viernes, 26 de julio de 2013

Doce pilares de la Lumen fidei

Con el Papa Francisco en Brasil viviendo intensamente las celebraciones y encuentros con los jóvenes llegados de todo el mundo, cercano a los necesitados, reclusos, autoridades civiles y eclesiásticas, podemos enmarcar sus gestos y mensajes en el sentido de la fe católica mostrada en su reciente encíclica Lumen fidei. Recordaremos aquí algunos puntos o pilares.  

Por qué “Luz de la fe”
El título, la luz de la fe, dice de entrada que la fe es luz para guiar nuestros pasos, para saber el sentido de nuestra vida, y para conocer la verdad sobre Dios con certeza aunque sin poder abarcarla.
Muchas veces se destaca la oscuridad de la fe, o al menos su penumbra, aunque ese claroscuro de la fe católica es sobre todo claridad y luz. Quien tiene fe no se cierra a la realidad sino que la abarca con visión de conjunto cercana a la providencia de Dios; el creyente no ve menos que los demás –los filósofos, los científicos, los artistas- sino que ve más allá y con más amplitud.

A pleno sol
Tres primeros pilares explican por qué la fe es luminosa, pues se refiere a la verdad de Dios, empezando por conocer a Jesucristo como Dios y hombre verdadero que revela la intimidad del Dios Trino. No extraña que los primeros cristianos se sirvieran del sol para representar a Cristo, estableciendo que el Domingo es el dies Dominici, cuando el Señor Jesús resucitó inundando de luz el sepulcro y después el cenáculo. Y también la Navidad en el solsticio de invierno cuando comienzan a aumentan las horas del día ha trasformado el culto del sol naciente en la adoración agradecida a Dios que nace en Belén.
En consecuencia los cristianos ya no adoran al sol, la luna, o las estrellas, pues se trata solo de criaturas de Dios que, eso sí, reflejan algo de su magnificencia, de su providencia y de su bondad. Viendo las obras de Dios los hombres pueden remontarse por analogía al Creador.

* La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. Creer es confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona (13).

* La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra historia (18).

* La confesión cristiana de Jesús como único salvador sostiene que toda la luz de Dios se ha concentrado en él, en su vida “luminosa”, en la que se desvela el origen y la consumación de la historia (35).

Fe sin individualismos
La fe se caracteriza por su naturaleza verdadera y universal o católica como muestran otros tres pilares. La fe nace en la comunidad eclesial mediante el Bautismo, crece con naturalidad en la vida de las familias cristianas, y se desarrolla en la catequesis de iniciación cristiana, para fortalecerse después con los restantes sacramentos recibidos en cada época de la vida. Las palabras y obras unidas en la fe son objetivas y comunitarias –creo, creemos- evitando la tentación del subjetivismo –el “para mi”, Jesucristo es.., la Iglesia debería…, etc-, tan propio de nuestro tiempo. Representa la tentación más fácil, más frecuente, y más superficial. En cambio, nadie es tan subjetivo con el dinero, con sus derechos, o con la salud pues acude a los expertos fiándose de su profesionalidad.

* Desde una concepción individualista y limitada del conocimiento, no se puede entender el sentido de la mediación, esa capacidad de participar en la visión del otro, ese saber compartido, que es el saber propio del amor (14).

La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, (…) o bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios de nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida (24).

* Mediante el bautismo nos convertimos en criaturas nuevas y en hijos adoptivos de Dios (40).

La fe compromete totalmente a la persona
Explica Lumen fidei que la fe compromete y perfecciona a la persona en cuanto tal, aunque reside formalmente en la inteligencia que asiente al conjunto de las verdades reveladas y ofrece la voluntad razones suficientes para confiar en Dios y en sus mediaciones, como la Iglesia; no son pantalla sino espejo de Dios.

La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos (26).

* Para transmitir esta riqueza hay un medio particular, que pone en juego a toda la persona, cuerpo, espíritu, interioridad y relaciones. Este medio son los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia (40).

* He tocado así los cuatro elementos que contienen el tesoro de memoria que la Iglesia transmite: la confesión de la fe, la celebración de los sacramentos, el camino del decálogo, la oración. La catequesis de la Iglesia se ha organizado en torno a ellos, incluido el Catecismo de la Iglesia católica. (46).

La fe ilumina la convivencia
La fe cristiana ilumina la convivencia de los hombres haciéndola más humana: la caridad que es cariño intenso especialmente en las familias; la exhortación al perdón siempre difícil para los hombres; y el consuelo ante el sufrimiento. Por todo ello escribe el Papa y repite de palabra que no nos dejemos arrebatar la esperanza pues la fe en Dios encuentra siempre grandes soluciones a grandes males. Desde hace dos mil años, la fe de María sigue llenando de esperanza al mundo y es causa de nuestra alegría.

El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Pienso sobre todo en el matrimonio, como unión estable de un hombre y una mujer (…). En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres (52.53).

La fe afirma también la posibilidad del perdón, que muchas veces necesita tiempo, esfuerzo, paciencia y compromiso; perdón posible cuando se descubre que el bien es siempre más originario y más fuerte que el mal (55).

Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz (…). No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino (57).


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