jueves, 11 de julio de 2013

Lumen fidei para ver y oír


Aparece la encíclica Lumen fidei de Papa Francisco continuando el trabajo realizado por Benedicto XVI, cuya mano e ideas se advierten con facilidad en el documento. Sin embargo es magisterio del Papa Francisco al estar firmada por él. Tiempo habrá para la asimilación y análisis de sus enseñanzas. De entrada es una llamada a conjugar la fe con el amor y con la inteligencia que busca la verdad, como dice en los dos primeros capítulos; mediante el concepto de transmisión subraya el tercero la unidad e integridad de la fe; y el cuarto capítulo señala la luz de la fe para la sociedad humana.  

Creo, creemos
            A propósito de la fe en el Catecismo el Cardenal Schönborn ha escrito: «Cada uno habla por sí mismo, pues la fe es un acto totalmente personal. Y, sin embargo, en el Credo, no expresamos nuestras ideas “privadas”, sino lo que a todos nos es común en la fe. Podríamos decir también: “Creemos...”, como lo hace la versión griega de la “gran” profesión de fe. Pero este “nosotros” creemos, en plural, tampoco es simplemente la suma de todas las ideas personales de la fe, como cuando, por ejemplo, un partido político se pone de acuerdo en un programa y después lo llama “nuestro” programa. “Creemos” lo que la Iglesia cree, lo que ella ha recibido de su Señor y Maestro, de Jesucristo, y en lo que persevera en la fe y el amor» (Fundamentos de nuestra fe, p. 22).

            La fe es una virtud sobrenatural que orienta a la inteligencia de los creyentes, su voluntad y su corazón, para actuar con soltura en este mundo cara a la eternidad; es una luz para ver siempre a Dios a través de todos los acontecimientos de nuestra vida. Pero esa fe personal es una participación en el patrimonio común de la Fe de la Iglesia, que por la Revelación conoce y vive en Dios: mi fe es la Fe de la Iglesia, personal y comunitaria, siempre es “creo-creemos”. Como una madre que enseña a hablar a sus hijos así la Iglesia nos enseña  el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia de la Fe en Dios de Jesucristo.

            Le Encíclica subraya esta naturaleza indisociable de la fe cuando afirma que la fe tiene una configuración necesariamente eclesial; no es privada, individualista, ni una simple opinión subjetiva (Lumen fidei, n. 22).

Creer para sobrevivir
            El psiquiatra judío Victor Frankl escribía a propósito de su padecimiento en el campo de concentración la comprobación experimental de que el hombre está hecho para creer: «Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba sorprendido y admirado por la profundidad y la fuerza de las creencias religiosas» (El hombre en busca de sentido, p.59). Las dramáticas experiencias de la maldad humana en un campo de concentración no le alejaron de Dios, sino que le permitieron observar que tener fe y un sentido de la vida era la fuerza para sobrevivir en condiciones infrahumanas; porque sólo el hombre es capaz de inventar las cámaras de gas, pero también de entrar en ellas perdonando a sus verdugos.

            Si esto ocurría en situaciones límite no es tan distinto la necesidad que todos los hombres tenemos de creer en algo más real que una idea abstracta de un ser superior, tentación permanente que puede obnubilar la mente de algunos inteligentes desviando la querencia natural de la inteligencia en la búsqueda de la verdad. En efecto, creer es necesario para sobrevivir en un campo de concentración, intuyendo que la vida tiene un sentido aun en esas condiciones extremas, y creer también es necesario en situaciones ordinarias cuando nos preguntamos por el sentido de acontecimientos felices o desgraciados, balances personales de una vida o de una época, cambios de estado, o pérdida de seres queridos.

  
La fe viva de Agustín
             Ciertamente hay una proporción entre Dios que se manifiesta y el hombre que responde con fe, y sin ella no entendería lo que Dios ha dicho; pero la proporción no la ha conseguido el hombre por sus fuerzas naturales sino que ha sido capacitado por Dios: le ha concedido gratuitamente la virtud de la fe y la filiación divina adoptiva por la gracia.

            Con una fe viva, San Agustín invoca a Dios como fuente de verdad, de fe, y de unidad al exclamar: «Te invoco, Dios Verdad, principio, origen y fuente de la verdad de todas las cosas verdaderas. Dios Sabiduría, autor y fuente de la sabiduría de todos los que saben. Dios verdadero y suma Vida, en quien, de quien y por quien viven todas las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios Bienaventuranza, en quién y por quien son bienaventurados todos los que son bienaventurados. Dios Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todas las cosas buenas y hermosas. Dios Luz espiritual, que bañas de claridad todo lo que brilla a la inteligencia. Dios, cuyo reino es todo el mundo inaccesible a los sentidos. Dios, que gobiernas los imperios con leyes que se derivan a los reinos de la tierra» (Soliloquios, L.1, c.1).

            En estas y otras confesiones del santo de Hipona aflora la realidad de la fe como acto de la persona con todo su corazón. Por eso la Encíclica insiste en la circularidad entre la verdad que nace del amor, y el amor que descubre la verdad; una relación personal con Dios personal que une luz y palabra, visión y escucha, obediencia y libertad. (Lumen fidei, n. 32).Si no entendemos estos, los hombres vagaríamos inseguros por la vida y la angustia nos invadiría al suponernos colgados en el vacío.

Jesús Ortiz López
Doctor en Derecho Canónico


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