Un reciente artículo del catedrático Manuel González Barón, catedrático de Oncología y Medicina paliativa expone con argumentos científicos y larga experiencia clínica que la eutanasia no es la solución de nada, en contra de lo que la presión del poder y la ideología reductiva quieren hacernos creer. La solución humana son los cuidados paliativos. Escribe que en el tramo final de la vida y ante el dolor: «importa más la calidad que la cantidad de vida: una conversación franca y sincera, en la que emergen los posibles recursos del paciente para afrontar el sufrimiento, una despedida con sus seres queridos, tener la ocasión de perdonarse a sí mismo, perdonar y pedir perdón, dar las gracias, mostrar y recibir amor, dejar un legado, recordar momentos felices, poder hacer balance... De esta forma se puede llegar al final de manera natural con serenidad y paz con todos, y con Dios también si se es creyente».
Hay que
quietarse la careta y admitir sin ideología que la eutanasia y el suicidio
asistido es la gran mentira de la cultura de muerte, y la demolición de la
dignidad de las personas. Es la gran manipulación a escala española sobre una
sociedad que pierde progresivamente los valores humanos, y se conforma con ir
tirando, aceptando que la engañen.
Cuando
alguien tiene la tentación de quitarse la vida es porque no encuentra en quién
apoyarse, ni percibe lo importante que es para algunas personas cercanas o
incluso desconocidas. El suicidio es un grito de socorro para que alguien le
atienda, le tome de la mano, y le transmita algo de esperanza, si hace falta
con mucha energía, porque está en juego mucho más de lo que cree en ese
momento.
La conocida
película ¡Qué bello es vivir! ha tratado con delicadeza el grave problema del
suicidio. Recordemos que el protagonista George Bailey está con el agua al
cuello. Es un buen tipo, ha creado un banco para ayudar a la gente, pero en un
momento dado no puede hacer frente a los pagos. El malvado señor Potter se se
alegra de su problemas, y el desperado Bailey va a un puente, dispuesto a
arrojarse al río. Pero viene a él Clarence, un ángel que tiene con él la
oportunidad de ganarse sus alas. Lo hará mostrando a Bailey cómo habría sido la
vida de su familia y amigos si él no hubiera existido: no se habría casado con
Mary ni habría ayudado a tantas personas.
Como otras
obras de arte, este film tiene raíces en un episodio de la vida del director
Frank Kapra, allá por el año 1935, cuando se enconraa seriamente enfermo. Por
lo visto recibió entonces la visita de alguien que cambió su vida, del que
nunca supo su nombre, que le dijo: «Es usted un cobarde. Y lo que es más
triste, una ofensa a Dios. ¿Oye a ese hombre?» (se refería a Hitler, que
hablaba en la radio) «¿A cuántos habla? ¿15, 20 millones? ¿Y cuánto tiempo? ¿20
minutos? Usted puede hablar a cientos de millones, durante 2 horas. Y en la
oscuridad. Sus talentos, señor Capra, no son suyos por derecho propio. Dios se
los ha dado. Cuando no los usa, ofende a Dios y a la humanidad. Que tenga un
buen día». Capra tomó conciencia de su responsabilidad como director de cine
para transmitir esperanza cuando parece que todo se derrumba. Ese curioso discurso
le llevó al confesionario y le devolvió las ganas de vivir encontrando el
sentido de la vida.
Ley que
mata la esperanza
Con la Ley
de la eutanasia se mata la esperanza de muchas personas y se les empuja al
abismo, engañadas y quizá acomplejadas por ser un peso para la familia y para la
sociedad. Hecha la ley, hecha la trampa porque la experiencia de los países
donde se ha impuesto se convierte en un tobogán por el que son empujados los
ancianos, enfermos incurables, y los niños con alguna deformidad. Así la
sociedad no gasta y puede vivir en el consumo y además sólo pasean por las
calles gentes guapas con algún niño precioso y algún perro. Todo idílico aunque
la conciencia de algunos familiares y otros médicos guarde la mentira de su
vida bajo siete sellos.
No hay razón
alguna para imponer la eutanasia entre nosotros pues la sociedad tiene aún
raíces y costumbres cristianas, muchas más de las que supone el
anticristianismo inoculado por algunos políticos, educadores, pensadores,
artistas, y escritores. La eutanasia, palabra mentirosa y maldita donde las
haya, no es la solución para nadie y envilece a la sociedad que se deshumaniza
con ella, engañándose con un barniz de solidaridad y de identificación
ecologista con la naturaleza endiosada.
El remedio
lo sabemos todos y consiste en favorecer los cuidados paliativos aunque sean
más caros que el veneno introducido con una cánula o una jeringuilla. La
medicina actual tiene buenos recursos y técnicas para tratar con humanidad a
los enfermos al final de su vida. Junto con el personal sanitario están los
familiares con humanidad y la atención espiritual, que viene a ser lo más
importante para recuperar el sentido de la vida, del sufrimiento, y de la Cruz
para los que creen en Jesucristo, que son la mayoría de los españoles. Por todo
ello es preciso avanzar mucho más en los cuidados paliativos superando una ley
mortífera y la deshumanización que quieren imponer algunos políticos.
Pare
terminar es preciso reconocer con pena que esta ley de la eutanasia no responde
a ninguna demanda social sino al rodillo del poder, a inconfesables proyectos
inhumanos, y sobre todo que ninguna razón les hará cambiar el rumbo destructivo
de la vida. Luego, Dios dirá.
Jesús Ortiz
López
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