En noviembre creyentes
y no creyentes recordamos a nuestros difuntos con la persuasión de que no se
han roto definitivamente los lazos de amor desde que murieron. Es algo que está
en nuestra cultura cristiana y en la misma condición humana. ¿Será acaso sólo
un recuerdo, una nostalgia o una fantasía? ¿No será más bien una ventana para
divisar de lejos la vida más allá de la muerte? Y aún más ¿en qué consiste esa
inmortalidad?
También se
escribe sobre la criogenización de algún cadáver, como el de una niña inglesa
de 14 años fallecida en el mes de octubre, pues algunos científicos están
convencidos de que en 50 años será posible devolver a la vida a cuerpos que
hayan sido criogenizados por empresas que lo cobran muy caro. En cambio otros,
consideran que se está vendiendo solo una promesa, un deseo de vivir más allá
de la muerte.
El experto
en biomedicina, César Nombela ha escrito que «La vida saludable, los fármacos y
otros tratamientos mejoran la probabilidad de vivir más y mejor; nada hay que
permita plantear la inmortalidad a través de todo ello».
La fe cristiana en la
resurrección
Sin embargo la verdad de fe «Creo en la resurrección de la
carne y en la vida eterna» está en otro orden de certeza sustentada en la
promesa de Jesucristo recogida en los Evangelios, por ejemplo: «Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado
aquí, no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo
otorgará. (...) Díjole Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en
mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para
siempre, ¿crees tú esto?» (Juan 11,21-27).
Creer en la resurrección de los muertos ha sido desde
sus comienzos un elemento esencial de la fe cristiana, aunque desde el principio
también haya encontrado incomprensiones. El Catecismo responde con precisión: «¿Qué es resucitar? En la muerte,
separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción,
mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su
cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros
cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la
Resurrección de Jesús» (Catecismo, n. 997).
No es una reencarnación
La
muerte actual es el fin de la vida terrena y consecuencia del pecado, pero fue
transformada por Jesucristo, como enseña el Apóstol: «Para mí, la vida es
Cristo y morir una ganancia» (Filipenses 1,21). La novedad esencial de la
muerte cristiana reside en que por el Bautismo el cristiano está ya
sacramentalmente “muerto con Cristo” para vivir una vida nueva y definitiva,
sin reencarnaciones que valgan, como enseña el Catecismo: «”La muerte es el fin de la peregrinación
terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece
para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último
destino. Cuando ha tenido fin 'el único curso de nuestra vida terrena” (Lumen Gentium,
n. 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los
hombres mueran una sola vez” (Hebreos 9,27). No hay 'reencarnación' después
de la muerte» (Catecismo, n. 1013).
El pensamiento de la reencarnación viene a ser un sucedáneo
del Purgatorio y contradice el ser personal de cada hombre o mujer en su unidad
sustancial de alma y cuerpo, así como la fe en la resurrección de la carne,
según dicen los obispos españoles: «Las
modernas ideas reencarnacionistas no dejan lugar para la gracia de Dios, la
única capaz de redimir al pecador y de purificar al justo, porque son
incompatibles de raíz con la fe en que el mundo y el hombre son creación de
Dios en Cristo. El ser humano, en efecto, ha sido creado a imagen y semejanza
de Dios. Por eso ni una ni mil “reencarnaciones” bastarían de por sí para
conducirle a su plenitud. No es el esfuerzo por salvarse a sí mismo lo que da
plenitud al ser humano. Pues es Dios mismo, su vida eterna gratuitamente
compartida con sus criaturas capaces de diálogo personal con Él, la que
constituye la verdadera plenitud del hombre» (Esperamos la resurrección y
la vida eterna, 26-XI-1995, n.21.).
Los “dormitorios“
En cuanto al modo hay que tener en cuenta que no
se trata aquí de imaginar el proceso, porque pertenece a los planes de Dios,
sino de conocer mejor esa realidad y las características que tendrán los
cuerpos resucitados. La teología considera que resucitaremos con el propio
cuerpo. En efecto, el hombre es un ser en unidad personal, en el cual confluyen
una realidad espiritual, que llamamos alma, y una realidad material, que llamamos
cuerpo. En esta perspectiva encontramos una de las razones para el respeto al
cuerpo, algo que desconoce la ideología de género al tratarlo como un objeto de experimentación y placer.
En cuanto a la manera de realizarse
esta resurrección también podemos distinguir lo que afirma con certeza la fe de
lo que es doctrina de los teólogos. De fe es que el cuerpo resucitará de tal
modo que pueda decirse que es el mismo de antes de morir; sin embargo se pueden
encontrar diversas explicaciones respecto a cómo se realizará esa identidad corporal
en la resurrección. Cada uno será la misma persona pero de un modo nuevo.
Cuando se realice la resurrección de
la carne, entonces el alma volverá a configurar su cuerpo resucitado, y así el
hombre entero o persona recibirá el premio o castigo por sus obras. Por ello la
fe nos lleva a respetar piadosamente a los cadáveres, que se entierran en lugar
sagrado -sea en una sepultura o en un columbario para las cenizas-, una iglesia
o un cementerio (dormitorio, en griego), así como el culto dado a las reliquias
de los Santos; ambas son manifestaciones de la fe de la Iglesia en la
resurrección del cuerpo.
Tenía razón el poeta latino Horacio
cuando escribía "non omnis
moriar": "no todo morirá en mí", para expresar el deseo de
inmortalidad que cada hombre lleva en lo más íntimo de su ser. Se resiste a la
aniquilación pues no se siente totalmente sometido definitivamente al tiempo ni
a la muerte, lo cual explica sus luchas
y sus esperanzas. Son excepción los hombres que apuestan por la extinción y
renuncian a dejar algún recuerdo al menos en este mundo.
Sin embargo
la fe católica se proyecta más allá, pues la causa y razón fundamental de nuestra futura resurrección
es el mismo Jesucristo, tal como escribe san Pablo a los de Corinto: «si los
muertos no resucitan, ni Cristo Resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es
vuestra fe, aún estáis en vuestros pecados. Y hasta los que murieron en Cristo
perecieron (...). Pero no; Cristo ha resucitado de entre los muertos como
primicia de los que durmieron. Porque como por un hombre vino la muerte,
también por un hombre vino la resurrección de los muertos» (1 Co 15,16-21).
Jesús Ortiz López
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/Criogenizacion-inmortalidad_0_2825717422.html
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