miércoles, 9 de agosto de 2023

Vida y resurrección

La resurrección gloriosa de Jesucristo que celebramos esta Pascua corrobora todo el Evangelio y la afirmación suya: «Yo soy la Vida». Por Cristo, con Él, y en Él ha sido creada la vida y especialmente la vida humana, compuesta de cuerpo y alma como suprema expresión natural de su dignidad. Este es el plan de Dios y por eso cada persona es llamada a la existencia por el amor y no por la técnica. Sin embargo, sabemos que se fabrican hombres como material con fines eugenésicos, y se busca crear superhombres que superen la barrera de la muerte, como pretende el transhumanismo.

Un servidor de la vida

Qué diferentes son en cambio los esfuerzos de los científicos con conciencia para curar enfermedades congénitas, como el famoso genetista francés Jérôme Lejeune. Por eso no desarrollaré aquí el significado de la Resurrección de Jesucristo sino los méritos del médico francés en defensa de los afectado por el síndrome Down. Si bien es conocido por muchos vale la pena detenerse algo en su vida.

«¡Un auténtico héroe en la nueva generación de servidores de la vida!», concluye la autora de una reciente obra, fruto de diez años de investigaciones, estudios y testimonios sobre el padre de la genética moderna, científico destacado y un hombre de fe[1]. El 21 de enero de 2021 el Papa Francisco aprobó la promulgación del decreto que reconoce la heroicidad de las virtudes del médico francés, primer paso para el proceso de canonización.

Una semblanza

La biografía breve que ofrece el principio de esas páginas recorre el camino del científico apasionado por la verdad, comprometido con los enfermos de trisonomía 21 para curar y defender la vida de estos enfermos aunque sufra el ostracismo de por parte de muchos. En cambio, sus trabajos e investigaciones exitosas le llevan por el mundo participando en congresos durante los años sesenta del pasado siglo. A partir de los setenta, en cambio, le darán la espalda por defender a niños con capacidades distintas, los mongólicos como antes se decía, por su parecido externo a esa raza.

Se casó con su novia Birthe protestante danesa quien gracias a Jérôme descubrió la plenitud de la fe y fue recibida en la Iglesia católica antes de casarse. Formaron una familia cristiana con sus cinco hijos, en la que Jérôme encontraba la fuerza y alegría para las batallas intelectuales y asistenciales. Se conservan más de dos mil cartas escritas a Birthe e hijos cuando ella no podía acompañarle en sus viajes.

Lejeune ha sido un hombre feliz por su fe, su amor a la familia, y su apasionada defensa de la verdad y de la vida, mostrando que esa felicidad no es el privilegio de algunos afortunados sino el secreto de un hombre que se confía a Dios, y libra las batallas de la ciencia y de la fe.

La travesía por el desierto

El libro se centra en el ejercicio heroico de las virtudes teologales y cardinales, como paso previo para iniciar el proceso de canonización. Destacan por ello tantos hechos de Lejeune sobre la inteligencia de la fe; el ejercicio de su esperanza vivificadora; y las manifestaciones de su caridad, como historia de amor a Dios, a su familia, y al prójimo. Siguen los capítulos dedicados a la prudencia en el obrar, su justicia equilibrada y generosa, la fortaleza de su alma, y la templanza humilde y jovial.

Vale la pena detenerse en algunos rasgos de esta vida científica intensa unida a su profunda humanidad y fortaleza para defender a los más pobres entre los pobres, como son los niños trisómicos que desarrollan esta enfermedad genética. A partir de los años setenta Lejeune encontró la oposición de muchos científicos, de la administración francesa, de los grupos de poder empeñados en establecer el aborto en el mundo. Ya al principio de esos años sufrió incluso agresiones en sus conferencias en la universidad arrojándole objetos y exponiendo pancartas «Muerte a papá Lejeune y a sus pequeños monstruos». La administración le retira las ayudas para investigación y parte de su equipo le abandona. Comienza su larga travesía por el desierto del rechazo, y su lucha por evitar la eliminación programada de los niños trisómicos diagnosticados en el seno materno. A los cuarenta y cinco años, con una familia amplia, sólo le queda un colaborador.

Al seguir sus investigaciones y defender la vida sabe el rechazo que encuentra en sectores influyentes y que de hecho se ha jugado el Premio Nobel. Más tarde, a pesar de todo y visto su prestigio científico es elegido miembro del Instituto de Francia en 1983. En cambio, poco después Francia establece la ley del aborto defendida por la ministra Simone Veil. Una de cal y otra de arena, por aquello del pragmatismo de los políticos.

