Aparece
la encíclica Lumen fidei de Papa Francisco continuando el trabajo realizado por
Benedicto XVI, cuya mano e ideas se advierten con facilidad en el documento. Sin
embargo es magisterio del Papa Francisco al estar firmada por él. Tiempo habrá
para la asimilación y análisis de sus enseñanzas. De entrada es una llamada a
conjugar la fe con el amor y con la inteligencia que busca la verdad, como dice
en los dos primeros capítulos; mediante el concepto de transmisión subraya el
tercero la unidad e integridad de la fe; y el cuarto capítulo señala la luz de
la fe para la sociedad humana.
Creo,
creemos
A
propósito de la fe en el Catecismo el Cardenal Schönborn ha escrito: «Cada uno habla por sí mismo, pues la fe es un acto
totalmente personal. Y, sin embargo, en el Credo, no expresamos nuestras ideas
“privadas”, sino lo que a todos nos es común en la fe. Podríamos decir también:
“Creemos...”, como lo hace la versión griega de la “gran” profesión de fe. Pero
este “nosotros” creemos, en plural, tampoco es simplemente la suma de todas las
ideas personales de la fe, como cuando, por ejemplo, un partido político se
pone de acuerdo en un programa y después lo llama “nuestro” programa. “Creemos”
lo que la Iglesia cree, lo que ella ha recibido de su Señor y Maestro, de
Jesucristo, y en lo que persevera en la fe y el amor» (Fundamentos de nuestra
fe,
p. 22).
La
fe es una virtud sobrenatural que orienta a la inteligencia de los creyentes,
su voluntad y su corazón, para actuar con soltura en este mundo cara a la
eternidad; es una luz para ver siempre a Dios a través de todos los
acontecimientos de nuestra vida. Pero esa fe personal es una participación en
el patrimonio común de la Fe de la Iglesia, que por la Revelación conoce y vive
en Dios: mi fe es la Fe de la Iglesia, personal y comunitaria, siempre es
“creo-creemos”. Como una madre que enseña a hablar a sus hijos así la Iglesia
nos enseña el lenguaje de la fe para
introducirnos en la inteligencia de la Fe en Dios de Jesucristo.
Le
Encíclica subraya esta naturaleza indisociable de la fe cuando afirma que la fe
tiene una configuración necesariamente eclesial; no es privada, individualista,
ni una simple opinión subjetiva (Lumen fidei, n. 22).
Creer para sobrevivir
El
psiquiatra judío Victor Frankl escribía a propósito de su padecimiento en el
campo de concentración la comprobación experimental de que el hombre está hecho
para creer: «Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran
las más sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba
sorprendido y admirado por la profundidad y la fuerza de las creencias
religiosas» (El hombre en busca de sentido, p.59). Las dramáticas experiencias de
la maldad humana en un campo de concentración no le alejaron de Dios, sino que
le permitieron observar que tener fe y un sentido de la vida era la fuerza para
sobrevivir en condiciones infrahumanas; porque sólo el hombre es capaz de
inventar las cámaras de gas, pero también de entrar en ellas perdonando a sus
verdugos.
Si
esto ocurría en situaciones límite no es tan distinto la necesidad que todos
los hombres tenemos de creer en algo más real que una idea abstracta de un ser
superior, tentación permanente que puede obnubilar la mente de algunos
inteligentes desviando la querencia natural de la inteligencia en la búsqueda
de la verdad. En efecto, creer es necesario para sobrevivir en un campo de
concentración, intuyendo que la vida tiene un sentido aun en esas condiciones
extremas, y creer también es necesario en situaciones ordinarias cuando nos
preguntamos por el sentido de acontecimientos felices o desgraciados, balances
personales de una vida o de una época, cambios de estado, o pérdida de seres
queridos.
La
fe viva de Agustín
Ciertamente
hay una proporción entre Dios que se manifiesta y el hombre que responde con
fe, y sin ella no entendería lo que Dios ha dicho; pero la proporción no la ha
conseguido el hombre por sus fuerzas naturales sino que ha sido capacitado por
Dios: le ha concedido gratuitamente la virtud de la fe y la filiación divina
adoptiva por la gracia.
Con
una fe viva, San Agustín invoca a Dios como fuente de verdad, de fe, y de
unidad al exclamar: «Te invoco, Dios Verdad, principio, origen y fuente de la
verdad de todas las cosas verdaderas. Dios Sabiduría, autor y fuente de la
sabiduría de todos los que saben. Dios verdadero y suma Vida, en quien, de
quien y por quien viven todas las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios
Bienaventuranza, en quién y por quien son bienaventurados todos los que son
bienaventurados. Dios Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todas
las cosas buenas y hermosas. Dios Luz espiritual, que bañas de claridad todo lo
que brilla a la inteligencia. Dios, cuyo reino es todo el mundo inaccesible a
los sentidos. Dios, que gobiernas los imperios con leyes que se derivan a los
reinos de la tierra» (Soliloquios, L.1, c.1).
En
estas y otras confesiones del santo de Hipona aflora la realidad de la fe como
acto de la persona con todo su corazón. Por eso la Encíclica insiste en la
circularidad entre la verdad que nace del amor, y el amor que descubre la
verdad; una relación personal con Dios personal que une luz y palabra, visión y
escucha, obediencia y libertad. (Lumen fidei, n. 32).Si no entendemos estos,
los hombres vagaríamos inseguros por la vida y la angustia nos invadiría al
suponernos colgados en el vacío.
Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico
http://www.religionconfidencial.com/tribunas/085232/la-fe-curativa-desde-la-lumen-fidei
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