martes, 21 de octubre de 2014

Qué esperar del Sínodo sobre la familia

El Papa Francisco ha dicho que después del sínodo-real, distinto al sínodo-noticia, hay que huir de algunas tentaciones que van desde el endurecimiento hostil hasta el buenismo destructivo. El sabe por qué lo dice. Y no es difícil advertirlo. Iglesia es experta en humanidad  y sabe las claves para que la familia cumpla  su vocación al servicio de todo hombre.

Todos hablamos de los problemas que afectan a la familia, por ejemplo, el fenómeno de convivir antes del matrimonio; la atención a los hijos de familias desestructuradas; las ayudas a la maternidad y a las madres solteras; el apoyo a los divorciados y separados que permanecen fieles al vínculo matrimonial; el pesar de los divorciados que se vuelven a casar y quieren participar de los sacramentos; los problemas que plantean determinadas culturas sobre la poligamia, los matrimonios forzados, los abusos o el maltrato contra las mujeres.

La Iglesia no olvida tantos proyectos y acciones que promueven la fidelidad de los esposos, el bienestar profundo de los hijos, y la estabilidad de las familias. De modo que esta Asamblea de obispos tiene a la vista tantos problemas humanos, sin duda, pero enmarcados en el proyecto del matrimonio creado por Dios y elevado por Jesucristo como gran sacramento. Sin esta perspectiva como punto de referencia será difícil encontrar respuestas constructivas a los graves problemas en torno a la familia.

Sínodo 14 y Sínodo 15
La Iglesia tiene información sociológica y vital como nadie acerca de las familias en todo el orbe. Dispone de datos que muestran una radiografía de las actitudes entre los fieles respecto al matrimonio y la familia. En este Sínodo extraordinario se están abordando esos problemas con gran libertad a fin de encontrar respuestas pastorales para desarrollar, dentro de lo posible, un plan integral para defensa de la familia.

Después, en otoño del año 2015, tendrá lugar el Sínodo ordinario de obispos para sanear la institución familiar y proponer un desarrollo marcado por la esperanza. De modo que el Sínodo de este año trata esos problemas y deja para el próximo año las orientaciones pastorales que, como es habitual, los obispos y expertos presentarán al Papa Francisco. A partir de entonces el Santo Padre puede proclamar las directrices convenientes, basadas en la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia, expuesta en tantos documentos magisteriales de las últimas décadas.

Un plan  integral para la familia
Estos dos sínodos, extraordinario y ordinario, no tienen como finalidad revisar los planteamientos doctrinales sobre el sacramento del matrimonio y sus fines o sobre la naturaleza de la familia como institución esencial de la sociedad. Porque todo ello ha sido abordado repetidas veces desde el Concilio Vaticano II, en documentos específicos de Pablo VI, san Juan Pablo II, de  Benedicto XVI, otros de la Conferencia Episcopal Española, y naturalmente en el Catecismo de la Iglesia Católica.  

Podemos decir por tanto que la doctrina sobre el matrimonio, sobre la sacramento de la Reconciliación, y sobre la Eucaristía está hoy bien definida y actualizada. Las propuestas pastorales que se estudian en ambos sínodos y se propondrán posteriormente por el Romano Pontífice serán aplicadas según los problemas de cada cultura y en continentes diversos. La Iglesia no quiere poner barreras nadie sino promover el encuentro con el Dios real tal como se manifiesta en Jesucristo y en la Iglesia como camino universal de salvación, porque Dios quiere que todos sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

Por eso mismo estos Sínodos quieren dar luz a las conciencias de los fieles acerca del matrimonio, de la fidelidad tan valorada pero tan escasa en la sociedad, y de los problemas actuales de desarraigo para curar tantas heridas, presentando por ello con claridad la antropología que encamina a la felicidad de las personas y al bien común porque responde a la naturaleza del hombre y la mujer como criaturas de Dios.

No hay recetas generales
Si atendemos al problema concreto -uno entre tantos otros y no en todos los continentes- de los divorciados vueltos a casar civilmente, la Iglesia no puede actuar ofreciendo recetas generales, como dispensar la Eucaristía indiscriminadamente, al igual que tampoco lo hace para todos los fieles, sin pedirles las disposiciones necesarias de comunión y gracia de Dios. Los sacerdotes tienen experiencia de que cada caso es distinto y cada persona vive de manera única sus aspiraciones y su fe.

Pienso, por ejemplo, en el caso de un divorciado y casado civilmente que manifestaba su pleno acuerdo con la pastoral de la Iglesia en estos casos. Reconoce que en su situación personal no puede recibir ahora la Eucaristía ni el sacramento de la Reconciliación, pero lo considera como un camino de purificación y una oportunidad para valorar más esos sacramentos siguiendo las normas que traen la paz a la conciencia; por eso dice «no recibir los sacramentos -digamos de manera oficial y visible- no significa ser rechazado, absolutamente no. Por experiencia puedo decir que es siempre posible vivir los sacramentos de manera espiritual. Confesar nuestros pecados es posible, sin problema. Lo único que el sacerdote no nos puede dar es la absolución, pero la bendición sí. Por tanto, no se recibe un sacramento sino un sacramental. Y luego si Dios quiere puede perdonar nuestros pecados».

Comprobamos así que esa actitud responsable lleva a la felicidad en medio de las pruebas, aleja del victimismo de echar las culpas a los demás e incluso a la misma Iglesia, que actúa como experta en humanidad. Ahora se dispone a estudiar  la pastoral del familia frente a los nuevos desafíos y anunciar una nueva primavera para la familia, basada en la madurez humana y la santidad personal. 


Jesús Ortiz López

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