La fiesta de la Cátedra de san Pedro recuerda que la Iglesia tiene su fundamento en Jesucristo que vive ayer, hoy y siempre. La Iglesia lleva veinte siglos en crisis y ahí sigue con heridas a modo de condecoraciones en mil batallas. En cada tiempo decae el vigor evangelizador en unos lugares mientras crece en otros: los hombres hacemos la historia y Dios sigue cuidando de su Iglesia a pesar de nosotros.
La Iglesia en Alemania es un
quebradero de cabeza y síntoma de que se va imponiendo la facción
protestatizada por ósmosis y con obispos débiles con los fuertes. Son los
grupos de presión eclesiásticos pues muchos viven a costa de la Iglesia, gran
empresaria y con dinero, (que también emplea para generosas tareas
asistenciales en el mundo). De todos modos la sangría de católicos que
abandonan la Iglesia indica que la solución no vendrá por un Sínodo ni por
acomodarse a los valores mundanos.
En Estados Unidos también la
Iglesia tiene serios problemas precisamente por una parte contraria que dice
defender la fe genuina sin mundanizarse, una parte que no sintoniza con el papa
Francisco, y de otro lado grupos de presión que colaboran para actualizar como
sea la imagen de la Iglesia, lavar la cara aunque sea a costa de alterar la fe
y la doctrina moral al aceptar acríticamente los postulados de la
posmodernidad. Los escándalos motivados por los abusos han diezmado las
comunidades y vaciado las arcas de varias diócesis; la machacona insistencia de
muchos medios está quebrando la fe de los mayores y alejando a los jóvenes de
la participación en la vida sacramental y las labores de voluntariado.
Por su parte la vieja Europa ya no
reconoce sus raíces judeocristianas y pierde fieles, no logra atraer a los
jóvenes, y se encuentra con un imposible relevo generacional de los sacerdotes
y religiosos. Por contraste crecen los grupos con vitalidad apostólica, los
movimientos que atraen a los jóvenes, y la formación en la fe y en la misión de
familias como verdaderas iglesias domésticas. La opción por la fe comprometida
y la caridad valiente atrae a muchos, logra conversiones auténticas, y actúan
con naturalidad en la sociedad. Son la esperanza del futuro que se fragua en
las familias cristianas, con vitalidad semejante a la de los primeros
cristianos.
Un nuevo documento
En este contexto se puede enmarcar el
documento Fiducia supplicans sobre las bendiciones a los homosexuales y
parejas irregulares o como se quiera llamarlos. El documento señala que
bendecir no significado aprobar las uniones homosexuales o de parejas en
situación irregular. Indica que está prohibido impartir esas bendiciones en un
marco análogo a una ceremonia nupcial. Además señala que las relaciones
sexuales encuentran su significado humano y cristiano solo en contexto del
matrimonio entre un hombre y una mujer, como siempre ha enseñado la Iglesia. Y
por eso señala que esa pastoral quiere ser fiel a la tradición de la Iglesia.
Al tratarse de un largo documento da
muchas vueltas sobre el núcleo que parece ser dar bendiciones no litúrgicas ni
rituales a los homosexuales y otras parejas, como señal de una pastoral abierta
en el contexto de una Iglesia en misión para atraer a los que todavía no
participan en las actividades parroquiales. Y posiblemente lavar la cara de la
Iglesia ante parte de la opinión pública movida por quienes rechazan las
enseñanzas eclesiásticas. Hace tan solo un par de años también el Dicasterio
para la Doctrina de la fe publicó un documento claro sobre el trato pastoral
con ese tipo de personas y no está claro porqué insistir en lo mismo quizá para
romper algunas dificultades[1].
Volver al Catecismo
El Catecismo de la Iglesia ha tratado
estas cuestiones con suficiente claridad, fruto maduro del Concilio Vaticano II
y de la mayor sinodalidad conocida. En concreto trata sobre la vocación a la
castidad integrada en el desarrollo de la persona enseña: «La castidad
significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en
la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad,
en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico,
se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación
de persona a persona, en el don mutuo entero y temporalmente ilimitado del
hombre y de la mujer» (N. 2337).
La virtud de la castidad, por
tanto, entraña la integridad de la persona y la integralidad del don «La
castidad comporta un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la
libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y
obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1,
22). "La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una
elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde
dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción
externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud
de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con
eficacia y habilidad los medios adecuados" (GS 17)». (N. 2339)
Por ello «El que quiere permanecer
fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los
medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a
las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la
práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración. "La castidad
nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido
dispersándonos" (S. Agustín, conf. 10, 29; 40). (N. 2340)[2].
Ofensas contra la castidad
Respecto a las ofensas contra la castidad
recoge la doctrina moral católica derivada del Evangelio y la gran Tradición. Como
base enseña que la lujuria: «es un deseo o un goce desordenados del
placer venéreo. El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado
por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión». (N. 2351). Y por ello considera que son pecados la masturbación
y la fornicación, así como la pornografía, la prostitución y la violación, e
indica que «Para emitir un juicio justo sobre la responsabilidad
moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en
cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de
angustia u otros factores síquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez
reducir al mínimo la culpabilidad moral». (N. 2352).
Las personas homosexuales
Respecto a la homosexualidad enseña «La
homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan
una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo.
Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen
síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura
que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1 - 29; Rm 1, 24 - 27;
1Co 6, 10; 1Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona
humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don
de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera.
No pueden recibir aprobación en ningún caso» (N. 2357).
Con palabras medidas muestra que «Un
número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales
profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada,
constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos
con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo
de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad
de Dios en su vida y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del
Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. (N. 2358).
Con buen sentido pastoral el
Catecismo señala que sentir esa tendencia es distinta de consentir en esos diversos
actos especialmente contrarios a la castidad, y que esas personas deben poner
los medios para huir de las ocasiones de pecado, acudir a los sacramentos en
particular el de la penitencia, y a la oración confiada a Dios Padre, a
Jesucristo y a la Santísima Virgen María
Sobre el matrimonio
Finalmente trata sobre algunos aspectos
del matrimonio que están más desarrollados en la doctrina sobre el sacramento
del matrimonio donde se habla de ese camino de santidad para la mayoría de los
fieles.
Enseña enseña que «Los actos con los
que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y,
realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la recíproca
donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y gratitud" (GS
49, 2). La sexualidad es fuente de alegría y de placer: El Creador… estableció
que en esta función (de generación) los esposos experimentasen un placer y una
satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada
malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha
destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en los límites de
una justa moderación" (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951)». (N. 2363).
En suma, vamos avanzando como Iglesia
misionera que tiene las puertas abiertas a todos, consciente de ser
sacramento universal de salvación y camino querido por Dios para encontrar y
desarrollar la vocación a la santidad, que consiste fundamentalmente en la
unión con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Y así la vida cristiana continúa
en un proceso continuo de buscar a Jesucristo, de encontrar a Jesucristo, de
amar a Jesucristo, de permanecer con Jesucristo.
Jesús Ortiz López
https://www.religionenlibertad.com/blog/500087656/Iglesia-crisis-de-crecimiento.html
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