El párroco de la iglesia de San Josemaría en Alcorcón, don Javier Contreras, se disponía para abrir el templo cuando un joven enajenado le atacó con un cuchillo causándole heridas de diversa consideración.
La reacción de los medios de
comunicación y de muchas gentes ha sido asombrosamente positiva, lo cual indica
que se reconoce a los sacerdotes como unos hombres de Dios que se dedican a
servir. Esto es lo fundamental. Por eso sigue habiendo vocaciones para el
sacerdocio, si bien han disminuido notablemente, y depende de años y de
diócesis. Los señores obispos llevan tiempo trabajando en la pastoral
vocacional como la mejor de sus responsabilidades.
Unos pocos datos
En el curso 2018-2019 fueron ordenados sacerdotes 135 formados en
los seminarios, 26 más que el año anterior. Pero también se ha dado una
disminución de aspirantes al sacerdocio. Actualmente, en los seminarios mayores
estudian 1203 seminaristas, de ellos 236 recién incorporados. En ese período
también han disminuido el número de abandonos.
El sacerdocio es una vocación (no
profesional, aunque se preparan para mejorar siempre) y una misión o llamada al
servicio de los fieles y de todos los que los necesiten. Una aclaración que no
es una menor valoración del trabajo de los funcionarios que, en su mayoría, lo
realizan con gran espíritu de servicio. Esta es una dimensión profesional y
social, mientras que el sacerdocio nace y se desarrolla con una función
sobrenatural, pues administra los sacramentos en la persona de Jesucristo,
escuchan y dan luz desde el Evangelio, desarrollan una gran labor asistencial,
junto con religiosas, voluntarios, pues acompañan en todos los momentos
importantes de la vida.
Raíces de la crisis de
sacerdotes
A pesar de la clara doctrina del
Vaticano II y del Sínodo posterior, así como de la Exhortación Apostólica de
san Juan Pablo II Pastores dabo vobis, del año 1992, ha crecido la
crisis de sacerdotes, movida quizá por no entender la vocación sacerdotal. Unos
buscaron la desclericalización del sacerdocio con tres propuestas: el celibato
opcional, ejercer un trabajo profesional remunerado, y el compromiso político.
Y siguió avanzando hacia la desacralización del clero, paso necesario para descristianizar
a la sociedad occidental. En el fondo se
buscaba crear una Iglesia y un sacerdocio moderno, según recoge el estudio del
teólogo Miguel Ponce[1].
Los sacerdotes son el signo
personal: símbolo, imagen de Jesucristo Cabeza, Pastor y Esposo, que es el
único sacerdote. Esta es la voluntad de Jesús expresada con nitidez en el
Evangelio antes de que la Iglesia eclosionara impulsada por el Espíritu Santo
en Pentecostés, pues ya estaba fundada con antelación. Esa realidad es la que
suele resumirse al decir que el sacerdote es y actúa «en la Persona de Jesús».
Y por ser el signo de la salvación ante los hombres: «el que os recibe a
vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado»
(Mateo 10,40). Esa lógica lleva a afirmar que los sacerdotes ocupan el lugar de
Cristo o lo personifican en la comunidad eclesial: son sus vicarios sin
sustituir a Jesucristo que actúa en ellos para el servicio de toda la comunidad.
Esta es la realidad del
sacerdocio desde el Evangelio según la enseñanza de la Iglesia a lo largo de
los siglos, aunque haya sido contestada muchas veces, en un proyecto
desacralizador que lleva al fracaso de quienes lo han impulsado, hoy como ayer.
No puede ser de otro modo, porque estas cuestiones no dependen de los signos de
los tiempos, de las costumbres, de la mentalidad de cada época. Arreglada
estaría la humanidad si se cortara la fuerte real y práctica de su salvación,
concretada en el Bautismo, la Eucaristía y la Reconciliación.
De hecho quienes han llevado a
cabo ese proceso destructivo del sacerdocio conforman unas comunidades que
languidecen en su espiritualidad, y son manejadas por los poderes políticos,
como las iglesias autocéfalas ortodoxas y tantas confesiones derivadas de la
Reforma luterana. Sin esta claridad resulta muy difícil argumentar frente a la
problemática del celibato sacerdotal, del sacerdocio femenino, de los curas
obreros ya trasnochados, y de la teología de la liberación fracasada y reducida
a unos ámbitos peculiares.
El futuro
No puede estar tanto en la
mentalidad individualista ni en la socialista de nuestro tiempo, tan
desacralizado desde dentro con esas teorías y desde fuera por el laicismo
beligerante. Lo tenemos a la puerta de casa aunque muchos no lo vean o no lo
quieran ver.
Han disminuido las vocaciones
sacerdotales en muchos países de Occidente mientas crecen en el continente de
la esperanza como África, contemplado por algunos con menosprecio, como si Dios
no se sirviera de su espiritualidad, de sus carencias y aun de sus deseos de
promoción para renovar a su Iglesia.
Entre nosotros, las vocaciones
sacerdotales se reducen aunque mejoran en calidad: por la gracia del Espíritu
Santo; por el discernimiento vocacional; por la formación más cuidada en muchos
seminarios; y por tantas familias católicas comprometidas que son el seminario
principal de las nuevas vocaciones, que luego empiezan a desarrollarse en las parroquias
y colegios. El futuro no es negro sino en color, aunque atravesemos un paisaje
gris o un desierto, donde no faltan las fuentes de agua viva.
[1]
Migel Ponce Cuéllar, El fundamento cristológico del sacerdocio ministerial.
Scripta Theologica, Agosto 2020. Vol 52, n.2.
https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/sacerdotes-funcionarios/20200929214445040121.html?utm_medium=email&utm_source=Newsletter&utm_campaign=200930
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