recibió una esmerada educación impulsada por su
madre, la emperatriz María Teresa de Habsburgo. Siempre fue una joven impulsiva
y encantadora con una capacidad ilimitada de disfrutar, una criatura
irreflexiva, “la reina del rococó o muñeca del mundo elegante, que tenía miedo
de aburrirse”, al decir de Zweig,
El pueblo francés la recibió con entusiasmo en París en 1773
después de vivir en Versalles con su marido durante tres años, hasta la muerte
de Luis XV; ese pueblo que la siguió fascinado durante años hasta que fue
envenenado por la Revolución de 1789. Y con la misma pasión irracional fue
vilipendiada y destruida hasta morir en la guillotina en octubre de 1783, pocos
meses después de su marido Luis XVI.
Bien se podría subtitular esta biografía irrepetible como “una
lección inolvidable en cabeza ajena”, o “alcanzar la madurez mediante el sufrimiento”.
Hasta poco antes sólo había jugado con la vida –cosa que no exige ningún
esfuerzo- y jamás había luchado con ella, dice su biógrafo. También se podría
decir que María Antonieta experimentó en su corazón sensible, pero sobre todo
en su cabeza toda la maldad humana. Así, pasando por las más aborrecibles
calumnias y humillaciones, maduró definitivamente su carácter hasta morir con
la dignidad que corresponde a una reina.
El lector o la lectora encuentran en esta vida grandes temas
para la reflexión acerca de la superficialidad y de la madurez, de los goces
efímeros y del sufrimiento atroz, o de la dignidad frente a la terrible maldad
humana. Una soberana lección para la posteridad.
Conviene no olvidar a tantos personajes que pululan
alrededor de María Antonieta. Unos nefandos como Danton, Robespiere, Hebert,
Beaumachais, Marat, o la falsa noble De la Motte con su lío del collar; y otros
bondadosos como el mismo Luis XVI; unos heroicos y sacrificados como el gran
amigo y amante barón Fersen, el barón Batz, o la martirizada princesa Lamballe;
y otros tibios como el general Lafayette, o el cobarde pintor Luis David
tránsfuga hacia la Revolución o hacia Napoleón según convenga; sin olvidar a otros
traidores como el hermano del rey asesinado, el conde de Provenza, que se hizo
con la corona en 1814. En eso quedó la revolución pues lo de “libertad, igualdad y fraternidad” está
escrito sobre todo con sangre ajena.
Stephan Zweig es un maestro de la narración, riguroso en las
fuentes, nada complaciente con el personaje, pero apasionado por descubrir su
alma; con una aguda captación psicológica, y un espíritu crítico apasionado
contra la estulticia humana y la cretinización de las masas, convertidas en manada
que destroza cuanto embiste con su furor envidioso. Crítico sobre todo con aquellos
intelectuales que destruyen vidas con el libelos calumniosos de la peor ralea y
deshumanizan a las gentes desde sus cenáculos para alimentar el Terror que han
provocado. Así fue la famosa Revolución francesa, y la mayoría de las guerras, también
en España, y la historia comienza a repetirse entre nosotros. Por eso es tan
importante conocer el pasado y mirar el presente con inteligencia y pasión.
Jesús Ortiz López
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