De nuevo se celebra un aniversario de la muerte de Josemaría Escrivá elevado a los altares para la Iglesia universal el año 2002. Uno más entre los santos canonizados por la Iglesia a lo largo de los siglos, y uno de los destacados durante el siglo XX.
Fue elegido por Dios al comienzo
de ese siglo para extender la llamada a la santidad a todos los cristianos,
algo comúnmente admitido hoy día pero que entonces significaba una novedad
¿Hasta qué punto?
Los primeros cristianos
Desde el comienzo de la andadura
de la Iglesia son muchos los santos que han vivido con fidelidad el Evangelio
encarnado en la vida de Jesucristo. Basta echar una mirada a los primeros
cristianos para reconocer que hubo muchos mártires perseguidos por el imperio
de entonces, y ya nunca ha cesado la persecución especialmente en el siglo XX,
el gran siglo de los mártires. Sellaron con su sangre la verdad del Evangelio,
es decir, estaban tan seguros de haber encontrado el camino de la santidad, que
no se echaron atrás ante los tormentos. Porque hay verdades tan verdaderamente
fuertes que no pueden ser destruidas por la muerte, no son opiniones líquidas
que desaparecen ante los peligros del mundo, y las amenazas de los poderosos.
Sin embargo, la mayoría de los
primeros cristianos no fueron mártires y no por haber huido sino porque
siguieron su vida normal, aunque completamente transformada en el fondo y en la
forma. El documento conocido como Didaché destaca que aquellos discípulos de
Cristo siguen en el mundo sin ser mundanos, trabajaban donde siempre, cumplían
sus obligaciones como ciudadanos, formaban familias bien unidas en la fe, y
procuraban tratar con caridad incluso a sus enemigos.
No eran como los demás sino que
eran los demás, como recordará san Josemaría. Tenían las mismas costumbres pero
llevaban un tenor de vida ejemplar y admirable para muchos: por su honradez, su
limpieza de costumbres en medio de otras depravadas, y por sus virtudes; es
decir, vivían en el mundo pero no eran mundanos, como enseñó el mismo
Jesucristo y los apóstoles.
Destacaba san Josemaría que cada
comunidad de fieles reunía a personas de todos los estratos sociales, pues
estaban representadas en ellas todas las profesiones: había médicos como Lucas,
juristas como Zela, financieros como Erasto, universitarios como Apolo,
artesanos como Alejandro, comerciantes, vigilantes de las cárceles y sus
familias, soldados y oficiales, o algún procónsul como Sergio Paulo: eran pobres
y ricos, esclavos y libres, gente civil y militares como Sebastián.
¿Dónde está la novedad?
¿Qué interés tiene por tanto san
Josemaría? Enlazar con esa novedad de aquellos primeros, difundiendo el mensaje
da la búsqueda de la santidad en el medio del mundo con fuerza apostólica, que
significa naturalidad, ejemplaridad, y ciudadanía. Y difundir no solo ese
mensaje esperanzador sino desarrollar el modo real de vivirlo centrando su vida
en Jesucristo. Porque durante siglos aquel espíritu evangélico de santidad para
todos se había diluido -no tanto en las ideas y menos en las enseñanzas de la
Iglesia-, por no encontrar un camino vocacional plenamente laical, con un
desarrollo pastoral y ascético bien definido, para elevar el mundo desde
dentro, siendo como una inyección intravenosa -escribía- en el torrente
circulatorio de la sociedad: santificar el trabajo, santificarse con el
trabajo, y santificar por medio del trabajo. El secreto no está tanto en la
profesionalidad cuanto en la unión con Jesucristo, en la vida de oración, en el
ejercicio de las virtudes humanas y cristianas, y en la vida planteada como
servicio a todos.
Puede que aún muchos no vean la
diferencia entre este mensaje universal y lo que muchos cristianos han vivido
durante siglos, al tener como referencia un alto ideal de santidad a semejanza
de los religiosos, con una ascética y unos modos adaptados a los seglares.
El Espíritu ha suscitado en el
siglo XX el Opus Dei, y también nuevos movimientos seculares que han mostrado
la vocación a la santidad en el mundo como una posibilidad realmente nueva. El
Concilio Vaticano II ha confirmado ese nuevo espíritu proclamando la universal
llamada a la santidad para todos los fieles. Esto no quiere decir que sea una
adaptación de los consagrados a los laicos, ni algo fácil consistente en rezar
más y cumplir mejor con la Iglesia. No es así, porque lo que caracteriza a los
nuevos apóstoles es transformar el mundo desde dentro, cultivando con
naturalidad la amistad y las relaciones humanas, con vocación de poner a
Jesucristo en la cima de las actividades humanas.
Jesús Ortiz López
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