Hace unos días, Pablo Casado ha
conseguido que el Congreso guarde un minuto de silencio por los fallecidos a
causa del Covid. Son más de veintitrés mil, con nombre, apellidos y familiares
destrozados. En mayor medida cuando no han podido acompañarlos en los últimos
momentos ni participar en el sepelio, aunque muchos esperan poder celebrar un
funeral cristiano «cuando el tiempo lo permita». También ha sido noticia el funeral
en la catedral de Madrid presidido por el Cardenal Osoro con la presencia de
las autoridades locales. Algo semejante hacen otros obispos cuando no se lo
impiden unos cuerpos de seguridad tan celosos como desconocedores de la
Constitución.
No ocultar a los muertos
Sorprende que ese minuto de
silencio haya sido noticia -aunque poco difundida-, y que la iniciativa no
partiera del Gobierno, así como que no haya decretado todavía luto nacional por
esas personas, y menos corresponder pronto con las víctimas en «actos cívicos
de justicia con ellos», como ha escrito José F. Serrano.
¿Cuántos más tienen que morir para
que las banderas ondeen a media asta en todos los edificios oficiales a nivel
nacional y local? ¿Sería mucho pedir que las autoridades piensen sin
sectarismos en dedicar parques, plazas, y calles a las víctimas del
coronavirus? Porque se equivoca mucho una sociedad cuando trata de ocultar los
muertos.
Televisión Española y otros medios
ocultan los muertos, con la excusa de no desanimar, y aún no se han puesto el
lazo negro. En cambio, Madrid -con cerca de ocho mil muertos- ha clausurado ya
la morgue del Palacio de Hielo con un sentido homenaje: las autoridades
locales, los profesionales, y los cuerpos de seguridad, han dado testimonio de humanidad
afirmando que todo el mundo cuidó y veló a los fallecidos. Un gesto importante
de empatía que ha sido criticado por algún periodista sin corazón sin respeto a
los muertos y a sus familiares.
Un superhombre débil
Desde hace un siglo la muerte es
un tabú que se oculta y barniza con asepsia compungida. Menos mal que
encontramos personas con cabeza y corazón que siguen ofreciendo una visión
universal del hombre que se cree el mito del superhombre. Menos mal que los
cristianos celebramos ahora la Resurrección de Jesucristo y la renovamos cada
domingo con la fe en la futura resurrección. Y menos mal que vemos ahora a los
sacerdotes que celebran la Misa sin pueblo llenando los bancos con fotografías
de sus fieles ofreciéndola por los vivos y los difuntos, que rezan responsos ante
las cenizas de los difuntos en los tanatorios y cementerios, y que hablan
esperanza cierta en la resurrección de la carne. Ante el tabú moderno que
oculta la muerte muchos sabemos que estamos de luto, que éste debe manifestarse
oficialmente en la sociedad, y que Jesucristo resucitado abre la puerta a la
vida eterna en Dios.
Jesús Ortiz López
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