Escribe la autora: «Este momento de la vida de Jérôme Lejeune es especialmente rico, porque se trata de un tiempo de transformación. Si hay un mundo que lo ha rechazado, en cada uno de los continentes hay otro que lo reclama para dar testimonio: el mundo de las familias y de los defensores de la vida humana. El fundador de la genética moderna, al principio cortejado por todos y luego abandonado y condenado al ostracismo, se convierte en incansable apóstol de la vida». La lista de invitaciones es inversamente proporcional a la de los congresos que le rechazan.


 

Vida y resurrección (II)

Hemos considerado en la primera parte que el profesor Jêrôme Lejune  ha sido un servidor de la vida contra viento y marea. Después del proceso canónico el Papa Francisco aprobó en enero del 2021 la promulgación del decreto que reconoce la heroicidad de las virtudes del médico francés, primer paso para el proceso de canonización.

Un hombre de fe

Años antes el papa Pablo VI nombró a Lejeune miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias, y más tarde Juan Pablo II le distinguió con su amistad y le propuso organizar la Academia Pontificia por la Vida. Tiempo antes, en 1981, y para rebajar la tensión internacional le pide que se entreviste con el presidente de la URSS, Brezner, para entregarle las conclusiones de los trabajos de la Academia Pontificia, sobre los efectos comprobados de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki. Lejeune lee: «Señor presidente, si hemos venido a verle a usted a petición del Santo Padre, es porque los científicos hemos llegado a la conclusión de que no existe ninguna solución tecnológica, militar o médica para reparar los desastres de una guerra atómica. Los científicos sabemos que, por primera vez, la humanidad se enfrenta al hecho de que su supervivencia depende de la aceptación por parte de todas las naciones del mundo de los preceptos morales que trascienden todo sistema y toda especulación» (p. 69).

Últimos tiempos del científico

Juan Pablo II le regala con su amistad y frecuenta el Vaticano para consultas sobre su especialidad. Un día, el 13 de mayo de 1983 después de participar junto con su esposa en la Misa en la capilla privada del Papa y desayunar juntos, regresan a Francia y se entera precisamente de que un rato después el Papa había sufrido el atentado en la Plaza de san Pedro. Lejeune queda profundamente impresionado; por la noche sufre un cólico biliar y tiene que ser hospitalizado de urgencia; estuvo dos días inconsciente y solo Dios sabe la sintonía y comunión en el dolor con el Papa.

En 1993 y poco después de liderar la Academia por la Vida descubren en Lejeune un cáncer de pulmón de difícil curación, y muere en abril de ese año, precisamente en la mañana de Pascua, cuando celebra la Resurrección de Jesucristo. Unos días después se celebra el funeral en la catedral de Notre Dame de París, completamente abarrotada de fieles, y se lee la siguiente carta enviada por Juan Pablo II glosando el Evangelio: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá (Juan 11,25): Nos vienen a la mente esas palabras de Cristo en este momento en que nos hallamos ante la muerte del profesor Jérôme Lejeune. Si el Padre celestial se lo ha llevado de esta tierra el mismo día de la resurrección de Cristo, es difícil no ver en esta coincidencia un signo. La resurrección de Cristo es un gran testimonio de la vida, que es más fuerte que la muerte. Iluminados por estas palabras del Señor, vemos en toda muerte humana una participación en la muerte de Cristo y en su resurrección, especialmente cuando la muerte tiene lugar el mismo decía de la Resurrección. Esta muerte testimonia con mayor fuerza la vida a la que el hombre está llamado en Jesucristo. Durante toda la vida de nuestro hermano Jérôme, esta llamada representó una línea directriz. Como sabio biólogo, sintió pasión por la vida. En su campo fue una de las mayores autoridades mundiales. Diversos organismos lo invitaban a dar conferencias y le pedían sus consejos. Lo respetaban incluso quienes no compartían sus convicciones más profundas».

Lejeune no era un joven de temperamento aguerrido con liderazgo aunque sí ejercitará una fortaleza heroica, que sostiene tantos años después la esperanza de miles de familias y miles de criaturas que han nacido gracias a sus luchas y a su fe.

La fe en la Resurrección impulsa a todo cristiano coherente a promover la vida y defenderla de sus agresores, a poner los talentos y el trabajo al servicio de los hombres necesitados, intentando dar luz a la sociedad, puesto que el trabajo puede ser medio de santidad y camino para instaurar todo en Jesucristo Señor de la Vida.

 

Jesús Ortiz López

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/vida-resurreccion-i/20230426030006046050.html

 

https://religion.elconfidencialdigital.com/opinion/jesus-ortiz-lopez/vida-resurreccion-ii/20230505030818046115.html

 

 

 



[1] Aude Dugast. Jérome Lejeune, Un retrato espiritual. Palabra, 2021. 270 págs.

 

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